martes, 24 de mayo de 2022

Cicerón, Hila y Armengol

mallorcadiario.com 

Cicerón, Hila y Armengol

Ser alcalde de una gran ciudad es mucho más complicado que ser presidente de una comunidad autónoma. Pues la política, como dijo aquel, es, en buena medida, “el arte de la apariencia”. Así que el postureo es mucho más sencillo a medida que las decisiones tomadas resultan más difíciles de “tocar con las manos” de forma inmediata.

Probablemente esta es la lección que tiene pendiente para septiembre (o más bien para otro curso) el alcalde Hila. Pues a poco que se haya seguido su trayectoria, se puede observar como ha intentado poner en práctica la misma que su jefa Armengol, una auténtica maestra el la practicar las tres grandes máximas del poder expuestas Cicerón para los supervivientes políticos. La primera de ellas es arriesgar poco, ciertamente, llevar a cabo transformaciones o reformas de mejora equivale a realizar una peligrosa apuesta electoral, pues lo normal es que aunque las reformas resulten claramente beneficiosas para el conjunto de la comunidad, pueden resultar perjudiciales para algún determinado grupo, que sí tiene capacidad de hacerse oír puede empañar la acción emprendida.

De esta manera, lo mejor que se puede hacer para mantenerse en la poltrona es prometer y prometer, incluso utilizando el BOCAIB o los nombres de las consellerias. Anunciar la realización futura de aquellas reformas que satisfagan a la parroquia propia, pero que queden lo suficientemente alejadas en el tiempo como para no despertar a las rivales. Armengol se ha revelado como una maestra en esta cuestión. Muchas de sus leyes han tomado de un eslogan político, propio de su color, el título de la nueva norma, cuyo contenido aplaza su implementación para otra legislatura.

Por este mismo principio, de aversión al riesgo, la presidenta nunca ha tomado una decisión sin antes mirar por el rabillo del ojo lo que hacen los otros dirigentes autonómicos. A diferencia de la presidenta de Madrid, nunca hemos visto que Armengol tomase una decisión con personalidad propia.

Hila, por su parte, ha intentado hacer lo mismo sin considerar que la política municipal es diferente y, se ha pasado de frenada. Ha realizado un montón de anuncios de reforma, sin ser consciente de que cada una de esas reformas puede despertar el resquemor de alguno de los vecinos afectados con independencia de sus simpatías partidistas. Ahora, al final de su mandato, está comprobando cómo ha conseguido el efecto totalmente contrario al pretendido, esto es, ha soliviantado a aquellos colectivos afectados negativamente por sus pretendidas reformas sin llegar a contentar a los que sí podrían resultar beneficiados. Y es que la inmediatez y complejidad de la vida municipal requiere de una mayor pericia política, que, en este caso ha estado claramente ausente.

La segunda gran máxima ciceroniana es la de ser amigo de los auténticamente poderosos. Una vez más Armengol ha seguido este principio a pies juntillas. No ha habido colectivo con poder, ya se trate de hoteleros, de periodistas o de cualquier otro, que no se viese cumplimentado por la presidenta. Hila por su parte también lo ha intentado, pero ni tan siquiera ha sabido identificar a los auténticamente poderosos, como puede ser el caso de los propios funcionarios municipales, sin los cuales la gestión de la complejidad urbana es imposible.

La última máxima heredada del romano es ser desdeñable con el adversario. Algo que a primera vista parece sencillo, pero que en realidad no lo es tanto. Pues se trata de hacer responsable a la oposición u otras administraciones de todos los males y errores que la presidenta, o en su caso el alcalde, no han sabido afrontar. Una acción que requiere de la complicidad de la prensa, a la que hay que comprar, para poder construir el correspondiente relato.

Armengol también ha practicado, como alumna aventajada, esta máxima del superviviente político cada martes en el Parlament. Ella nunca jamás se responsabiliza de una sola mala acción. Cualquier mal de la comunidad es responsabilidad o bien de los partidos del otro lado del espectro, o bien de los “gobiernos de Madrid” (sobre todo cuando son del PP).

Hila, como no podía ser menos, ha intentado seguir los mismos pasos.  Sin embargo, no ha sabido ni coordinar a los numerosos periodistas a su servicio, ni ha sabido jerarquizar por su relevancia los problemas a endosar a la oposición, y mucho menos al Govern. Y es que para un alcalde es mucho más importante conocer la historia no escrita de su ciudad y de sus barrios que para una presidenta de su comunidad.

En definitiva, tanto Armengol como Hila han practicado una política típica de superviviente en el poder, es decir, una política que en vez de tener como horizonte la mejora social, lo tiene en su propia continuidad. Sin embargo, la dificultad añadida que supone la política municipal, nos ha mostrado a un Hila mucho menos diestro en el manejo de las tres principales claves expuestas hace más de dos milenios. Así se podría decir que Armengol ha salido ganadora en la carrera entre los dos miembros del ticket electoral balear. Sin embargo, en nuestro peculiar sistema de organización política, la responsabilidad de la elección del candidato a la alcaldía Palma depende de la presidenta, por lo que podemos concluir que no hay vencedores.

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