martes, 19 de mayo de 2020

Décima semana: Continua el confinamiento aunque ya de forma más moderada.

Tal como escribí al inicio de la pandemia, la digitalización de las relaciones humanas será la principal característica de la experiencia vivida, que, al mimo tiempo cambiará el mundo, no sólo para combatir enfermedades sino porque la situación anterior no podía continuar.

Muchos de los desplazamientos que realizamos a lo largo del día, eran claramente insostenibles, moverse entre dos puntos de una ciudad de tamaño relativamente pequeño como Palma, con frecuencia, se convertía en una odisea cara y desquiciante. Y todos sabíamos que tales desplazamientos podían ser fácilmente sustituidos por medios telemáticos de calidad. Sin embargo, nadie se atrevía a dar el paso.

Lo mismo ocurría incluso con muchos trabajo, que pueden ser realizados desde cualquier lugar, aunque sindicatos y otros luchadores por el statu quo se oponían de forma sutil o abierta, cuya auténtica motivación era exclusivamente una mentalidad que ahora, tras la experiencia del bicho, ya nos parece una antigualla.

Las reuniones en Madrid u otras ciudades centrales se convertían en gincamas incómodas e insufribles y enormemente caras. La congestión, la necesidad de onerosas y feas infraestructuras que atentan contra la calidad de vida y el medio ambiente estaban llegando a un punto cuya dimensión les hacía perder el sentido. Y eso que la mayoría de esos reuniones eran sustituibles con el uso del ordenador y las comunicaciones. Y lo serán mucho más cuando la tecnología avance con el 5G y todo lo que vendrá después.

Incluso muchos viajes se habían vuelto locuras colectivas. En los últimos años, visité el Machu Picchu, el Partenón de Atenas o incluso los lugares sagrados de Jerusalem, y siempre me encontré con la misma escena, una muchedumbre atenta a conservar su medio medio metro cuadrado, poniendo más atención en el propio avance en pelotón que en el disfrute y deleite del maravilloso lugar en el que se encontraban. Sinceramente, en esas ocasiones pensé que aquello no podía continuar así, que algo tenía que cambiar. Y, ahora, tras la pandemia, lo vuelvo a pensar. Quizás aumentarán las visitas virtuales, quizás la tecnología nos pueda ofrecer algún tipo de alternativa que incluso podríamos valorar al mismo nivel que la visita en directo en esas deplorables condiciones. 

El viaje de turismo (el gran tour cultural) no puede desaparecer, lo que es placentero para el cuerpo y los sentidos lo seguirá siendo. Pero puede cambiar sustancialmente, tiene que estar más repartido, mejor distribuido y, de esta manera ser más gratificante. La tecnología digital puede contribuir mucho a eso, y sin duda, lo hará. Quizás nos podríamos identificar y conocer otros Machu Picchu, otros Partenones u otras Jerusalems, al igual que podemos conocer multitud de lugares con playas de aguas azules. Quizás al no tener que residir en ciudades grises (porque podemos teleinteractuar con el resto de la humanidad) viviremos en lugares más amables y mejor distribuidos, y por tanto, seremos más selectivos a la hora de hacer turismo. El cambio se palpa en el ambiente.






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