martes, 10 de octubre de 2023

Una nueva sociedad, una nueva religión y Francisco

 Una nueva sociedad, una nueva religión y Francisco

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Aristóteles creó, a diferencia de su maestro Platón, que las leyes no eran el mejor camino para organizar la sociedad, puesto que lo realmente relevante era compartir una moral que informara y fundamentara los comportamientos de los ciudadanos más allá de los preceptos legales. A esa moral aristotélica se la conoce como indigentia, o moral de la moderación, puesto que considera que, las interacciones sociales a través de los intercambios de mercancías y servicios son necesarios, en ningún caso deben producir el enriquecimiento o empobrecimiento de ninguna de las partes. Para ello acuñó el concepto de “precio justo”, es decir, aquel que no sufre alteraciones circunstanciales de la oferta o la demanda. Un precio invariable, que podía ser conocido por las personas de buena voluntad.

De igual manera condenó el cobro de intereses, y consideró que la vida en comunidad, y sin posesiones, era superior a la individual. Así mismo también estableció que la propiedad privada siempre se tenía que administrar con estrictos criterios de munificencia, los cuales marcaban sus límites.

Sin duda, el pensamiento económico del gran maestro griego arraigó en la doctrina económica del cristianismo. Una forma de entender la vida que sustentó a las sociedades europeas durante los mil años que duró la edad media, exaltando la pobreza como moralmente superior (es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja).

Es cierto que la religión de Cristo introdujo, como novedad, la dignidad de todos los seres humanos con independencia del lugar que ocupasen en la sociedad, pero, en cualquier caso, con esos principios, - que Escohotado denomina “pobristas”-, resulta lógico que apenas se produjera ni el más mínimo crecimiento económico, ni ningún tipo de transformación social, durante los largos siglos en que fue hegemónica.

Por supuesto, la religión marcaba todos los aspectos de la vida, siendo el más importante el modo de relacionarse entre hombres y mujeres. El matrimonio para toda la vida, cumplía, así, un doble papel, al disminuir lo hoy llamaríamos “pobreza infantil extrema”, al tiempo que propiciaba el crecimiento demográfico (crecer y multiplicaros). Los hijos no eran de los padres, sino de Dios.

Del conocido retrato renacentista “El cambista y su mujer” existen muchas versiones, de diferentes maestros, que ilustran a la perfección cómo se fue arrinconando esa moral de la moderación y la pobreza.  sus primeras versiones la esposa consulta libros sagrados, mientras que en las últimas realiza anotaciones contables. Un cambio de paradigma que acabará sacando a la humanidad de su secular miseria, desatando una formidable fuerza creativa, que permitirá gozar de una libertad personal desconocida hasta entonces.

Ciertamente, hubo que esperar a que el capitalismo se abriera paso, de la mano de la creación de los estados-nación y de la revolución científica, para que las sociedades occidentales observaran un dinamismo desconocido en la historia de la humanidad; cada vez más acelerado. Una transformación constante que arrumbó con todas esas creencias anteriores para abrazar una suerte de liberalismo racional protegido por la nueva concepción de las leyes que, quizás, alcanzó su máxima expresión en las famosísimas palabras que encabezan la declaración de independencia de los Estados Unidos. Aquellas que dicen que todos los hombres han sido creados iguales, con derechos inalienables; y que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la propia felicidad.

De hecho, ese mismo 1776 se publicó la Riqueza de las Naciones del escocés Smith. Un texto sumamente relevante porque supone la consagración de la bondad del enriquecimiento individual, al contribuir al bienestar general. Una senda que, poco a poco, ha acabado abrazando y siguiendo, con indudable éxito, todo Occidente y buena parte del resto del mundo… hasta ahora.

Pues bien, ciertamente ahora hay indicios de que esa era está llegando a su fin. La bonanza económica alcanzada, parece que está generando un ansia de organizar a la sociedad global occidental de una forma que, de alguna manera, nos retrotrae nuevamente a los principios económicos aristotélicos difundidos por el cristianismo europeo. El pensamiento dominante parece querer, otra vez, sociedades estáticas e inmovilidad social.

Poco a poco, se va abandonando el debate racional e ilustrado y, con él, la idea de progreso económico, para abrazar nuevas formas de discusión más fundamentadas en dogmas y creencias. Los nombres y los preámbulos de las leyes tienen más extensión e importancia que el articulado. Todas ellas parecen tener como objetivo el control social, tal como lo hizo la religión en su momento. De hecho, la palabra religión, etimológicamente, proviene de la expresión latina “religare” que significa unir o agrupar, es decir, organizar lo social. Poco a poco, se está imponiendo una nueva forma de indigentia.

Las cuestiones medioambientales, el feminismo de última generación, las diferentes identidades, las cuestiones alimentarias, la educación de los hijos, el tránsito por el declinar de la edad, etc., se están difundiendo, no como formas de pensamiento elaboradas que permitan seguir la senda que cada uno quiera, sino más bien nuevos dogmas morales de los que se deriva una vuelta a una sociedad compuesta por individuos carentes del librepensamiento conquistado. Al disidente se le vuelve a considerar hereje.

Por supuesto, que de entre todas las pautas, que imponen esos nuevos dogmas, la más relevante, una vez más, es el tipo de relación entre hombres y mujeres, ahora encaminado a evitar la reproducción (no tengas hijos y, no sólo podrás reafirmar tu identidad, sino que además ayudarás a salvar el planeta). Los hijos, si los tienes, serán del Estado.

En definitiva, soy de la opinión de que el abrazo del Papa Francisco a la mayoría de ideas y consignas promovidas por la corrección política no es casualidad. 

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