sábado, 15 de febrero de 2020

Gratitud

 GRATITUD


        Portixol, 15 febrero 2020

 

Queridísima Irene,

Al conocerte se ha despertado en mí un enorme sentimiento de gratitud, pues hace ya algún tiempo que dudaba si los astros, la vida o el mismísimo Dios, me concedería el regalo de la paternidad que tú, junto con tu madre, me habéis traído. 

Ahora, cuando veo la alegría de tus grandes y profundos ojos, me doy cuenta de que ese sentimiento se ha desparramado, como leche derramada, sobre todas las personas y sobre todos los capítulos de mi vida. Por eso me gustaría contártelo con el suficiente detenimiento. 

Querida Irene, estos últimos meses compartidos contigo, me han hecho pensar en la gran cantidad de veces que me ha tocado la lotería. Sí, ciertamente, me tocó la lotería -el Gordo- al nacer en el seno de una familia en la que mis padres han disfrutado de tener hijos. Si, nos han querido con delirio. A ellos les estoy tan agradecido. Sin duda, ellos construyeron la plataforma de despegue de mi vida, y además, siempre, siempre me han acompañado. Siempre están ahí.  

Hoy, a mis 57 años, tengo la inmensa suerte de poder ir a verlos y hacerles un rato de compañía, pues, aunque mi padre no se acuerde de lo que me acaba de decir, conserva esa mirada pícara y entrañable de cuando niño me quería mostrar los secretos ocultos de la vida, y que se podía pensar por uno mismo sin necesidad de seguir las modas. Al tiempo que mi madre, como ha hecho siempre, a pesar de que ahora el ánimo le puede fallar, con mimo me sigue preparando una merienda o un café con poder reconfortante. 

Además, pude conocer a todos mis abuelos menos a uno, aunque me hablaron tanto de él que en más de una ocasión he sentido su presencia. De ellos aprendí mucho durante mis primeros años, tanto que alguna de sus enseñanzas me sigue acompañando y me haría mucha ilusión poder transmitírtelas a ti, también a tu hermano Marcos, estoy seguro que, en más de una ocasión, las podréis considerar una gran ayuda, pues responden a principios básicos de sabiduría vital.

También estoy agradecido al resto de la familia, a mis hermanos que son los compañeros, de caracteres muy diferentes al mío, con los que comparto lo más esencial. A mis tíos y tías, a mis primos que han sido, y todavía son, figuras que muestran el gran valor de los lazos de sangre. 

Irene, he tenido suerte incluso con los colegios. Con todos ellos. Con el Jacotot (La Providence) de mi primera infancia del que siempre recordaré ese patio con una fuente de azulejos en donde tuve mis primeros compañeros de clase y a la profesora Sor Rocío. Luego el CIDE con su moderna concepción de la enseñanza y elevado nivel de exigencia. Tengo un recuerdo especial del Señor Timoner, un tipo muy comprensivo, que sabía que el “ejemplo” es la mejor técnica pedagógica.

Luego vino, a mis 13 años, el Máximo Alomar, de El Terreno. Un colegio público en donde conocí a compañeros que no gozaban del mismo apoyo que yo disfrutaba, y a profesores que, ni por ellos ni por sus alumnos podían llevar el ritmo docente que conocí en el CIDE.

De allí pasé al prestigioso Instituto Ramón Llull. Fueron años en los que descubrí la ciudad de Palma, durante la transición política a la democracia, con sus manifestaciones, huelgas y elecciones. Entre las paredes del vetusto centro docente, te puedo decir hija mía, que viví un tiempo emocionante y trepidante a la vez. Para recorrer los cuatro kilómetros y poco que lo separan de la casa de mis padres, fui primero en autobús, luego en una antigua bicicleta que recuperé de un desván, más tarde en ciclomotor y, el último año, en automóvil. ¡Emocionante!. Pero, además, tuve profesores de primer nivel y un puñado de compañeros que se convirtieron en “mis amigos de toda la vida”, pues nos seguimos viendo y disfrutando de la mutua compañía.

Sin dudarlo un momento tengo que agradecer todos esos años escolares. Estuvieron repletos de alegrías, de aprendizaje, de esfuerzo, de compañerismo, de respeto e incluso de admiración hacia los profesores. Y también, cómo no, de algunos momentos de frustración pues de todo tiene que haber en la vida.

La universidad no fue mi etapa favorita, pues recuerdo, sobre todo, la desilusión que me producían los contenidos y las materias de estudio. Con el paso de los años, y al haberme dedicado a enseñar en la propia universidad, he llegado a la conclusión de que se manipulaban y se retorcían los argumentos desde la ideología dominante. Me tocó la época en la que casi todos los profesores eran marxistas y, desde esa óptica, realizaban cualquier interpretación de la realidad por absurda que ésta pudiera resultar. Y eso llevó a que nos privaran de la lectura de los clásicos que es donde reside la auténtica sabiduría.

Con los trabajos, querida hija, también he tenido suerte, primero haciendo algunas auditorías y luego en el Banco de Crédito Balear en su oficina de Portals Nous, un lugar que aquellos años era una versión moderna de “El Dorado” por la facilidad con que se hacían negocios y dinero. En el primero de los trabajos conocí a la que durante tiempo fue la mujer de mi vida. Una persona extremadamente inteligente y con mucho carácter con la que mantuvimos una relación con muchas idas y venidas, y de la que aprendí mucho. La quise sinceramente y luego la vida nos separó. La sigo respetando y considerando una gran mujer.

En el banco me lo pasé muy bien y aprendí psicología humana. Supe que quien es ahorrador, lo será en cualquier circunstancia, tanto si gana mucho como si no. Y lo mismo ocurre con los gastadores. También aprendí que quien habla de dinero lo hace de lo más íntimo por lo que abre su corazón. En cierta medida supe que un banquero es también un confesor.

Finalmente vino la UIB a la que he considerado mi casa. Incluso durante un tiempo percibí a mis compañeros como miembros de una segunda familia. He sido feliz en mi empleo, he trabajado "en contento", como dice el Eclesiastés. He conocido a mucha gente y, al ocupar algún cargo de responsabilidad (Director de Empresariales y Vicerrector de Economía), conseguí una cierta proyección social que me sirvió para dar un breve salto a la política y, sobre todo, para poder aportar mi grano de arena a través de diferentes medios de comunicación: diarios, radio y televisión. En ellos aprendí a construir una opinión con información escasa, pero con un mínimo de coherencia, además de pasar muy buenos ratos.

Precisamente fue en la UIB donde conocí a una risueña y parlanchina profesora que me cautivó al instante por su jovialidad, valentía, empuje y modestia. Una mujer vivaraz, inconformista y algo rebelde que sabía sobreponerse a las penas y a la que, como Hirohito ante McArthur a bordo del Missouri, me rendí.

Me uní a tu madre con un amor tan intenso que quise, junto con ella y con tu hermano Marcos, construir la gran obra de nuestras vidas. Siempre creí que deseábamos convertirnos, los cuatro, en uno sólo. Una familia con identidad singular y propia. En el acero más sólido, tal como te prometí unos meses antes de conocerte. En el refugio de cualquier temporal. En la roca de Gibraltar. En el amor eterno que nos transciende. Las fotos de la boda, en Valldemossa, muestran en nuestros rostros el gran gozo y regocijo con el que iniciamos ese camino. No recuerdo ningún otro casamiento tan desbordante de alegría como el que protagonizamos.

Durante cinco vibrantes y apasionantes años creo haber compartido esa idea que asumí como nuestro norte absoluto. Y, en parte, lo hemos conseguido porqué ahí estás tú amada hija. Han sido los años más intensos de vida, repletos de acciones y emociones. De muchos encuentros y también de algún desencuentro. No los cambio por nada y estoy tremendamente agradecido por ellos pues, con sus altos y con sus bajos, creí alcanzar mi sueño.

Irene, no hay felicidad más grande que dedicar tu vida a algo que consideras que está por encima de ti mismo. La familia, unida por los lazos inquebrantables del amor, lo está, y a ella, desde aquí, me querría consagrar. 

Hoy estoy pasando unos momentos amargos, luchando con algunos evanescentes fantasmas, con sombras que no me dejan tener reposo, pero no dejo de estar agradecido, la vida me ha dado tanto que no puedo sino experimentar un sincero sentimiento de gratitud. Una honda emoción que quiero compartir contigo, pues tú la has puesto en marcha con tu venida al mundo. 

Me hubiese gustado terminar esta carta, no hablando sólo de mí; sino gritando a pleno pulmón: "SOMOS CUATRO PERSONAS CON SUERTE". Ojalá lo podamos hacer todos, al unísono, algún temprano día.

Crece con fuerza y confianza. Llegará el día que con alegría entiendas esta carta, tu padre.