martes, 30 de noviembre de 2021

Todos los precios son marginalistas

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Todos los precios son marginalistas

Una demostración de cómo está funcionando la prensa de masas lo encontramos al tratamiento informativo otorgado al incremento del precio de la electricidad. En vez de realizar un análisis fundamentado de los motivos que hay detrás del mismo, con harta frecuencia, se ha optado por aceptar los razonamientos de los más ingenuos y pueriles defendidos por los nuevos políticos de partidos radicales intervencionistas.

Así, uno de los razonamientos más defendidos, y difundidos, ha sido que el fuerte incremento del recibo de la luz se ha debido al sistema de fijación de precios marginalista que da lugar a “beneficios caídos del cielo”. Una argumentación que tiene la intención de responsabilizar como “malo de película” a las empresas capitalistas exonerando al gobierno. Según este relato serían los grandes empresarios los interesados en fastidiar a los modestos consumidores. De hecho, alguno de estos nuevos líderes ha llegado a decir que les estamos pagando “se están pagando sardinas a precio de percebes”.

Lo sorprendente de esta versión, tan generalmente aceptada por una prensa que en otro tiempo fue seria, es que cualquier estudiante de primero de economía sería capaz de explicar al gacetillero más modesto que ¡Atención! ¡Todos los sistemas de precios de todos los productos son marginalistas!

Si, efectivamente, todos los precios formados en todos mercados, también en los que funcionan sin ningún tipo de intervención gubernamental son marginalistas, es decir, se establecen al nivel de los costes marginales, al tiempo que suponen los ingresos marginales de los oferentes. Una solución que hace que la producción y a la asignación de los bienes y servicios sea la más eficiente posible, o como dicen los economistas, dan lugar a óptimos de Pareto que empuja a los precios hacia abajo hasta el nivel de los costes. El motivo es que como los costes marginales crecen con la cantidad producida, inicialmente se produce de la forma menos costosa, y a medida que la demanda es mayor, se produce de forma más cara. Un sistema que es tan beneficioso para el consumidor que ha generalizado entre las clases más populares estándares de vida que hasta el desdichado Luís XVI hubiese deseado para sí.

Sin embargo, en el ultra intervenido mercado eléctrico es el gobierno quien decide qué sistema de producción entra en primer lugar y cual lo hará posteriormente para, de esta forma, conformar por criterios políticos -que no económicos- el mix energético. Porque han “vendido” a los electores la falsedad de que la electricidad producida de forma sostenible es más barata, cuando es evidente que esto no es así.

Es decir, como el proceso de des-carbonización energética es caro, pero no se quiere reconocer en las campañas electorales, algunos gobiernos deciden ocultar este hecho a sus votantes, y ahora, cuando la realidad se impone, como siempre, tienen que dar la culpa a otros. Así que nada mejor que un palabro técnico-económico poco intuitivo como “precios marginalistas” para trasladar la responsabilidad del desbarajuste o los siempre socorridos “oscuros capitalistas”.

En definitiva, lo más triste de esta historia no es la utilización política de la mentira que al fin y al cabo siempre ha sido así, sino el papel que está jugando una buena parte de la prensa actual, antes considerada “cuarto poder” y ahora "correa de transmisión del poder". Pues no es posible pensar que aceptan y difunden este tipo de argumentaciones por aceptarlos como una explicación racional de un hecho objetivo cuando un estudiante de primer curso de carrera está en condiciones de desmentir.

 

 

domingo, 28 de noviembre de 2021

La imaginación política

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El liderazgo es mostrar un camino hacia una situación mejor, es crear una guía hacia un mundo en donde se puedan alcanzar más bienes y, también, deshacerse de más males. En este sentido no cabe duda que la izquierda muestra mucha más habilidad que la derecha en construir liderazgo. No porque sus propuestas sean realistas o auténticamente convenientes, sino por el simple hecho de hacerlas.

Desde mi punto de vista, aunque es la derecha quién tiene más capacidad argumentativa e instrumentos intelectuales sólidos, es la izquierda, sentimentaloide, simple y utópica, quién ejerce el papel de guía social. ¿Por qué esto es así? Pueden ser muchos los motivos, aunque, personalmente me inclinaría a pensar que desde la derecha se suele pensar que para hacer que la sociedad funcione bien es suficiente con tomar las medidas adecuadas cuando se está en los puestos de mando del poder. Mientras que la izquierda, por su parte, considera que lo relevante es la lucha por todos y cada uno de los resortes del poder, sean del nivel que sean.

Este último es el motivo por el que la izquierda en el Gobierno, o fuera de él, crea constantemente organizaciones para premiar a militantes e influir difundiendo sus ideas. Por eso mismo dedican mucha más energía a controlar los principales medios de comunicación, crean sindicatos, fundaciones culturales, penetran en la escuela, en las universidades, en los departamentos de inspección, en las organizaciones no gubernamentales, en las películas y series que subvencionan, en las organizaciones internacionales, incluida la ONU, etcétera. Es decir, como la batalla no se limita a ganar unas elecciones le dan enorme importancia a la política total, por tierra, mar y aire. A las imágenes y los gestos. Así, cuando tienen ocasión rebautizan calles, colegios y hasta cambian el nombre de la ciudad o la comunidad con criterios ideológicos.

También modifican las denominaciones de concejalías, consellerías o ministerios. Adaptan ideológicamente el calendario, y eligen a los hijos ilustres o personajes históricos de su devoción, condenando a la hoguera narrativa a los que detestan. De esta forma, han llegado a conformar la “imaginación política» de una parte muy considerable del público, al que le venden la idea de la república, la independencia, los tranvías o lo que sea. Por muy irreales y ficticias que resulten se convierten en ideas-fuerza
que se introducen, a través de los poros epiteliales, en las mentes de amplísimos sectores. Lo que les permite gobernar incluso desde la oposición.

Las masas eligen el error cuando les seduce. Por eso, desde mi punto de vista, la derecha debería alterar sus objetivos inmediatos. Sin duda tiene que poner énfasis en ganar las próximas elecciones, pero, sobre todo, debería
poner mucho más en difundir su propia «imaginación política». Tiene sobrados y potentes argumentos. Acumula una experiencia de éxitos. Cuenta con simpatizantes, en muchos ámbitos y sectores, capaces y ganas de compromiso a los que tan solo hay que cuidar, apoyar y potenciar.

Tejiendo así, con perspectiva, un liderazgo múltiple y realista que, lejos del humo pernicioso de los rivales, permita mejoras sociales auténticas. De hecho, muchos politólogos actuales opinan que la división izquierda-derecha, ya no es la más adecuada. Pues la izquierda post-obrera se está caracterizando por lo que se podría llamar “el pensamiento Disney», esto es, por hacer propuestas infantiloides alejadas de la realidad que nunca consideran las consecuencias y resultados de sus acciones. Las
supersticiones ya no son religiosas, sino políticas. Ahora la división es más entre sí se acepta o no el debate racional e ilustrado.

Ante este panorama, con toda seguridad, son muchos los ciudadanos que echan de menos los gestos y las acciones encaminadas a valorar y difundir una imaginación política más imbricada y conectada con la verdad y la realidad. La lucha por el poder no es deshonrosa, pero quizás, para evitar que el tablero se incline del lado de los embaucadores, habría que
jugar con la misma intensidad.

Pep Ignasi Aguiló es profesor de Economía Aplicada en la Universitat de les Illes Balears.

martes, 23 de noviembre de 2021

¿Mejor un gerente que un alcalde?

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¿Mejor un gerente que un alcalde?

Una parte muy importante de la problemática municipal de una ciudad como Palma no es de orden político sino gerencial. Lo más relevante que los ciudadanos demandan de su ayuntamiento es que los muchos y fundamentales servicios municipales funcionen correctamente. La gente quiere autobuses cómodos y eficaces, limpieza de nivel, agua a precios razonables, seguridad garantizada, tráfico fluido, iluminación correcta, etc.

Sin duda, también hay temas políticos y de representación que conforman una visión de la ciudad a más largo plazo, tales como el modelo ordenamiento urbano, o la imagen que la ciudad quiere transmitir a sus vecinos y visitantes. Pero estos no deberían ir en detrimento del funcionamiento del día a día de la urbe, ni deberían configurar la estructura de Cort para que un determinado sector permanezca en los puestos de mando más allá de las confrontaciones electorales.

Hace cinco años ya escribí al respecto de este tema en un artículo publicado en El Económico titulado “City-manager” en donde me hacía eco de cómo algunas ciudades del ámbito anglosajón habían decidido prescindir de la figura de su alcalde. Ahora viendo como la actuación del nuestro, durante estas legislaturas, ha estado trufada de “alcaldadas”, al tiempo que muchos servicios dependientes del municipio, no sólo no han evolucionado al ritmo de los tiempos, sino que incluso han empeorado respecto a situaciones anteriores, me vuelvo a preguntar por las causas de tal devenir.

Hila es el prototipo de lo que podríamos denominar “funcionario de partido” es decir, de político cuyo principal objetivo es mantenerse, y mantener a los suyos, en el poder. De forma que no tiene capacidad de aceptar una idea original, o propia, para mejorar la ciudad, sino que se limita, porque para continuar su carrera no puede ni quiere hacer otra cosa, a seguir las consignas del partido, frecuentemente sometidas a la tiranía de la corrección política. Lo que, a su vez, está en la raíz del abandono de la siempre complicada buena gestión, pues, está claro que la considera una cuestión secundaria.

Nuestro sistema electoral y de partidos tiene graves defectos que se están acrecentando con el paso del tiempo, siendo uno de los más importantes el sistema de elección de candidatos, y, por tanto, del diseño e implementación de los programas. Se pone mucho más énfasis en las estrategias electorales de partido que en los auténticos debates capaces de mejorar las condiciones de la ciudadanía.

Por todo ello, al igual que opino, que nuestra comunidad autónoma debería ser la primera en modificar su sistema electoral, liderando un proceso con repercusiones en el resto de la nación. También pienso que nuestra ciudad podría ser pionera en ensayar algún tipo de fórmula para encargar a un gerente profesional, elegido por una amplia mayoría del Pleno y por un periodo de tiempo diferente al de los concejales, para responsabilizarse del buen funcionamiento de los múltiples y esenciales servicios públicos locales. Sometiendo a un especial control y transparencia toda la contratación, tanto de proveedores, concesiones, como, sobre todo, de los recursos humanos.

Por supuesto, el Pleno Municipal y su primer edil, tiene que continuar encargándose de los aspectos más políticos, algo así como la “hoja de ruta legislativa” a seguir. Una hoja que, sin embargo, se le encarga, en buena medida, al gerente. Un profesional altamente cualificado con elevados conocimientos jurídicos, económicos y de gestión, independiente de los partidos, con capacidad de coordinar los diferentes departamentos consistoriales, y cuya cotización esté vinculada a resultados.

No dudo que un nuevo alcalde puede administrar mejor que el actual, pero la tendencia será a que, tan pronto como los palmesanos hayan olvidado las recientes legislaturas, vuelvan a aparecer en el panorama nuevos funcionarios de partido con muchos de los defectos que ahora visualizamos con nitidez.

Pienso que nuestro sistema democrático necesita un “aggiornamiento”, aunque no necesariamente pasa por una modificación constitucional. El debate público es siempre el primer paso.

 

martes, 16 de noviembre de 2021

Cumbres del clima

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Cumbres del clima

El profesor de economía de Cambridge Arthur Cecil Pigou puso las bases, en las primeras décadas del siglo pasado, para el control de la economía por parte de los gobiernos. Lo hizo identificando las llamadas “externalidades” o “efectos derrame”, aunque más tarde los muy intervencionistas prefirieron la denominación “fallos de mercado”.

Tres fueron las externalidades positivas inicialmente identificadas, a saber, la educación, la salud y la protección ante la decadencia física consecuencia de la edad. Tres bienes, por tanto, a intervenir por parte de los gobiernos para configurar el “Estado del Bienestar. Está denominación se tomó del título de la obra principal de este autor. Más tarde, se añadiría la contaminación como externalidad negativa. Pues, sus defensores, argumentan que, cuando se produce, los costes sociales son siempre mayores que los particulares que soporta quien contamina. Quedó abierto, de esta forma, un vasto campo a la intervención estatal directa mediante todo tipo de regulaciones o a través de los impuestos que, en su honor, se bautizan como pigouvianos.

Por su parte, hasta hace poco al sector de la energía se le exigían tres grandes requisitos: seguridad en el suministro, competitividad económica y sostenibilidad ambiental. Los tres tenían un peso similar en el diseño de la regulación, aunque ésta fuese siempre en aumento.

Sin embargo, más recientemente, esa ponderación se ha ido alterando por la influencia de las cumbres climáticas, anteponiendo la sostenibilidad ambiental a los otros dos requisitos mencionados. Es decir, que tanto la seguridad, como sobre todo la competitividad pierden importancia en favor del clima. El pigouviano concepto de "externalidad" ha puesto a la política al frente del proceso de descarbonización. Esta es la principal causa que está en base del fuerte incremento experimentado por los precios de la electricidad y otros combustibles.

Con todo eso, toma fuerza y visibilidad la llamada pobreza energética y la desigualdad social derivada directamente de cómo se ha capitaneado la transición hacia las llamadas energías verdes. De manera que afloran dudas que hasta ahora habían permanecido silenciadas. Incluso aumentan los analistas que constatan cómo los gobiernos están convirtiendo la lucha contra el cambio climático en algo sumamente caro para la mayoría. Así aparecen nuevos interrogantes.

¿Son realmente limpias las energías verdes?, ¿Siempre van a conllevar un mayor consumo de gas fósil por su poca fiabilidad?, ¿Requieren de una fuerte minería destructora del medio ambiente?, ¿Necesitarán recursos que degraden parajes, fauna y flora?, ¿Puede suceder que alguno de los minerales que necesitan se encuentren en los lechos y fondos marinos y que estos se vean sometidos a una contaminación mayor que la derivada de la extracción de petróleo?, ¿Pueden acabar suponiendo un regreso a la producción nuclear, ahora declarada verde, tal como ha hecho Sánchez prorrogando concesiones?. Si en territorio español, por ejemplo, se rechazan explotaciones de tierras raras, esenciales para todo tipo de baterías y componentes electrónicos y electrónicos, ¿Quiere decir que hay que realizarlas en enclaves más pobres? ¿Es, en definitiva, la estabilización climática el final de la energía asequible?

En definitiva, ya llevamos el suficiente recorrido como para que tengamos la certeza de que, tras cada cumbre del clima, en la que se reafirme el concepto de externalidad, se incrementará la regulación y, con ella, el precio de la energía, así como sus cargas tributarias. Pero, sin embargo, no parece que podamos estar tan seguros de que la mejora ambiental y, sobre todo social, sea proporcional. Así que a mí, personalmente, me queda la duda de si la lucha contra el cambio climático podría haber seguido una orientación diferente.

martes, 9 de noviembre de 2021

Yolanda, instrumento de Sánchez

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Yolanda, instrumento de Sánchez

Está resultando apasionante el vodevil montado por el gobierno de Sánchez en torno a la ministra de trabajo Yolanda Díez, quien al tiempo que presumía de los buenos datos del empleo alcanzado bajo la legislación laboral reformada por Mariano Rajoy, prometía su derogación.

El gobierno de Sánchez lleva el tiempo suficiente como para haber realizado ya alguna reforma económica de calado. Sobre todo, considerando que, más allá de los juegos malabares con las cifras, el desempleo continúa siendo el principal drama de la nación al ser la mayor fuente de desigualdad entre los españoles. Sin embargo, en la agenda del primer mandatario tan sólo se puede encontrar leyes de carácter ideológico que afiancen su poder, relegando a la oposición a un papel testimonial que haga casi imposible la alternancia.

Por un lado, la necesidad de sustituir a Pablo Iglesias al frente del segundo partido de la coalición de gobierno obligaba a realizar el lanzamiento de la nueva líder con el suficiente protagonismo como para acaparar portadas de diario y aperturas de noticieros. Así que nada más fácil que arremeter con una ley identificada con el adversario político. Eso sí, sin importar lo más mínimo que, al mismo tiempo, se esté colgando la medalla de estar creando empleo a velocidad de crucero con esa misma ley. Lo importante no es la reforma en sí, tampoco lo es acabar con la catástrofe social que supone el desempleo, ni tan siquiera mejorar las condiciones laborales de todos los trabajadores. No, lo realmente importante es el lanzamiento de la nueva dirigente. Lo que quedó corroborado cuando, en plena campaña de promoción, en una entrevista realizada por Carlos Alzina en Onda Cero, el hasta hace poco principal lugarteniente del presidente Ivan Redondo incluyó a la podemita entre las tres únicas personas con posibilidades de alcanzar la silla curul monclovita.

Por otro lado, los únicos cambios normativos que se pueden vislumbrar con claridad son aquellos que han de contribuir a reforzar el poder de las grandes centrales sindicales que apoyan a los gobiernos de izquierdas y se oponen a los de derechas. Una labor que desgraciadamente lleva implícita la ampliación de la brecha entre fijos y eventuales y parados, es decir, lleva implícita la marca de la desigualdad.

La pantomima, alcanzó momentos esplendorosos cuando la propia ministra una mañana, con gesto severo y revestida con los oropeles de su cargo, anuncia su decidido empeño en la supresión de la reforma laboral del Partido Popular, para por la tarde, en un plató de una televisión amiga, declarar que no era "técnicamente" posible la completa derogación, es decir, que finalmente solo se harían retoques. Así que ahora mismo, toca otra derogación: la de la ley que bautizaron como mordaza, sin importar haberla utilizado para multar a todos aquellos ciudadanos que hicieron caso a la Constitución en vez de a las restricciones ilegales del gobierno.

Eso sí, para que los socios europeos que son quienes prestan el dinero no se alarmen, el ínclito presidente completa la escena con una televisada refriega entre vicepresidentas, generando de esta forma la confusión requerida.

Yolanda Díaz le resulta muy útil a Sánchez, quien, a su vez, necesita mantener con vida suficiente a “Unidas Podemos” como para mantener la bandera y el voto de la izquierda más extrema. También necesita una especie de ANC catalana que institucionalice su agenda ideológica, un papel que bien pueden cumplir las relanzadas grandes centrales sindicales. Nuestro pétreo presidente no dudaría ni un segundo en devolver el cadáver de Franco a su anterior sepultura si eso reforzaba su poder.

Por supuesto, toda la operación teatral está perfectamente sazonada y condimentada con un incremento espectacular de las subvenciones a sindicatos y patronales aprovechando la barra libre del BCE. Consiguiendo el efecto especial por el cual los interlocutores de las mesas de negociación ven brillar a la ministra bluf (“a panxa plena no hi entren penes'').

Definitivamente, con Sánchez se ha producido un cambio del paradigma político-electoral de la democracia española. Sin embargo, da la impresión de que no acabamos de comprenderlo. Quizás por eso, aunque a muchos las cosas no les vayan bien ¡Todos tan contentos!

 

martes, 2 de noviembre de 2021

“Balears” en vez de “Illes Balears”

 

“Balearmallorcadiario.coms” en vez de “Illes Balears”

Es sorprendente que nuestra comunidad se tenga que llamar “Illes Balears'' en vez de, simplemente, “Balears”. Y cuando, al mismo tiempo, se ha querido simplificar el nombre de nuestra capital al rebautizarla como “Palma” quitándole el apellido “de Mallorca”. ¿Por qué no hacer lo propio con el nombre de nuestra comunidad? Se diría que, incluso hay más motivos, puesto que, en este caso, el sobrenombre “Illes'' precede al nombre “Balears” creando mucha más confusión que en el caso de la principal ciudad. Una denominación compuesta, que, además, no carece de toda tradición.

Desde luego, si todo el mundo puede comprender que Palma hace referencia a nuestra mallorquina ciudad sin necesidad de expresarlo explícitamente. Pues exactamente lo mismo ocurre con la comunidad puesto que es más que evidente que las Baleares es un archipiélago, es decir, un territorio integrado por varias islas.

Una de las mayores incomodidades del nombre compuesto la puede comprobar cualquiera que busque a nuestra comunidad en un listado territorial español.  Inmediatamente dudará si tiene que buscar por la “I” inicial de “Illes” o por la “B” de “Balears” aunque, además, con frecuencia lo encontrará con la denominación invertida “Balears, Illes”. ¡Con lo sencillo que resultaría que se denominase, simplemente, Balears!

Pero mucho me temo que quienes aprobaron la ley que acortaba el nombre a la ciudad de Palma, en el fondo, no lo hicieron por simplificar el lenguaje, sino que, en realidad, subyacían motivos ideológicos en un intento de control mental. De hecho, en su momento, quisieron modificar por completo la denominación proponiendo el nombre “Ciutat”.

Si consiguieron, sin embargo, que el nombre de la comunidad vaya precedido del sustantivo “Illes'', y probablemente por los mismos motivos ocultos, puesto que esta es una denominación habitual realizada desde Cataluña, y que también, y esto seguramente es lo importante, puede simplificarse en la expresión “Les Illes” lo que denota pertenencia.

Es cierto que unos años después de la aprobación del Estatut de 1983, el nombre Illes Balears experimentó un refuerzo cuando las matrículas de los automóviles dejaron de utilizar el centralista “PM” (Palma de Mallorca) por el “IB” (Illes Balears), por la imposibilidad de utilizar el distintivo “B” que hacía casi un siglo que correspondía a Barcelona. Un problema que desaparece con la unificación de placas llevada a cabo por Aznar.

Llegados a este punto, y a pesar de todo ello, soy de la opinión que el argumento de la simplicidad es el más convincente, por lo que, debo decir, como estoy de acuerdo en que nuestra capital prescinda de su apellido. Así que, por las mismas razones, agravadas por el hecho que aquí se antepone, propongo que nuestra comunidad también prescinda de su inútil sobrenombre “Illas”.