martes, 19 de enero de 2021

El invierno del descontento balear y el género chico

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El invierno del descontento balear y el género chico

Cuando la economía no crece, o decrece, se convierte en un “juego de suma cero” de manera que las ganancias de unos se convierten en pérdidas de otros. Con frecuencia es la intervención gubernamental la causante de tal situación, por lo que son los propios dirigentes públicos los que acaban decidiendo quién gana y quién pierde, poniendo en marcha una espiral de inestabilidad que puede descontrolarse con cierta facilidad.

Esto es lo que le ocurrió al gobierno del premier británico James Callaghan en el invierno de 1978-79, cuando el descontrolado gasto público británico se tenía que financiar con una elevada inflación que impedía el crecimiento económico. El fuerte malestar provocado se intentó apaciguar poniendo en marcha la que se llamó “política de rentas”, esto es un control de precios encubierto en el que los salarios se negocian tripartitamente entre trabajadores, empresarios y gobierno para evitar las escaladas de salarios-precios.

Sin embargo, pronto se descubrió que solo los que más presionaban obtenían buenos resultados en la negociación, por lo que ninguno de los distintos colectivos de trabajadores, de los distintos sectores, quiso quedarse atrás. Lanzándose a una carrera de huelgas (incluyendo a los sepultureros) y movilizaciones que paralizaron al país. Creando un descontento de tal magnitud que no sólo acabó tumbando a aquel primer ministro y su gobierno, sino también la filosofía política fabiana que lo sustentaba.

En este 2021 Baleares parece revivir aquel “invierno del descontento”. El Govern, en la lucha contra el maldito bicho, no para de promulgar normas y más normas sin un horizonte claro y sin constatar la efectividad de los resultados obtenidos con cada una de ellas. Pero afectando gravemente a todos aquellos colectivos con menor poder de influencia real, bien por no ser esenciales, bien por no disponer de una representación correctamente organizada. De forma que cuando, se han comenzado a percibir las negras consecuencias del decrecimiento económico derivado de la acción gubernativa se ha iniciado la primera gran movilización.

El sector de la restauración está constituido por miles de autónomos y pequeños empresarios cuyo día a día de largas jornadas deja poco tiempo para el asociacionismo y la representación patronal o política. Ocupan todo su tiempo en abrir su persiana para atender, debidamente, a sus clientes en un mercado tan competitivo que bien puede afirmarse que casi equivale a realizar una oposición diaria. Y, además, tienen que pagar los crecientes tributos y cumplir con todas las normativas que, con frecuencia, son cambiantes y siempre caras.

Así que no debería extrañar que el sector haya dicho basta. Echándose a la calle para exigir un plan que les permita sobrevivir a la avalancha de decretos que se les ha venido encima. Poniendo al Govern en una auténtica disyuntiva, pues si cede a sus demandas mientras la incertidumbre continúa, a buen seguro otros sectores también optarán por seguir el mismo camino de la movilización. Y si no cede, se verá muy a las claras su falta de responsabilidad al dictar decretos cuyos costos recaen solo en unos y no en todos.

Como le sucedió a Callaghan, Armengol parece no darse cuenta que, ante el shakespeariano descontento balear, no se puede optar por continuar con el género chico de “La Gran Vía” cuando dice: “Para que pueda un gobierno vivir tranquilo y en paz sólo hay un medio eficaz, probado, inmutable, eterno...Tapar con resolución toda boca que amenaza… ¡La del débil con mordaza! ¡La del fuerte con turrón!

En 1979, al llegar la primavera, se celebraron elecciones en el Reino Unido. Margaret Tatcher arrolló sosteniendo que la dolencia británica requería un tratamiento radical.


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