El sistema de precios es un fantástico, y automático, sistema de comunicación que permite coordinar los esfuerzos de miles de millones de personas para beneficio de la humanidad. Son señales de tráfico, como los semáforos. El Premio Nobel Milton de 1976 Friedman tiene un video, colgado en Youtube, titulado la “Historia de un Lápiz” en donde expone con claridad como nadie sabe hacer algo, aparentemente tan sencillo, como un simple lápiz escolar. Demuestra que para fabricarlo hace falta la colaboración de cientos de personas de lugares muy distantes, que hablan idiomas diferentes, con creencias también distintas. Incluso dice que puede que sus naciones estén enfrentadas en alguna guerra. Sin embargo, colaboran para que todos podamos tener ese lapicero al precio lo más contenido posible.
Para llevar a cabo esa colaboración de forma coordinada lo único que tienen que conocer, los participantes en el proceso de producción, es el precio de los diferentes componentes del lápiz y, en su fase final, del propio producto ya elaborado. De esta manera, el fallecido economista de Chicago, concluye que es la “magia del mercado”, a través del sistema de precios, quien proporciona los mecanismos para promover, no sólo la eficiencia y la cooperación, sino también, y sobre todo, la armonía y la paz entre los pueblos del mundo.
Sin embargo, el creciente intervencionismo estatal promovido por un neo-populismo, capaz de utilizar argumentos de ignorante para alcanzar y mantenerse en el poder, ha decidido atacar y sí le es posible destruir el benéfico sistema de precios, para sustituirlo por otro de controles jerarquizados que les permitan obtener prebendas de toda clase. El pobre argumento que, principalmente, utilizan es que los precios impiden el acceso a determinados bienes a sectores sociales. Es decir, hacen algo así como matar al mensajero, ya que los precios son el resultado de múltiples interacciones que generan los incentivos necesarios, precisamente, para hacer los productos y servicios accesibles a cada vez más amplias capas de población.
Las armas que utilizan los precio-fóbicos son muchas, aunque las principales, a modo de ejemplo, se pueden resumir en las siguientes:
La inflación actual, que tiene su origen último en la incapacidad de los gobiernos de equilibrar sus cuentas, es sin duda el principal enemigo del sistema de precios. Pues en el ambiente inflacionario es difícil saber si un incremento de precios se debe a la escasez de un componente, a un incremento de la demanda o, simplemente, a la corrosión del dinero. Esa dificultad puede acabar minando todo el sistema, tal como ocurrió en nuestro entorno durante la década de los setenta. Un semáforo siempre en verde es inútil.
El establecimiento de controles de precios, como se ha hecho recientemente, en el mercado inmobiliario constituye otro notable ejemplo de cómo se puede destruir un mercado que con menos intervención podría satisfacer mucho mejor las necesidades del público. Incluso los propios impuestos, como el excesivo de transmisiones patrimoniales, también son responsables de impedir un correcto funcionamiento del sistema. Un semáforo en verde y rojo a la vez, pronto producirá accidentes.
El rechazo a los copagos es otro tanto de lo mismo, pues ninguno de los agentes participantes puede hacerse una idea cabal de los incrementos o disminuciones de la demanda y la oferta. Sin un sistema de precios -aunque sea subvencionado- resultará prácticamente imposible mejorar la percepción de los servicios afectados, por muy esenciales que se consideren. Nada es gratis, así que ocultar los precios entre una maraña de tributos sólo puede distorsionar la realidad. Por supuesto, no sirve de nada un semáforo con sus luces apagadas.
Las prohibiciones y obligaciones de consumo impuestas, por ley, es otro tanto de lo mismo. Lo vemos en materias como la energía o los automóviles con resultados diametralmente opuestos a los buscados. Es como si en un cruce se sustituyese el semáforo por una señal de prohibido o, alternativamente, de paso obligatorio únicamente para los que provienen de una determinada vía. Una vez más, qué duda cabe, sería arriesgado circular en ese enclave.
Desgraciadamente tenemos muestras más que suficientes de cómo el intervencionismo estatal precio-fóbico resulta un fracaso en todo lo que toca, sin embargo, la presión-fobia, promovida desde la política por sistemas con fallos de representatividad, gana terreno día a día. Cada vez estamos más cerca, no sólo de impedir el florecimiento de las clases medias, sino de cualquiera que no forme parte del entramado político-funcionarial.
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