martes, 27 de octubre de 2020

Mano invisible vs. lucha de clases

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Mano invisible vs. lucha de clases

Publicada a mediados del s. XVIIl la primera obra del filósofo y economista Adam Smith, se tituló “Teoría de los sentimientos morales”, pues, en su época la economía era consideraba filosofía moral. El escocés, en ese primer libro, apunta su concepto de “mano invisible” según la cual el deseo de progreso egoísta de cada persona puede conducir al bienestar general de toda la sociedad, bajo la única condición de la existencia de los principios básicos de libertad e igualdad ante la ley, sin privilegios.

Un razonamiento que fundamenta la existencia de sociedades armónicas en donde todos pueden mejorar su posición sin que nadie tenga que empeorar la propia, al generar crecimiento económico y riqueza. Es decir, en su concepción del mundo, no hay ni buenos ni malos ni clases sociales antagonistas. Una luminosa idea que inspiró la revolución norteamericana de 1776, con tal éxito que su Constitución continúa vigente, asumida plenamente por cada nueva generación.

Muy poco tiempo después, en la europea Francia, también se llevó a cabo otra revolución, pero en esta ocasión bajo la incipiente idea de que para avanzar en el bienestar de una parte de la sociedad había que decapitar, literalmente, a la otra, como única forma de evitar privilegios. Es el momento en que aparece el concepto de “izquierda”, con su todavía no formulada idea de la lucha de clases. Una noción que equivale a la anti-armonía social. No es extraño que esta otra revolución terminará en caos y su Constitución no sobreviviese a esos acontecimientos.

Ciertamente, el término “lucha de clases” lo acuñó y divulgó Karl Marx quien también escribió que “la violencia es la parturienta de la historia”. Como una cosmovisión del mundo en la que en toda sociedad existen grupos antagónicos con intereses incompatibles y enfrentados. Esto es, unos son explotadores y otros explotados por lo que la única posibilidad de mejora colectiva general implica que los segundos se impongan y eliminen a los primeros.

Estas dos formas de interpretar el mundo han pervivido hasta nuestros días, a pesar de que durante algunas décadas del siglo XX parecieron converger, en algunos pocos países, bajo las formas más moderadas de economía social de mercado, por un lado, y socialdemocracia por otro.

Sin embargo, desde hace un tiempo la izquierda está volviendo con fuerza sobre el camino de las políticas divisorias y de confrontación, esta vez multiplicadas por las identidades supuestamente enfrentadas, lo que les iguala y alía con los nacionalistas, socavando los principios liberales básicos.

Sin duda, las dos contundentes crisis económicas del siglo XXI han contribuido a facilitar la propaganda de este mensaje izquierdista, ya que, en un escenario de estancamiento y recesión, es cierto que la economía se convierte en un juego de suma cero, esto es, para que unos ganen otros tienen que perder. Un terreno abonado, pues, para el populismo que predica antagonismos.

Por ello, ahora más que nunca, es necesario convocar, sin distinciones, a todos los que prefieren la armonía social a la confrontación, al mensaje implícito de la "mano invisible". Con una renovada apelación que, mediante las reformas oportunas y el afianzamiento de los principios del republicanismo cívico, nos devuelva pronto a la senda del crecimiento económico inclusivo y auténticamente fraterno, sin buenos ni malos.

Quizás sólo de esta manera se pueda intentar empujar a la actual izquierda a un segundo abandono del marxismo.

 

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