martes, 7 de septiembre de 2021

Reformas estructurales y fondos NGEU

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Reformas estructurales y fondos NGEU

Decía el gran reformista -padre del “milagro alemán” de posguerra- Ludwig Ehard que ante la enorme dificultad que supone sacar adelante las reformas que favorezcan el crecimiento económico, lo mejor era bautizarlas con la palabra “sociales”. De hecho, él fue quien diseñó y definió el modelo alemán como “economía social de mercado”. Un modelo que, sin esa nomenclatura, probablemente no se hubiese aceptado de igual manera por la liberalización económica que, en realidad, impulsaba.

Ahora, más de setenta años después la UE denomina a su nueva agenda de reformas estructurales nacionales pasan a denominarse “Planes de Recuperación, Transformación y Resiliencia”, y se acompañan de anuncios de lluvia de millones de euros en forma de subvenciones y, optativamente también en forma de créditos. Además, se explicita que las reformas tienen cuatro grandes objetivos prioritarios, un mercado laboral equitativo e inclusivo, una competencia justa, una educación moderna e igualitaria y, por último, una inversión en infraestructuras verdes.

Sin duda, la nomenclatura empleada facilita mucho el marketing político necesario para que su implementación pueda resultar lo suficientemente popular para ser aceptada. Las cantidades comprometidas también. Sin embargo, para que un programa de reformas tenga la suficiente profundidad y alcance para crear las condiciones necesarias para impulsar con fuerza la actividad económica requiere, así mismo, de otros elementos.

En concreto, es necesario que personalmente el principal líder del cambió esté convencido del rumbo que tiene seguir, al ser la credibilidad uno de los elementos más fundamentales. Durante un proceso tan complicado la credibilidad sólo se alcanza cuando se dice la verdad y, por tanto, las reformas son reales.

También es importante la calidad institucional, al facilitar que un mayor número de ciudadanos, tanto si son votantes de los partidos de gobierno como de la oposición puedan sentirse genuinamente representados y atendidos. Lo cual, además, es muy importante para que éstas puedan tener continuidad más allá de los vaivenes electorales.

Por último, las compensaciones a los perjudicados tienen que estar muy bien diseñadas y proporcionadas a las potenciales pérdidas. Lo que facilita que sean claramente conocidas por todos. Dicho en otras palabras, tienen que transmitir la necesaria seguridad de que se actúa con justicia respecto a la propia escala de valores.

Cuando esos cuatro elementos se dan, entonces la inacción política deviene más costosa, en términos electorales, que la toma de decisiones. Por lo que el proceso reformista puede tener altas posibilidades de éxito. Impulsando al país hacia una escalada de posiciones en los principales rankings internacionales.

En la historia reciente de España la conjunción de los elementos descritos, unidos a una fuerte presión exterior y a grandes dificultades económicas, llevaron a los dirigentes del momento a iniciar procesos reformistas, que, vistos con perspectiva, pueden ser calificados de exitosos.

Sin embargo, ahora mismo, no parece que nuestro país cuente con ninguno de estos elementos, puesto que ni el principal líder cree en el proceso, ni la calidad institucional pasa por sus mejores momentos, ni nuestro sistema de compensaciones goza de la suficiente claridad como para prodigar seguridad. La presión exterior, aunque existe, no tiene la fuerza que de otras ocasiones y la situación económica interna experimenta el lógico rebote.

Ante este panorama de dificultad reformista, las dudas sobre el correcto aprovechamiento de los fondos NGEU y sus resultados son, como mínimo, razonables.

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