sábado, 5 de noviembre de 2011

Presentación de las Jornadas de Economía del Centro Ariany



Centre Ariany, 5 de Noviembre de 2011

Señoras y señores

Muchas gracias por permitirme estar aquí con ustedes compartiendo esta jornada de reflexión. En unos momentos en que todos somos concientes que nos está tocando vivir la situación económica más compleja de nuestras vidas.

Llevamos ya casi cuatro años de dificultades económicas que no parecen tener final.

Sabemos que inicialmente se optó por un tipo de política de corte Keynesiano que mostró tener poco recorrido y que hubo que corregir de forma contundente.

Por eso resulta sumamente interesante tratar un tema como que ustedes proponen: LA CRISIS Y EL GASTO PÚBLICO.

Antes de continuar permítanme que les diga que a los economistas nos gusta simplificar. La realidad es demasiado compleja, así que la única forma de acercarnos a ella con pretensiones de entenderla es la simplificación.

Como les decía, hemos estado acostumbrados a que a lo largo de nuestra vidas el PIB de nuestro país (y de los de nuestro entorno) de nuestra comunidad creciese sin apenas desfallecer ningún año. Y como consecuencia de ello, también creciese el gasto público de forma constante y permanente.

Clement Attlee, de forma sopresiva ganó las elecciones británicas de 1945, frente al gran héroe de la Segunda Guerra Mundial, Wiston Churchill. Prometiendo la “Nueva Jerusalem”, en donde las masas más desfavorecidas del país tendrían una protección de “la cuna a la tumba”.

Sus ideas cuadraban bien con el economista de post-guerra por antonomasia. Pues aunque había fallecido, durante esos años se inauguró un época en que como diría muchos años más tarde un Presidente de los Estados Unidos a proclamar aquello de ahora “TODOS SOMOS KEYNESIANOS” (Ese presidente era Richard Nixon, lo cual tiene mucha importante porque nada más y nada menos era del Partido Republicano).

Desde el plano ideológico se presumía que la LIBERTAD DE ACCIÓN propia de las conquistas liberales del siglo XIX, se tenía que complementar con la CAPACIDAD DE HACER de las democracias de post-guerra.

Es cierto que esa visión del mundo, de tanto en tanto, recibía algún cubo de agua fría como cuando Garret Hardin en 1968, nos ilustró sobre la “Tragedia de los Bienes Comunales”, todos somos concientes que buscar las formas adecuadas de utilizaciones de los bienes públicos no es materia sencilla.

Hardin Describe una situación en la cual varios individuos, motivados solo por el interés personal y actuando independiente pero racionalmente, terminan por destruir un recurso compartido limitado —el común— aunque a ninguno de ellos, ya sea como individuos o en conjunto— les convenga que tal destrucción suceda.

Pero las economías occidentales seguían creciendo a buen ritmo, y lo público tenía mucho margen para la expansión. Así que no había de que preocuparse.
Esa forma de enfocar los problemas económicos y sociales tenía un enorme atractivo, ya que para los keynesianos manipulando el tipo de interés o el tipo de cambio, o retocando algunos impuestos o otorgando subvenciones a sectores que mostrasen un adecuado multiplicador, el político tenía en sus manos los resortes necesarios para que la economía siguiese su senda de expansión permanente.

De esta manera mucho quedaba en manos del Estado, el bienestar, la educación, la sanidad, los servicios sociales, y…la economía. Constituían bienes que la población podía demandar a los gobernantes, ya que en realidad estaban en manos de aquellos.

Evidentemente la contrapartida era que la propia responsabilidad y el valor del esfuerzo relajaban su importancia, incrementando todavía más las demandas sociales de lo público.

Si a eso añadimos que las condiciones de trabajo en lo público, fueron mejorando más o menos al mismo ritmo que la economía, mientras que en el sector privado se hacía notar más el peso de la competencia, con la característica de establecer una relación laboral estatutaria que mantenía a los empleados públicos al abrigo de cualquier vaivén se comprende todavía mejor el ritmo de crecimiento alcanzado.

Así que llegados a este punto estalla una crisis económica que nos desorienta pues sigue pautas y movimientos que nunca antes habíamos visto. La reacción inmediata, como he dicho, fue acudir al manual de origen keynesiano, aunque esas actuaciones tuvieron muy poco recorrido.

UNA NUEVA POLÍTICA

Así que estamos en la fase en que hemos iniciado un camino alternativo. No del todo nuevo. Aunque poco frecuentado.

Ese camino consiste poner límites a la expansión de lo público. Renunciando a lo más superfluo y innecesario, para intentar preservar lo más necesario e importante. Lo que a su vez conlleva otorgar mayor protagonismo a las acciones individuales, que deben ganar atractivo a los ojos de toda la sociedad.

La tarea no es fácil. Pues no siempre está clara la distinción de los límites entre lo superfluo y lo necesario. Y la más de las veces puede haber disparidad de criterios.

La recuperación de los valores de propia responsabilidad y esfuerzo, tampoco es recibida de buen grado.

Y no sólo disparidad de criterios, sino también de intereses. Intereses muy potentes, que en muchas ocasiones se han convertido en auténticos instrumentos de poder. Que intentan preservar con fuerza el status-quo.

Así que con estas fuerzas contrapuestas habrá quien quiera haber deriva ideología en la nueva política, aunque ésta esté fundamentada única y exclusivamente en la necesidad de modificar tendencias insostenibles.

También habrá quien piense que la nueva política es de peor calidad que la anterior en donde se establecía que el gestor público tenía cuadros de mando y palancas que ahora han desaparecido.

Así que no es raro, ni extraño que para muchos se está en un momento de desasosiego y desesperanza.

Sin embargo, las circunstancias económicas actuales muestran muchos elementos esperanzadores. De los cuales, quizás, el más importante, sea el ritmo de crecimiento económico de los llamados países emergentes, y que hasta hace poco tiempo denominábamos con el eufemismo de “tercer mundo”.

Elemento que tiene que alegrarnos a todos.

Pero también, hay otros, como una juventud preparada y bien educada, exigente en sus pautas de consumo. Medioambientalmente conciencia, y acostumbrada a relacionarse a la utilización de las herramientas de comunicación de la nueva era.

Una población que ve como han aumentado tiempos vitales en buenas condiciones de salud.

Etc.

Todos ellos son elementos reales que constituyen una espléndida base sobre la que construir una sociedad fuerte y confiada.

Aunque para que esos elementos afloren y sean percibidos de una forma más nítida por todos necesitamos, al menos dos grandes, elementos.

1)    Mercados más abiertos en donde haya menos diferencias entre los instalados y los que se quieren instalar. Hemos de ampliar las posibilidades de acción de los que tienen nuevas ideas y la energía suficiente para intentarlas.
2)    El otro elemento tiene que ver con devolver la economía política a sus orígenes que no es otro que la llamada FILOSOFIA MORAL. Es decir, hemos de recuperar valores morales que permitan una correcta convivencia del esfuerzo y la propia responsabilidad, con la necesaria protección a los más débiles.

Eso significa que hemos de aumentar el grado de consenso sobre donde establecer los límites de lo público.

Y al mismo tiempo hemos de dejar más campo las ideas nuevas y trasformadoras. Sobre todo, cuando vienen avaladas, por alguien que cree lo suficiente en ellas como para realizar un apuesta.

En definitiva, hemos de huir de la cualquier tentación de empeñarnos en el error. Para adaptar la mucho más inteligente estrategia del ensayo y error.

Clement Attlee convirtió la transformación de post-guerra en la búsqueda de la Nueva Jerusalem. Ahora necesitamos que entre todos creemos la ilusión suficiente como para saber que la transformación es posible, una vez más, en la historia de nuestra sociedad. Y que la libertad, la capacidad de elección, y la confianza en uno mismo son los premios que nos esperan.

Muchas gracias

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