martes, 1 de septiembre de 2020

Un mallorquín en Hacienda

 

UN MALLORQUÍN EN HACIENDA  mallorcadiario.com

En los años finales del siglo XVIII e inicios del XIX, una vez más, el Estado bordeaba la bancarrota. La sempiterna mala administración de las finanzas públicas con sus voluminosos déficits, su asfixiante deuda, el sostenimiento de guerras imposibles y una economía ineficiente por la falta de modernización de las instituciones y las normas, conducían a la nación hacia un irremediable “default”.

Para evitarlo, el mallorquín Miguel Cayetano Soler y Rabassa elaboró el informe “Estado de la Real Hacienda” de 1798. Dada su condición de ministro lo elevó a la consideración del monarca Carlos IV dos años más tarde, consciente de la necesidad de recabar los máximos de apoyos a la hora superar las muchas las dificultades que surgirán, por tocar con su plan intereses de las capas más influyentes de la sociedad del ancien régime, los lobbies de la época.

Por ello, también fue muy cauto en sus propuestas dada además su total aversión, como buen economista, a la introducción de nuevas medidas impositivas. De hecho, declaró en varias ocasiones que "los tributos detienen los progresos de la riqueza pública". Acertadamente consideró que el mayor peso del ajuste tenía que recaer en la amortización de las propiedades en “manos muertas”, para que pudiesen ser utilizadas en la mejor de las alternativas productivas, e igual importancia otorgó al control de los excesos de gasto público. Dicho en lenguaje actual su plan consistía en combinar el rigor presupuestario, con el inicio de un proceso reformista liberalizador.

Ocurre que una medida de este tipo suele ser beneficiosa para el conjunto de la economía y de la sociedad, pero casi siempre afecta desfavorablemente a algún sector o conjunto de personas, quienes probablemente intentarán convertirse en grupo de presión.

La reacción en contra de los afectados es lógica, sobre todo, si la reforma afecta a un sector y no a los demás. Es por esto que el impulsor de tal política, de ninguna manera puede ser un ministro o conseller, sino que tiene que serlo el propio Presidente involucrando a todo el gobierno.

Soler concibió y redactó su plan cuando accedió a la alta magistratura de Secretario de Estado del Despacho de Hacienda (Ministro) de la mano de su maestro y mentor Cabarrús, encuadrado en el sector aperturista y modernizador de Jovellanos. Justo en el momento en que el oportunista Godoy salió de la jefatura del gobierno por su oposición a los vientos transformadores que soplaban desde Francia.

Aunque, como era de esperar, el ventajista “Príncipe de la paz” no tuvo ningún inconveniente en modificar 180 grados sus posturas para volver a recuperar el poder al cabo de poco tiempo. El seductor y trilero Godoy, en este segundo mandato, le propuso al mallorquín permanecer en su puesto para avanzar en las líneas por él diseñadas. Soler, tal vez guiado por su vocación de leal servidor público, se equivocó aceptando continuar en el cargo.

Porque si el jefe del gobierno, en realidad, acepta la puesta en marcha de un proceso reformista únicamente de cara a la galería para ganar algún apoyo inicial a su nombramiento, lo traicionará tan pronto aparezcan las primeras dificultades. Y eso fue lo que le ocurrió al desgraciado Soler quien no solo cayó, junto con su arribista jefe, sin alcanzar sus objetivos, sino que, además de ser acusado injustamente de corrupción, como la gente lo identificaba como el autor del tributo conocido como “cuartillo del vino” fué vilmente asesinado estando en la vinícola población de Malagón en 1808.

La historia es, sin duda, una gran reserva de conocimiento, y la aquí expuesta se ha repetido tantas veces que puede estar incluida en los manuales de todo gobierno. Hacer reformas es tan difícil que no basta con un buen plan, hace falta un buen gobierno.

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