martes, 4 de agosto de 2020

Anomalía electoral balear

Anomalía electoral balear

mallorcadiario.com

En la política autonómica balear se produce una deficiencia que parece que nadie se atreve a ver. El sistema electoral basado exclusivamente en la territorialidad insular, y copiando de forma rígida del nacional, ha acabó generando el absurdo de que Menorca cuente con un diputado más que Ibiza, a pesar de que ésta última tiene entorno a un 50% más de población. Así, el peso electoral de un voto menorquín ronda los cuatro mallorquines, mientras que uno de cualquiera de cada una de las dos pitiusas equivale “solo” al doble de uno de la balear mayor. Por eso se puede afirmar que, si los habitantes de Ibiza exigiesen la misma representación que los menorquines tendrían casi 20 escaños en el Parlament, es decir, podrían añadir 7 u 8 a sus 12 actuales. Una distorsión que tiene importantes efectos sobre los resultados y la acción política de la comunidad.

Sin duda, es cierto que para la mayoría de mallorquines les es grato aceptar, con generosidad, una clarísima sub-representación de sus papeletas por su mucho mayor tamaño. Sin embargo, que el reparto de escaños entre las islas menores sea tan diferente tiene graves consecuencias, al contar éstas con modelos sociales y económicos muy distintos. Así, mientras Menorca ha optado por uno más estático, o menos dinámico, mediante una mayor intervención y regulación gubernativa, Ibiza (y en parte también Formentera) parece seguir el camino contrario. Mallorca, por su lado, está a mitad de camino entre ambas. Incluso se puede afirmar, sin arriesgar demasiado, que la diferente evolución demográfica que está en el origen del problema es consecuencia de esos dos patrones tan dispares.

Por otro lado, no hay diputados que ostenten la representación del conjunto de la ciudadanía balear de forma directa. Es decir, todos son elegidos por la circunscripción de una isla concreta. De manera que se produce un claro sesgo a que éstos vean, analicen y tomen postura de los asuntos a tratar, no desde una perspectiva de archipiélago, sino de isla. Lo cual, a su vez, lleva al desatino de tener que fijar, de facto, una cuota territorial de consellers en el ejecutivo, lo que equivale a decir que es más importante el lugar de origen que la preparación, la trayectoria o el curriculum. Al tiempo que todavía tenemos pendiente la elección de un president no-mallorquín, o incluso, hasta la de un candidato a president no-mallorquín.

Esta falta de adecuación electoral a la realidad del conjunto de las islas, hace que mientras el modelo económico ibicenco es el que proporciona mayores tasas de crecimiento del PIB, y por tanto, mayor recaudación y recursos públicos, a nivel político sin embargo, el que sale mejor parado es el menorquín con un considerable "efecto arrastre" sobre el conjunto.

Sin entrar a valorar si esto es deseable o no, parece que es un tema de la suficiente entidad y relevancia como para merecer un hueco en la agenda del debate autonómico. Aunque desde los tiempos del president Cañellas no se ha vuelto a tratar, ni en ninguna sesión del Parlament, ni casi en ningún foro político a excepción de una tímida incursión realizada por José Ramón Bauzá seguida, a posteriori, por algunos candidatos ibicencos en la campaña de 2015.

Es cierto que el statu quo, con frecuencia, es el valor más apreciado por la ciudadanía y, también que las leyes electorales son las más difíciles de cambiar. Pero el simple hecho de poner tan importante tema en cuestión para su debate sería una muestra de la madurez de la política balear, que quizás, se podría convertir en un referente para las Cortes españolas. Sobre todo, si no se limitara al mero reparto pesos electorales, sino que se profundiza lo suficiente como para que se pudiese alcanzar una mayor eficacia representativa.


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