martes, 26 de enero de 2021

La prensa, la verdad y la verdad oficial

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La prensa, la verdad y la verdad oficial

En política, como en el cine, el público prefiere el optimismo y la felicidad a la verdad. En las películas de Hollywood el final siempre es feliz, las parejas acaban besándose apasionadamente como apoteósico inicio de una vida prometedora. No importa que durante la narración de la historia se hayan presentado todo tipo de problemas y desencuentros. En el mítico western Johnny Guitar, él le suplicaba a la sensual Joan Crawford: “Miéntame, y dime que me amas”. Los políticos lo saben y no dudan en utilizar la mentira. Ahora, además, se le suma la prensa anteponiendo el soma del nuevo mundo feliz a la información.

Ciertamente, los españoles, como muchos otros, ya demostramos bien a las claras, en febrero de 2008, que preferíamos las optimistas mentiras económicas de Pedro Solbes a la cruda realidad que expuso Manuel Pizarro.

El nacionalismo catalán lleva gobernando más de 40 años apoyado en flagrantes mentiras y medias verdades que le han permitido construir una realidad virtual que, lejos de pasarles factura, arrincona a sus adversarios Lo mismo que ocurre con el peronismo argentino que a pesar de cosechar los peores resultados económicos y sociales, resurge una y otra vez.

Para una amplia mayoría de personas la política es aquello que “echan” a las 21.00 horas en los noticieros de televisión o las letras grandes de los periódicos. Algo a lo que no se dedica el tiempo suficiente como para pensar en las implicaciones de cada uno de los diferentes discursos. Es como un mero entretenimiento que se disfruta mejor con una cerveza o una cena casera.

Quizás por ello los propios medios de comunicación están prefiriendo dejar de lado la farragosa y desagradecida búsqueda de la verdad para dedicarse a la más gratificante y lucrativa tarea de envolver los mensajes previamente empaquetados por el poder. En otras palabras, una gran parte de la prensa ha optado por, en vez de informar, por provocar determinados estados mentales en la población. Contribuyendo así a la difusión del pensamiento único.

Esta es la única forma de entender por qué no se analizan, con reportajes, los éxitos de Taiwán u otros países en su lucha contra la pandemia. O por qué no se explica, al gran público, las diferencias que existen en el concepto de confinamiento en distintos lugares. Quizás esta es también la única forma de entender por qué esos grandes medios no entrevistan a los promotores de la Declaración Barrigton. O por qué no se profundizó sobre la extraña muerte del oftalmólogo Li Wenliang, quien intentó alertar al mundo sobre el brote de Wuhan.

Durante estos terribles meses apenas ha habido contraste de pareceres, no ha habido lugar a puntos de vista diferentes; y si ha habido ostracismo e incluso señalamiento de disidentes. En los medios el mensaje del miedo ha desplazado casi por completo al análisis, la reflexión y el debate científico.

Sin duda, en parte hay una explicación es de tipo crematístico, pues mientras se hunde una buena parte del sector privado anunciante, el sector público exhibe su ilimitado crédito obtenido a través de los bancos centrales que llevan los tipos de interés a guarismos negativos. Al tiempo que muchos de los grandes medios, cada vez más agrupados en grandes conglomerados, ya están en manos de fondos de inversión dedicados a la rentable especulación que proporcionan, justamente, los tipos de interés negativos.

Si los grandes medios no son guardianes de la libertad y optan por la “verdad oficial'' en vez de por la simple “verdad”, quizás haya llegado el momento de los medios más pequeños con menos necesidades financieras y dirigidos a un público más focalizado y minoritario.

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