martes, 14 de julio de 2020

Construyendo al enemigo


Construyendo al enemigo

A lo largo de la historia una de las formas más socorridas de legitimar el acceso al poder ha sido la existencia de un enemigo común que genere el miedo necesario para aunar voluntades. De hecho, cuando no ha existido también ha sido frecuente crearlo, en el imaginario popular, describiendo un ser malévolo, desagradable, e incluso feo y maloliente, claramente diferente a quien se pretende unir.

Para el asalto al poder, hasta se puede crear un relato que transforme en enemigo a quien, simplemente, se tenga interés en orillar. Poniendo, para ello, énfasis en la amenaza que suponen sus características diferentes por pequeñas que éstas puedan ser. Para asegurarse el éxito, la denuncia de ese supuesto peligro tiene que ser incisiva, intensa y, sobre todo, constante, de forma que resulte fácil ganarse la voluntad del hombre manso y amigo de la paz.

Los nacionalistas de todas las épocas y lugares lo saben bien, por lo que han dedicado ingentes cantidades de recursos a la construcción de un o varios enemigos externos o, han señalado con el dedo acusador a alguna minoría interna, como elemento principal para que su comunidad se reconozca a sí misma como nación, y a ellos como sus legítimos dirigentes.

Sin embargo, la historia de occidente cambia de rumbo con el humanismo liberal que se alumbra con la ilustración. Con él, poco a poco, se establece la igualdad entre todas las personas, a pesar de sus distintos orígenes, preferencias o intereses. Diferencias que, además, son armonizables mediante el imperio de ley, la “mano invisible” del mercado, y la democracia representativa. Así, que a medida que estas nuevas ideas, con dificultad, se abrían camino fueron desapareciendo muchos de los enemigos imaginarios cuya única razón de existencia era la conquista del poder. Esta forma de pensar es la que está detrás de la globalización que no ve ningún tipo de incompatibilidad ni antagónico entre países unidos por pacíficos lazos comerciales. A pesar de todo, junto al nacionalismo, otra excepción a esa tendencia fue el marxismo con sus irreconciliables explotadores y explotados.

Ocurre que, con el sistema electoral español, salvo que se obtenga una mayoría absoluta, los pactos entre minoritarios constituyen la forma preferente de acceso al poder. Éstos han sido más comunes entre izquierdas y nacionalistas, de manera que lo que les ha resultado más fácil ha sido recurrir a la vieja estratagema de la construcción de un enemigo común, intentando vincular la alternativa de derechas -de comportamientos impecablemente democráticos- con la dictadura, o con extremismos radicales inexistentes: el famoso dóberman.

Ahora, sin embargo, en la medida que los partidos políticos antisistema ganan protagonismo, se está intentando identificar como nuevo enemigo a la propia cultura occidental. De ahí que ya no se conformen con derribar monumentos o símbolos de una época dictatorial de signo contrario, sino todos aquellos que recuerdan el largo, difícil y no lineal camino hacia nuestras democracias que tanto éxito han tenido en todos los campos sociales sin necesidad de ningún tipo antagonistas. Y todo esto coincide, curiosamente, con la aparición de un enemigo invisible que parece real, al que el Poder combate con bastos y burdos métodos medievales, en plena era de acceso a la inteligencia artificial.

No es la primera vez que el absurdo se pone manos a la obra, lo hizo en varias ocasiones durante el siglo XX. La historia sabe lo que eso significó, por lo que nos podría enseñar mucho. ¡Si la dejan hacerlo, claro!

No hay comentarios: