martes, 20 de abril de 2021

Madrid ejerce su autonomía

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Madrid ejerce su autonomía

Resulta curioso observar cómo ha ido evolucionando el estado de autonomías, que inicialmente se creó con el objetivo de solventar las tradicionales reivindicaciones de autogobierno del País Vasco y Cataluña. Ahora, tras cuatro décadas de recorrido, da la impresión de que sólo Madrid ejerce, de verdad, su autonomía siguiendo un camino propio y diferente al de los demás. Por su parte Baleares, siempre atenta a los reiterados éxitos electorales del populismo de Pujol, decidió convertirse en remolque catalán a pesar de las significativas diferencias existentes en materia de estructura social y económica. Ahí continuamos.

Efectivamente, si observamos las políticas económicas, seguidas por las distintas comunidades autónomas, se puede observar como todas se parecen mucho. Pues con frecuencia una de ellas, mayoritariamente Cataluña o el País Vasco, diseña una determinada ley y, acto seguido, ese texto circula entre los consejeros del resto de gobiernos autonómicos para acabar adaptándose a cada uno de los diferentes territorios.

Por ejemplo, en cuestiones económicas, casi siempre se trata de normas de tipo “mercantilista” pre-liberal de protección a los productores autóctonos, al objeto de ganarse su apoyo electoral. Lo que explica las numerosas colisiones que se producen con la legislación básica nacional, sobre todo, cuando esta deriva de directivas europeas que pretenden la reducción o supresión de prácticas corporativistas en aras a la consecución de mercados eficientes en los que solo producen, sin ningún tipo de privilegio, aquellos capaces de contener costes y precios.

La consecuencia de este tipo de orientación autonómica es la de incrementar el número de organismos públicos de control y supervisión, lo que a su vez contribuye también a ganar el apoyo electoral de los grupos llamados a ocupar los deseados puestos de funcionario que a la sazón se tengan que crear. Evidentemente, para eso hacen falta fondos por lo que la consecuencia es recabar más dinero del gobierno central y crear algunos tributos nuevos que no erosionen las bases electorales o que una buena campaña mediática convierta en aceptables. De hecho, no hay que olvidar que el sistema de financiación autonómica, con sus distintas actualizaciones, se crea siguiendo las principales propuestas surgidas desde la Generalidad de Cataluña pujolista. De forma que, en cada revisión, es el gobierno central el que asume la desagradable e inevitable labor de subir los tributos.

Pues bien, con la pandemia, descubrimos que la Comunidad de Madrid, es capaz de ejercer de verdad la autonomía sin tener que hacer seguidismo de lo que hagan las demás. Seguramente el motivo de esto es que hace algún tiempo decidieron desviarse, tan solo unos poquitos grados -liberalizando horarios comerciales- del rumbo que seguían las demás, pero los suficientes para que acaben marcando destinos de arribada que se perfilan más inclusivos y, por tanto, prósperos y atractivos. No obstante, lo más curioso del todo es que aquellos que suelen hacer los discursos más divisorios y centrífugos reclamando mayores cotas de autogobierno son los mismos que, ante el éxito de Madrid, comienzan a hablar de armonización, reivindicando -¡ATENCIÓN!,- nuevos límites a la capacidad de autogobierno de Madrid. El genial Berlanga hubiese sido feliz observando y narrando a su manera, el fenómeno autonómico “tipical hispanish”.

Pero lo cierto y verdad es que resulta que históricamente en Europa pasó lo mismo cuando surgieron los estados-nación modernos. Inicialmente todos los monarcas se decantaron por políticas mercantilistas que intercambiaban privilegios por apoyos, hasta que Inglaterra se desvió unos pocos grados al aceptar pautas más liberales e inclusivas que limitaban el poder con contrapesos. Con un éxito económico y social de tal magnitud que fue allí en donde se inició la revolución industrial.

Quizás pueda pasar lo mismo en la España de las autonomías, aunque, personalmente pienso que el sistema electoral y el de financiación juegan muy a la contra. Pero ¡Cosas veredes Mio Cid que farán fablar las piedras!

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