lunes, 7 de mayo de 2018

Bill Phillips, su máquina MONIAC y el flujo circular de la renta

Tim Harford en "El economista camuflado ataca de nuevo" nos cuenta rocambolesca historia del archiconocido economista Bill Phillips quien entre 1935 salió de su Nueva Zelanda natal para trabajar en una mina de oro, cazar cocodrilos, ser violinista callejero o viajar en el Transiberiano. Al final fue detenido como supuesto espia por los japoneses. Aunque al final recaló en Londres y se matriculó en la London School of Economics. Todo eso antes de que la gran guerra comenzará. Pues cuando ésta estalló se unió a la RAF, que lo mandó a la otra punta del mundo.

En seguida se le reconoció como un técnico fuera de lo común, dedicando sus esfuerzos a actualizar los obsoletos aviones que debían defender Singapur de las fuerzas japonesas.

Pocos días antes de la rendición de la ciudad estaba en el último convoy que huía de ella a bordo del Empire Star, un carguero refrigerado que, con una capacidad para 23 pasajeros, albergó a más de 2.000 personas. El convoy fue descubierto y atacado por los japoneses, de manera que Phillips aprovechó su capacidad técnica para subir a cubierta una ametralladora y fijarla a un soporte improvisado, que permitó dar una respuesta al ataque.

Le concedieron una medalla al valor, pero no se libró de pasar tres años en un campo de prisioneros de guerra japonés donde las condiciones de vida eran pésimas. Más tarde dijo que sobrevivieron los bajos y mientras que los altos murieron; él era de los bajos.

Intentó levantar los animos de los prisioneros mediante improvisaciones técnicas como la construcción de dos radios secretas, una de ellas tremendamente pequeña para su época. De hecho, Bill la escondía en el tacón de su zapato. También construyó pequeños calentadores de inmersión que permitian poder prepararse tazas de té, mientras que sus vigilantes nunca llegaron a entender porqué las luces del campo parpadeaban cada noche.

En el verano de 1945 él y miles de hombres fueron trasladados a un campo de exterminio donde vieron a los japoneses montando ametralladoras en los muros orientadas hacia el interior, y en donde fueron obligados a cabar sus propias fosas. Otro de los prisioneros era el escritor Laurens Van der Post, quien narra una osada incursión en compañía de un joven oficial neozelandés capaz de hacer casi milagros con sus conocimientos técnicos. Bill, Van der Post y otro oficial, Donaldson entraron en el despacho del comandante del campo en busca de piezas para la radio miniatura que Bill arregó justo a tiempo para oir la noticia de que los americanos habían lanzado una bomba en Hiroshima. Se acercaba el final de la guerra.

Cuando esta terminó volvió a Londres reanundando sus estudios en la London School Of Economics. Estudió sociología con algunas asignaturas de economía básica. Poco a poco se fue saltándose las clases para pasar tiempo en el garaje de su casera, en Croydon, un barrio a las afueras de Londres, donde montó una representación hidráulica de las ecuacioenes económicas que sus profesores garabateaban en las pizarras de la London.

Uno de esos profesores era James Meade, a quien Bill acudió para reformularle en términos de fontanería la parte matemática de los estudios de economía. A finales de 1949 el profesor le brindó la oportunidad de mostrar el funcionamiento de su inconcebible aparato a un foro tan severo como el seminario Robbins. Era su gran oportunidad, y la aprovechó para brindar al mundo una aportación de peso al nuevo mundo de la macroeconomía.

Siempre fumando empezó su intervención al otro lado de los tubos y cubetas de plexiglás. Puso en marcha una bomba aprovechada de un bombardero Lancaster. El agua teñida de rosa empezó a derramarse enun depósito de la parte superior , desde el que corrió por los diversos recipientes. Sobre el fondo sonoro de la bomba, que zumbaba como una licuadora.

Los profesores quedaron estupefactos. La máquina funcionó perfectamente. Al cabo de tan sólo 10 minutos ya reinaba el entusiamo generalizado por el logro de Phillips: el primer modelo computerizado de la economía keynesiana de un país.

El MONIAC o monetary national income analogue computer recurría a la hidráulica en vez de al cálculo diferencial para calcular y resolver ecuaciones. Era un ordenador sencillo capaz de resolver nueve ecuaciones difenciales en pocos minutos, hazaña imposible de lograr calculando con papel y bolígrafo. Todavía faltaban décadas para que surgieran los ordenadores digitales capaces de alimentar modelos económicos tan complejos.

Se vendieron copias del Moniac en Cambridge y Harvard así como en algunos países en desarrollo y en la mismísima Ford Motor Company. Tenía unas dimensiones aproximadas de 2 metros de altura por metro y algo de anchura, y los recipientes están pulcramente etiquetados: INGRESOS, DESCONTADO IMPUESTOS, GASTOS DE CONSUMO, GASTOS INTERNOS. Un pequeño compartimento tipo pecera está rotulado FONDOS DE INVERSIÓN. De unos tubos de plástico transparente con aspecto de haber sido sacados de una labadora (lo que seguramente era así) se lee RENTA NACIONAL.

Ciertamente usar la hidráulica para resolver sistemas complejos de ecuaciones rozaba la genialidad. La máquina de Phillips no sólo era un logro técnico, sino la materialización de los principios macroeconómicos más avanzados de su época. Así que la dirección de la London School se apresuró a contratarlo alcanzando díez años más tarde el cargo de profesor. No estaba mal para alguien que carecía de titulación económica.

La máquina que fue celebrada en la novela Dinero a Mansalva de Terry Pratchett, fue muy importante a nivel didáctico. Incluso se llegaron a juntar y conectar mediante tubos dos MONIAC's para simular importanciones y exportaciones. Uno de los alumnos de esa época fue, nada más ni nada menos, que Paul Volcker el mítico presidente de la Reserva Federal.
Esta máquina es la que inspira el "flujo circular de la renta" que la que generaciones de economítas han iniciado sus estudios de macroeconomía. 

El agua que fluye por la máquina de Phillips es una buena metáfora de cómo se planteaba la economía keynesiana, en términos de que el Gobierno pudiera manipular los flujos y reservas financieras. Los macroeconomistas ven ondular grandes masas de poder adquisitivo encaminado a fines diversos: el consumo privado, el gasto público, la inversión, la compra de productos importados... Estos flujos no crecen o se evaporan por si solos, sino que es posible represarlos, redirigirlos y desviarlos por obra de las decisiones de los ciudadanos, y en particular, por el capricho de los legisladores económicos en cuyas manos está modificar los tipos de interés, las cargas fiscales o la cantidad de dinero que producen los bancos centrales; es decir, los macroeconomístas.

Se conservan varias versiones de máquina, una de ellas en el Science Museum de Londres.

Aquí tenemos una fotografia de este Indiana Jones de la economía.

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