martes, 24 de noviembre de 2020

El castellano es ahora libertad

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El castellano es ahora libertad

Si algo es evidente por sí mismo para cualquier conocedor de la realidad de nuestra comunidad es que el castellano es una de las lenguas propias de los habitantes de esta tierra, más allá de lo que establezcan las autoridades acostumbradas a las imposiciones que se entrometen, de cada vez más, en todos los aspectos de nuestra vida. Además, hoy por hoy, es para muchos la lengua de la libertad que se usa porque se quiere usar.

Efectivamente, en la actualidad y con frecuencia, utilizar el castellano es mostrar capacidad personal de tener pensamiento propio independiente del grupal. Es reconocer que nadie, sino nosotros mismos, ejercemos nuestra propia soberanía.

La democracia no es simplemente el gobierno de la mayoría, sino, sobre todo, el respeto a las minorías. Y sin duda alguna, la minoría más pequeña es el propio individuo. La democracia es todo lo contrario a la ingeniería social que intenta apropiarse de las mentes de las personas; de hecho, es la máxima expresión de la salvaguarda de las libertades individuales.

Es cierto que la filosofía política reconoce dos tipos de libertades, la “negativa” y la “positiva”. La primera es aquella que se entiende en función de lo que la niega o limita: la coerción. Se es más libre mientras menos obstáculos se tengan para decidir de acuerdo al criterio propio. Es decir, cuanta menos autoridad se ejerza sobre mi conducta más libre soy. Mientras que la segunda constata que para seguir ese camino es necesario disponer de las condiciones sociales imprescindibles. Un ejemplo claro del primer tipo es la libertad de prensa, mientras que del segundo lo sería poder aprender a leer y escribir.

Ambas libertades son incompatibles y contrapuestas, una refuerza el carácter individual y la otra el social. Sin embargo, el verdadero progreso está en un punto en que una no suprima a la otra, en que ambas convivan, aunque sea confrontadas con cierta tensión.

Pues bien, en nuestra comunidad, apartar al castellano del sistema educativo conculca tanto la concepción de la libertad negativa, el derecho a la elección, como la positiva de fortalecer el conocimiento, en un claro intento del dominio de las mentes de la masa. La intención última no puede ser otra que la de dividir a la sociedad para, de este modo, reforzar los mecanismos de control.

El populismo, y su versión extrema que es el nacionalismo, siempre se han servido de la ignorancia de la gente con la finalidad de acumular poder. Lo cual, lógicamente, está en las antípodas de los fundamentos de las democracias republicanas en las cuales la política, y los servicios públicos, están al servicio de la gente y no de sus gestores, para que todos puedan seguir su propio camino de progreso.

Ahora bien, una vez hemos llegado hasta aquí revertir la situación no va a resultar tarea fácil, pues requiere no sólo reivindicar de forma constante y permanente los valores esenciales de la democracia liberal, -lo que, ahora, se puede hacer utilizando el castellano siempre que apetezca- sino, también identificando, una por una, las normas que se deben corregir para evitar las derivas que nos están llevando a perder grados de democrática libertad.

Muchos de los que nos hicimos adultos en tiempos del tolerante ambiente de la Transición observamos, con preocupación, cómo el Estado a través de sus diferentes gobiernos ejerce un control creciente sobre nuestras vidas que amenaza con ser asfixiante. Quizás por eso, somos más conscientes de que la ruptura del binomio educación y libertad es un salto cualitativo al vacío que deberíamos evitar.

martes, 17 de noviembre de 2020

Dólar, Euro, España

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Dólar, Euro, España

El dinero es, sobre todo, confianza. Un activo financiero que ha tenido muchas formas a lo largo de la historia, facilitando los intercambios y las relaciones interpersonales que promueven la civilización. Detrás del dinero no siempre ha estado el Estado, pues su importancia es tal, para la vida colectiva, que se puede afirmar que constituye una institución espontánea, de ahí el papel que siempre ha jugado el oro a través de los siglos. Pues un elemento clave de esa confianza radica en que la cantidad total de dinero no crezca, en ningún caso y bajo ningún concepto, a un ritmo mayor que el conjunto de la economía. Una condición que de forma natural cumple el dorado metal.

Estados Unidos, desde su fundación, ha sido uno de los países más políticamente estables del mundo, con una economía robusta de crecimiento constante, basada en sus arraigados principios constitucionales que invisten a sus instituciones con la fuerza de una religión. Por eso el Dólar ha sido, y continúa siendo, la moneda de referencia en las transacciones internacionales. Desde 1776 se ha ganado a pulso la confianza tanto de sus nacionales como de la mayor parte del resto del mundo.

El Euro también nació con vocación de moneda fuerte. Y, de hecho, inicialmente, transmitió esa fuerza hacia nuestro país. Así, nuestra incorporación a la Unión Monetaria supuso uno de los periodos más brillantes de nuestra historia económica.

Sin embargo, desde entonces España no siempre ha actuado en consonancia con la ruta marcada para alcanzar las metas que refuerzan la seguridad de la divisa. Nos ha faltado un liderazgo político, que más allá de la lógica alternancia democrática, vincule a los gobiernos con sólidas creencias intelectuales y morales, excluyendo del vocabulario político las medias verdades, las mentiras y el oportunismo populista. Sin el prestigio que otorga la verdad no se puede evitar la erosión de las instituciones sociales, incluida su moneda.

Es cierto que nuestro país es sólo una parte relativamente pequeña de la divisa europea, pero tiene el suficiente peso como para transmitirle algunos de nuestros males nacionales, ahora acentuados. Males que, como se ha dicho, están contribuyendo a dificultar alcanzar los objetivos de confianza con los que nació.

De hecho, cuando se habla de recuperación económica, no debería pensarse sólo en costosos programas de reactivación coyuntural. Un dinero que sería mucho mejor destinar a pequeñas empresas y emprendedores, así como a fondos de investigación e innovación. Sino también proponiendo, simultáneamente, fórmulas de crecimiento que apenas requieren recursos, como la flexibilización de la legislación, evitando que se den compartimentos estancos entre actividades, sectores o regiones, a la vez que se facilita una mejor adaptación a los nuevos usos digitales, energéticos y de internacionalización. O como la mejora del sistema educativo para alcanzar niveles más elevados de conocimiento, sobre la base fundamental del pensamiento crítico y autónomo que inmuniza del grupal. O la mejora de la calidad de la democracia poniendo sobre la mesa los grandes debates que pueden contribuir a ello, como puede ser una reforma electoral o del sistema de financiación autonómico. O la mejora de la transparencia y eficiencia del sector público, etc.

En definitiva, no se podrá salir de la poliédrica crisis actual pensando en soluciones simples exclusivamente de gran impacto mediático. El Euro tiene que ser mucho más que eso, representa el humanismo ilustrado que, desde Europa, se hizo universal. Aspira a ser encarnación metálica de la democracia liberal con respeto a su propio sistema institucional.

Por eso, no nos debemos engañar, el Euro no es una conquista asegurada para siempre, sino una institución que tiene que afianzarse con las políticas honestas que apelen a su esencia.

martes, 10 de noviembre de 2020

NACIONALISMO

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NACIONALISMO

El nacionalismo es el populismo llevado a su grado extremo, pues para ganar el poder y afianzarse en él, sigue el método de dividir a la sociedad, en este caso, entre los que se identifican con la nación tal como ellos la han diseñado, y los que no lo hacen, a quienes por supuesto se les calificará de “malos” o externos pertenecientes a una nación contrapuesta.

Para conseguir esa interesada división, la técnica consiste en una progresiva introducción de símbolos nacionales como portadores de mensajes positivos, al tiempo que los de la nación contrapuesta se representan sistemáticamente cargados de valores negativos. No dudan en narrar, e incluso manipular o reescribir, la historia en clave nacional. Lo que requiere que intelectuales, escritores, periodistas o artistas con cierta influencia sobre el gran público cuenten con los incentivos necesarios para que se decanten por el bando propio. Así se explica su conocida prodigalidad en materia de subvenciones.

El gran símbolo nacional, el símbolo de símbolos, es la lengua. Todo nacionalista considera a su lengua, no sólo como el vínculo sagrado que les identifica como tribu capaz de oír voces del subsuelo, sino como un deber divino que tiene que predicar y engrandecer. Lo que les lleva a rechazar de plano cualquier posibilidad de bilingüismo, sobre todo si la otra lengua tiene un mayor potencial comunicativo. La presentan como externa e impuesta y ante la que, lógicamente, se victimizan. De esta forma, un objetivo largamente perseguido es la utilización de la lengua que han decidido propia como exclusiva en el sistema educativo. Si las diferencias culturales no existen, se crean con los instrumentos del estado.

Esta estrategia de actuación, si tiene éxito, supone que el grupo que se afiance en el poder también se blinda, en buena medida, ante la alternancia propia y característica de las democracias. Pues quien mantenga posturas discrepantes, no sólo será identificado como anti-patriota, sino que se verá abocado a múltiples dificultades para vivir desacuerdo con sus propias ideas. De forma que o bien optará por no hacer pública su forma de pensar, o bien por irse a otro lugar, o bien por someterse, aunque sea de forma vergonzante.

El objetivo es que la población acepte la inevitabilidad del nacionalismo, a través de la supresión de la individualidad en aras de un poder y unos líderes que se auto-erigen en representantes de intereses colectivos superiores, sustituyendo los argumentos racionales por otros emocionales en donde el punto de encuentro entre distintos no existe.

En lo económico, el nacionalismo, suele ofrecerse como alternativa al cambiante entorno capitalista caracterizado por la destrucción creativa. Así, abraza el corporativismo, esto es, la introducción de barreras interregionales e intersectoriales que preserven un sistema de producción estático y petrificado. Es por ello que se mueven como pez en el agua en ambientes de decrecimiento económico, un terreno abonado para acrecentar su apoyo popular, al igual que ocurre con los episodios de corrupción política.

En definitiva, el nacionalismo está promovido por sectores que no sólo aspiran al poder, sino a perpetuarse en él, llevando al extremo las metodologías populistas, sin importarles la búsqueda de los mejores resultados para su sociedad. Es por eso que, desde puestos de oposición, únicamente una genuina doctrina liberal que considera al individuo como la minoría más pequeña es capaz de plantarle cara con posibilidades de éxito.

viernes, 6 de noviembre de 2020

martes, 3 de noviembre de 2020

Sin plan de inversiones

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Sin plan de inversiones

Cada año, desde hace décadas, cuando se presenta el Presupuesto General del Estado, se produce el mismo ritual balear, acudiendo raudos a la sección que territorializa las inversiones por comunidades autónomas. Luego, los diarios, -aunque cargarán más las tintas los de tendencia más nacionalista-, titulan con grandes caracteres “Baleares nuevamente maltratada”. Las tertulias de radio y televisión ocupan minutos y más minutos con el tema, los columnistas dejarán de tener miedo al folio en blanco y, por supuesto, en el Parlament algún diputado de un partido que está en el gobierno de la nación aprovecha la ocasión para disfrutar de su minuto de gloria. Y luego, hasta el año próximo, en que se repetirán los mismos protocolos y el mismo rasgar de vestiduras. 

Pero ni ningún político del gobierno o de la oposición, ni ningún periodista, y casi ningún tertuliano preguntará sobre el listado de inversiones pendientes que justifiquen una cifra diferente. Y para colmo, serán los mismos que no dudarán un segundo en mostrarse radicalmente contrarios a la ampliación de un puerto o de un aeropuerto, o de cualquier otra infraestructura de competencia nacional que conlleve una mayor partida presupuestaria.

 Una vez más, para los políticos locales es mejor mantener el problema que buscar una solución. Ya que ésta sería tan sencilla como debatir y proponer un plan de inversiones a realizar a medida que se cuente con la financiación correspondiente.

Pero claro, eso supone “mojarse” tener que asumir que hay infraestructuras que se han de ampliar, y que, al hacerlo, habrá quien salga ganando, pero también quien esté disconforme. Y estos últimos pueden dejar de votar o hacerlo por otros colores. Por tanto, es mejor no menearlo y dar la culpa a un ente forastero: “Madrid

Resulta que los actuales diputados, como consecuencia del sistema electoral, no representan correctamente los intereses de los ciudadanos que les votan, sino que más bien, como la lógica de partidos hace necesario que estos busquen la ampliación de sus bases electorales se centraran solo en aquellos temas que resulten de muy fácil y clara “venta” política, eludiendo los más complejos por muy necesarios y fundamentales que puedan ser.

Es por eso que, con frecuencia, se prefiere un problema que pueda justificar un discurso (y muchos sueldos) a encontrar una solución. Es así porque el sistema electoral marca los incentivos de los diferentes actores políticos.

De manera que podemos concluir, sin mucho temor a equivocarnos, que mientras el sistema electoral permanezca inalterado. La política seguirá las mismas pautas, así que, con cada nuevo Presupuesto General del Estado volveremos a vivir la misma ceremonia que, por desgracia, alimenta, sobre todo a los nacionalistas y populistas, aunque lo haga de manera paulatina.

Si, en momentos tan difíciles y complicados como los que estamos viviendo ningún partido es capaz de poner sobre la mesa las raíces profundas de alguno de nuestros principales problemas estamos abocados a continuar tal como estamos, con su lento declinar.