martes, 31 de marzo de 2020

Sin ahorro no hay prevención


AHORRO ES PREVENCIÓN
Ahorrar es la principal forma de prevenir; es asegurar el futuro; es generosidad con los jóvenes y con los que todavía no han nacido; es capacidad de invertir; es minimizar los riesgos del trayecto vital, y es también confort en la vejez. Efectivamente, si algo ha dejado claro esta crisis sanitaria, desde la perspectiva estrictamente económica, es la importancia que tiene el ahorro, o, al menos que el endeudamiento se encuentre en términos moderados y sólidamente motivados para tener un cierto margen de maniobra.
A lo largo del tiempo el Estado Español ha ahorrado de muchas maneras, y ahí tenemos el stock de capital de nuestras infraestructuras de todo tipo, del patrimonio común, incluidas nuestras instituciones. Están ahí y son un activo de primera magnitud para afrontar el futuro económico colectivo.
De igual forma, muchas empresas tienen parte de su ahorro en forma de locales, instalaciones, maquinaria, o, en su cultura empresarial y en el saber hacer de sus trabajadores. Reservas que constituyen la garantía para poder pasar este fuerte bache con elevadas posibilidades de recuperación.
Así mismo, las familias que tengan su casa, su automóvil y sus electrodomésticos pagados también tienen una gran ventaja, tanto a la hora de hacer frente a momentos difíciles como el actual, como a la hora de encarar cualquier otro tipo de circunstancias. Otras no han podido ahorrar, quizás por no haberse abordado, por parte del gobierno, ni la dualidad del mercado laboral ni los excesos de carga tributaria.
La única certeza que tenemos ante el futuro es que con notable frecuencia no sucede lo previsto, por lo que el ahorro es un auténtico “colchón” contra los golpes que las adversidades de la vida pueden deparar. Es la primera póliza de seguro con la que podemos contar. Es la gran garantía de los días que han de venir. Y, por ello, durante generaciones se consideró una virtud que honraba a quien la practicaba, viviendo dentro de sus posibilidades.
La globalización, con sus movimientos internacionales de capitales, puso mucho del ahorro mundial al alcance de cualquiera dispuesto a pedirlo prestado. Es decir, a endeudarse, ya fuera un particular, una empresa o un estado. Una tentación a la que antes de 2008 casi nadie se pudo sustraer; con las consecuencias que todos sabemos.
Con aquel desastre muchas familias y empresas aprendieron la lección remediando, poco a poco, su exceso de endeudamiento en la medida de sus posibilidades. Y menos mal que lo han hecho. Por el contrario, los gobiernos no han seguido el mismo camino. Éstos, desde posiciones más o menos populistas, se han dedicado, sobre todo, a presionar al Banco Central para que “imprima” más dinero con el que mantener sus gatos, sin llevar a cabo ningún tipo de ajuste. Una política cortoplacista de pensamiento mágico que desprecia la cultura económica acumulada durante más de doscientos años.
Y ahora, ante la nueva crisis, las cosas son muy distintas para aquellos que han podido generar ese mínimo colchón de ahorro, respecto de aquellos otros que no lo han hecho. Entre estos últimos nos encontramos al propio Estado, tanto si se denomina Comunidad Autónoma como Gobierno Central. Esa falta ahorro del sector público será, una vez más, nuestro principal problema. Una cruz a la hora de afrontar la pandemia, y una cruz a la hora de afrontar la recuperación económica. No sólo para la actual generación, sino también para las próximas que lo tendrán que pagar en forma de un mayor empobrecimiento relativo de nuestro país respecto a aquellos otros que sí han practicado la virtud.
Ciertamente, ahora los diferentes gobiernos españoles apuestan por los “corona-bonos”, lo que significa que quieren bonos respaldados por aquellos países que sí decidieron controlar sus déficits públicos y fomentar el ahorro. Pero, al mismo tiempo, los forofos de los corona-bonos no quieren aceptar las condiciones que les piden que no son otras que volver al camino del ahorro.
En buena medida es la falta de ahorro (los abultados déficits) el motivo por el cual el estado se encuentra con dificultades a la hora de hacer frente a la crisis económica que se nos viene encima. Es por eso que ha retrasado la aplicación de las medidas más contundentes. En definitiva, la falta de músculo financiero gubernamental ya está infringiendo un especial daño a aquellas familias que no han podido ahorrar parte de sus ingresos durante los últimos años.
Si ya lo teníamos difícil ante una pirámide de edad que requería poner mucho más énfasis en la hucha común, ahora, cuando cese la alarma lo tendremos aún peor, a menos que los “gobiernos españoles”, de una vez por todas decidan acometer el cuadro de reformas que genere más ingresos y depure el crecimiento del gasto. Lo que no implica, de modo alguno, prescindir de ningún servicio esencial, tan sólo poner las bases para el ahorro.
A modo de ejemplo, una contención de los déficits hubiese permitido la fijación de tipos de interés superiores que recompensaran a aquellos que desplazaran su consumo presente por consumo futuro. Algo que hubiese contenido los precios de las viviendas, facilitando los planes de vida de muchos jóvenes ciudadanos. Así mismo, también habría supuesto menores incentivos para la economía especulativa y de riesgo. Un mayor ahorro público, hubiera significado tener más recursos para ayudar a los que lo están pasando peor.
Estamos cansados de ver como cuando la comunidad autónoma quiere gastar más utiliza aquello del “Madrid me mata”. Esperemos que el actual Gobierno de España no la quiera imitar decantándose por el “Bruselas me mata”. Las viejas virtudes del trabajo, el ahorro y la aceptación de las propias responsabilidades son más valiosas que el oro y los diamantes, pues nacieron de la experiencia humana. Una experiencia que nos ha demostrado que, si bien la medicina puede salvar vidas, la buena economía también.
Pep Ignasi Aguiló, economista

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