martes, 7 de marzo de 2023

Tamames y el espíritu de la transición

 Tamames y el espíritu de la transición

mallorcadiario

Vaya por adelantado que, como es natural, no tengo ni idea de por donde discurrirá la moción de censura defendida por Ramón Tamames, sin embargo, me inclino a pensar que se trata de una gran oportunidad para hacer un repaso de cómo, y porqué, la política de nuestro país se ha ido deslizando pendiente abajo desde aquella cumbre que supuso la Transición. Por ello, creo que el discurso del anciano profesor será el más seguido de nuestra, ahora, zaherida democracia. Batirá récords de audiencia con independencia de si el momento es estratégicamente oportuno o no.

El presidente Suárez inauguró un periodo de esperanza compartida, sin parangón en nuestra historia, con aquellas significativas palabras del insigne poeta, que no pudo morir en suelo patrio, Antonio Machado:

Está el hoy abierto al mañana,

mañana al infinito.

Hombres de España, ni el pasado ha muerto,

ni el mañana, ni el ayer escrito.

Luego, convocó a todos los representantes de las fuerzas políticas a la firma de un gran acuerdo: Los Pactos de la Moncloa. Que, si bien no fueron un acierto en lo económico, proporcionaron un fructífero período de estabilidad social que permitió redactar, por vez primera, una constitución de consenso, la de vida más larga con sus aciertos y sus errores.

Desde entonces ha llovido mucho, y muchas de las ilusiones y de las expectativas de aquel momento se han hecho realidad, pero al mismo tiempo han vuelto a tomar forma corpórea algunos de los demonios seculares que siempre han acechado a este país.

Sostengo que el deslavazado gobierno de Pedro Sánchez no es tanto un problema en sí mismo, como lo es, por ser el resultado de un sistema que lo encumbra en la más alta magistratura. Es decir, que el sistema político que nos dimos en la transición ha ido acumulando, poco a poco, los suficientes fallos y adherencias como para llegar a un punto en que se elige a unas élites gobernantes ávidas de acumular más poder del mucho que ya le otorga el propio sistema. De hecho, tengo la impresión, que en la actualidad para muchos políticos los sillones de las asambleas y de los gobiernos son, sobre todo, un botín a conquistar.

Es cierto que, en todo Occidente, la mayoría de los partidos políticos han ido dejando de lado sus idearios para sustituirlos por estrategias de conquista electoral, y que, de esta forma, se ha normalizado la inconsistencia e incoherencia en los discursos. El engaño y la mentira se han normalizado hasta tal extremo que en vez de estar atento a las preferencias de los electores, se intenta crear el marco mental que distorsiona el pensamiento. El relato y la apariencia se han impuesto sobre la realidad y los resultados. Sánchez no es más que el líder que ha importado, para el conjunto de España, esa nueva forma de enfocar los asuntos públicos.

Cuando, hace unos días, le preguntaron a Sánchez Dragó porque propuso al viejo antifranquista para liderar la moción de censura dijo que también había pensado en otros, pero que ya estaban muertos como Ortega, Unamuno o Escohotado. Quizás por ello, pienso que el hecho de que un hombre del pasado, como don Ramón, acepte en las postrimerías de su larga vida liderar una reflexión colectiva, que ponga a los jóvenes que ahora ocupan o quieren ocupar puestos de poder ante su propio espejo, resulta un ejercicio de sumo interés. El autor del libro más estudiado en nuestras facultades de economía puede convertirse en la voz de aquellas esperanzas e ilusiones que se han ido perdiendo por el camino. Puede ser el portavoz del espíritu de la transición.

Soy de aquellos que creen, como Keynes, que las ideas compartidas en sociedad tienen más peso que los intereses crematísticos. De hecho, estoy cansado de comprobar como muchos votan al partido que menos les conviene para su bienestar personal. Tal vez por ello no es tan infrecuente haber presenciado como países, antes prósperos, han optado por las políticas que les conducen inevitablemente a la melancolía. Las ideas sin duda tienen consecuencias, así que recordar las de los buenos tiempos no puede estar de más.

La Nación y el Estado sólo pueden cumplir su papel si son el resultado de un pacto entre los vivos, pero también de éstos con los muertos y con los que todavía no han nacido. La moción de censura puede ser una buena ocasión para, como mínimo, conmemorar que venimos de una época distinta a ésta en la que la política atraía, tal como hubiera deseado Maura, también a los neutros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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