martes, 10 de noviembre de 2020

NACIONALISMO

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NACIONALISMO

El nacionalismo es el populismo llevado a su grado extremo, pues para ganar el poder y afianzarse en él, sigue el método de dividir a la sociedad, en este caso, entre los que se identifican con la nación tal como ellos la han diseñado, y los que no lo hacen, a quienes por supuesto se les calificará de “malos” o externos pertenecientes a una nación contrapuesta.

Para conseguir esa interesada división, la técnica consiste en una progresiva introducción de símbolos nacionales como portadores de mensajes positivos, al tiempo que los de la nación contrapuesta se representan sistemáticamente cargados de valores negativos. No dudan en narrar, e incluso manipular o reescribir, la historia en clave nacional. Lo que requiere que intelectuales, escritores, periodistas o artistas con cierta influencia sobre el gran público cuenten con los incentivos necesarios para que se decanten por el bando propio. Así se explica su conocida prodigalidad en materia de subvenciones.

El gran símbolo nacional, el símbolo de símbolos, es la lengua. Todo nacionalista considera a su lengua, no sólo como el vínculo sagrado que les identifica como tribu capaz de oír voces del subsuelo, sino como un deber divino que tiene que predicar y engrandecer. Lo que les lleva a rechazar de plano cualquier posibilidad de bilingüismo, sobre todo si la otra lengua tiene un mayor potencial comunicativo. La presentan como externa e impuesta y ante la que, lógicamente, se victimizan. De esta forma, un objetivo largamente perseguido es la utilización de la lengua que han decidido propia como exclusiva en el sistema educativo. Si las diferencias culturales no existen, se crean con los instrumentos del estado.

Esta estrategia de actuación, si tiene éxito, supone que el grupo que se afiance en el poder también se blinda, en buena medida, ante la alternancia propia y característica de las democracias. Pues quien mantenga posturas discrepantes, no sólo será identificado como anti-patriota, sino que se verá abocado a múltiples dificultades para vivir desacuerdo con sus propias ideas. De forma que o bien optará por no hacer pública su forma de pensar, o bien por irse a otro lugar, o bien por someterse, aunque sea de forma vergonzante.

El objetivo es que la población acepte la inevitabilidad del nacionalismo, a través de la supresión de la individualidad en aras de un poder y unos líderes que se auto-erigen en representantes de intereses colectivos superiores, sustituyendo los argumentos racionales por otros emocionales en donde el punto de encuentro entre distintos no existe.

En lo económico, el nacionalismo, suele ofrecerse como alternativa al cambiante entorno capitalista caracterizado por la destrucción creativa. Así, abraza el corporativismo, esto es, la introducción de barreras interregionales e intersectoriales que preserven un sistema de producción estático y petrificado. Es por ello que se mueven como pez en el agua en ambientes de decrecimiento económico, un terreno abonado para acrecentar su apoyo popular, al igual que ocurre con los episodios de corrupción política.

En definitiva, el nacionalismo está promovido por sectores que no sólo aspiran al poder, sino a perpetuarse en él, llevando al extremo las metodologías populistas, sin importarles la búsqueda de los mejores resultados para su sociedad. Es por eso que, desde puestos de oposición, únicamente una genuina doctrina liberal que considera al individuo como la minoría más pequeña es capaz de plantarle cara con posibilidades de éxito.

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