martes, 17 de noviembre de 2020

Dólar, Euro, España

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Dólar, Euro, España

El dinero es, sobre todo, confianza. Un activo financiero que ha tenido muchas formas a lo largo de la historia, facilitando los intercambios y las relaciones interpersonales que promueven la civilización. Detrás del dinero no siempre ha estado el Estado, pues su importancia es tal, para la vida colectiva, que se puede afirmar que constituye una institución espontánea, de ahí el papel que siempre ha jugado el oro a través de los siglos. Pues un elemento clave de esa confianza radica en que la cantidad total de dinero no crezca, en ningún caso y bajo ningún concepto, a un ritmo mayor que el conjunto de la economía. Una condición que de forma natural cumple el dorado metal.

Estados Unidos, desde su fundación, ha sido uno de los países más políticamente estables del mundo, con una economía robusta de crecimiento constante, basada en sus arraigados principios constitucionales que invisten a sus instituciones con la fuerza de una religión. Por eso el Dólar ha sido, y continúa siendo, la moneda de referencia en las transacciones internacionales. Desde 1776 se ha ganado a pulso la confianza tanto de sus nacionales como de la mayor parte del resto del mundo.

El Euro también nació con vocación de moneda fuerte. Y, de hecho, inicialmente, transmitió esa fuerza hacia nuestro país. Así, nuestra incorporación a la Unión Monetaria supuso uno de los periodos más brillantes de nuestra historia económica.

Sin embargo, desde entonces España no siempre ha actuado en consonancia con la ruta marcada para alcanzar las metas que refuerzan la seguridad de la divisa. Nos ha faltado un liderazgo político, que más allá de la lógica alternancia democrática, vincule a los gobiernos con sólidas creencias intelectuales y morales, excluyendo del vocabulario político las medias verdades, las mentiras y el oportunismo populista. Sin el prestigio que otorga la verdad no se puede evitar la erosión de las instituciones sociales, incluida su moneda.

Es cierto que nuestro país es sólo una parte relativamente pequeña de la divisa europea, pero tiene el suficiente peso como para transmitirle algunos de nuestros males nacionales, ahora acentuados. Males que, como se ha dicho, están contribuyendo a dificultar alcanzar los objetivos de confianza con los que nació.

De hecho, cuando se habla de recuperación económica, no debería pensarse sólo en costosos programas de reactivación coyuntural. Un dinero que sería mucho mejor destinar a pequeñas empresas y emprendedores, así como a fondos de investigación e innovación. Sino también proponiendo, simultáneamente, fórmulas de crecimiento que apenas requieren recursos, como la flexibilización de la legislación, evitando que se den compartimentos estancos entre actividades, sectores o regiones, a la vez que se facilita una mejor adaptación a los nuevos usos digitales, energéticos y de internacionalización. O como la mejora del sistema educativo para alcanzar niveles más elevados de conocimiento, sobre la base fundamental del pensamiento crítico y autónomo que inmuniza del grupal. O la mejora de la calidad de la democracia poniendo sobre la mesa los grandes debates que pueden contribuir a ello, como puede ser una reforma electoral o del sistema de financiación autonómico. O la mejora de la transparencia y eficiencia del sector público, etc.

En definitiva, no se podrá salir de la poliédrica crisis actual pensando en soluciones simples exclusivamente de gran impacto mediático. El Euro tiene que ser mucho más que eso, representa el humanismo ilustrado que, desde Europa, se hizo universal. Aspira a ser encarnación metálica de la democracia liberal con respeto a su propio sistema institucional.

Por eso, no nos debemos engañar, el Euro no es una conquista asegurada para siempre, sino una institución que tiene que afianzarse con las políticas honestas que apelen a su esencia.

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