martes, 11 de abril de 2023

Elogio al automóvil

Elogio al automóvil

 mallorcadiario.com

Para la gente de mi generación el automóvil ha sido algo así como uno de las más máximas aspiraciones personales. La herramienta imprescindible para alcanzar un sueño de emocionante libertad. Pues con él descubrimos lugares que, tiempo atrás, resultaban inaccesibles y, además, lo hacíamos sin horario y sin necesidad de planificación de ningún tipo. Por supuesto, también nos servía para acercarnos a las personas que nos importan, de una forma tan rápida que aumentó nuestras relaciones sociales y la satisfacción que de ellas se deriva.

Mi primer coche, muy poco sofisticado y muy usado, resultó costoso, pero luego los modelos fueron incorporando innumerables mejoras con precios cada vez más contenidos en relación a los salarios. De esta forma, además de un ser uno de los principales bienes particulares, también se convirtió en un elemento claramente democratizador al estar al alcance de grandes mayorías.

En mi juventud su uso no tenía apenas limitaciones, recuerdo haber aparcado legalmente tanto junto a las aceras laterales de las Avenidas de Palma, como en la mismísima puerta de la Cartoixa de Valldemossa, o en el extremo final del Dique del Oeste. También en las zonas más céntricas de las ciudades peninsulares que visité. De esta forma, tuve la sensación de haber entrado en una nueva dimensión de mayor poder; una dimensión claramente superior a la de ir a pié. Pues, además, el interior del coche permitía seguir de forma relajada las noticias del día, o escuchar las melodías compuestas por los más grandes maestros, siempre protegidos de las inclemencias más duras del tiempo meteorológico.

Con un remolque acoplado, para transportar una Copino con un pequeño fueraborda, no quedó rincón mallorquín, ni terrestre ni marino, sin disfrutar. En todos los municipios costeros, a excepción de Calviá, había rampas artificiales o naturales que permitían el libre acceso al mar.

Por todo ello, y en cualquier lugar, el automóvil configuraba un espacio propio de intimidad, similar al propio hogar. Un escenario muy adecuado para los encuentros furtivos del amor, añadiendo a las emociones de libertad y de poder descritas, las de plenitud. Era nuestra alfombra mágica voladora.

Con el transcurrir de los años, poco a poco, comenzaron las restricciones a la circulación. Que se fueron incrementando a medida que el automóvil se hacía más y más asequible. Al mismo tiempo, los modelos se sofisticaron hasta lo inimaginable con una calidad de construcción capaz de proporcionar a sus ocupantes unas comodidades extraordinarias. Sin embargo, el uso de estos nuevos y fabulosos autos ya no conseguía transmitir el mismo placer de los anteriores. La sensación de libertad se convirtió paulatinamente en puro agobio a medida que los embotellamientos se hacían cotidianos y las plazas de aparcamiento se esfumaban y encarecían, convirtiendo a la circulación en casi una pesadilla. Un peculiar medio-alcalde de Palma calificaba al automóvil de "dictador", a modo de justificación para no realizar nuevas inversiones en infraestructuras facilitadoras.

De esta manera, hemos llegado al tiempo actual, en el que mientras los modernos soñadores empresariales nos prometen coches eléctricos que se conduzcan solos, las limitaciones a su uso se extienden por todos los lugares. La Unión Europea, por su parte, ya no quiere coches baratos. Las nuevas tarifas y los elevados impuestos van deteniendo, con cada nuevo incremento, su poder democratizador. Definitivamente, el coche ya no es lo que era. De hecho, no son pocos los que consideran que la electrificación obligatoria, y todas las regulaciones técnicas derivadas, en curso no es más que el último paso hacia su desaparición, al menos, en su modalidad de propiedad individual o familiar. Pere Navarro no quiere conductores de la tercera edad.

Por todo ello, he querido, en estos días de asueto, dedicar unas letras a elogiar a esa máquina que cambió nuestra percepción del mundo para que muchos pudiéramos alcanzar una sensación de disfrute de la que, tal vez, no podrán gozar las próximas generaciones.

Ojalá que la sociedad encuentre la fórmula para que los coches sigan existiendo y proporcionando a las personas todo su benéfico potencial.

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