La asignatura
pendiente del PP
mallorcadiario
El PP es un gran
partido consolidado que ha contribuido, y continúa haciéndolo, a la
articulación de la sociedad española. Cuenta con una nutrida militancia, que
gusta del debate y la confrontación de ideas, aunque también capaz de actuar de
forma coordinada, tanto en la detección de los problemas colectivos como en la
respuesta a los mismos. Su implantación territorial e institucional lo avalan
como una formación con músculo suficiente para ofrecer coherentes programas de
gobierno en la práctica totalidad de las asambleas de la nación.
No obstante, como
toda gran organización, tiene algunos problemas que podríamos considerar
estructurales, alguno de los cuales le han dificultado el acceso al poder
nacional. Así mismo, en ocasiones, le han impedido tener la capacidad de
influencia, que le debería corresponder por el número de votantes, cuando
ejerce la labor de oposición. Es probablemente por esto que España ha sido
gobernada muchos más años por el PSOE. Por añadidura, si analizamos el debate
político nacional, ha sido este último partido quien ha ostentado la mayoría de
iniciativas sociales y políticas.
Pues bien, de entre
todos esos problemas, creo que, sin lugar a dudas, el más importante es su
deficiente implantación en Cataluña. También en el País Vasco. Pues sin contar
con una presencia sustancial en estos dos importantísimos territorios, tanto
desde el punto de vista de su dimensión (sobre todo en el caso catalán), como
desde el punto de vista su dinamismo social y económico, la acción política se
hace muy cuesta arriba
Al inicio del
actual período democrático Convergencia i Unió ocupó el espacio de la derecha
en esa parte del país, antes, incluso, de la fundación del Partido Popular en
1989. Así que cuando éste apareció, tuvo que competir por un espacio que ya
tenía titular en el Principado. De hecho, la fracasada "Operación
Roca", de inicios de la década de los 80's, fue el intento de convertir a
la derecha catalana en la principal oferta, de ese espectro ideológico, en el
conjunto del país.
A partir de aquí,
como les ocurre ahora a los partidos de más reciente creación, el mensaje de
los populares catalanes, y sus propuestas, fluctuaron en la búsqueda de su
“nicho de mercado”. Sin ir más lejos vale la pena recordar como, por ejemplo,
Alejo Vidal Quadres, una de las mentes más lúcidas del mundo académico catalán
consiguió articular un discurso atractivo para el electorado de centro-derecha
a la vez que nítidamente diferenciado del convergente, por su mayor apertura y
su menor tendencia a la endogamia. Sin embargo, al no conseguir Aznar, en su
primera legislatura, la mayoría absoluta a nivel nacional, acabó aceptando
sacrificar al orador de la voz ronca en el altar pujolista. Por supuesto, todo
lo construido hasta entonces se vino abajo. Y constituyó todo un aviso para los
militantes navegantes de esa comunidad autónoma.
Pujol puso en
marcha su programa de colonización e instrumentalización de todas las
instituciones mediáticas, políticas y sociales a su alcance, tal como ahora
hace Sánchez, siendo muy consciente que había que anular, sobre todo, a los
rivales que le eran más próximos en su segmento ideológico. Lo que se
materializó a través de la consigna de que no se podía ser un buen catalán si
se militaba o votaba al PP. Lo que, unido al hecho, como hemos mencionado, que
el PP castigó a sus mejores hombres por el simple hecho de ser molestos para
llegar a acuerdos con el Molt Honorable, era claro que declararse popular en
Cataluña se convertiría en una dura travesía que requería mucha más convicción
que en el resto de la nación.
Por su parte, en
Baleares, y otras comunidades, el PP optó por incluir en su discurso mensajes
de corte nacionalista con la idea de evitar el surgimiento de fuerzas políticas
que intentaran seguir el camino de Convergencia, muy al estilo del PSC. Lo cual
acabó resultando un éxito inicial que, sin embargo, con el tiempo, acabaría
haciendo aflorar algunas contradicciones respecto a cómo entender el estado de
las autonomías.
Así pues, por lo dicho, no puede extrañar, pues,
que el PP catalán tuviera dificultades para contar con una amplia militancia
con la suficiente capacidad de participación para nombrar a sus dirigentes y
contar con representantes propios en el entramado social, lo que llevó a que
los líderes fueran propuestos desde los órganos centrales del partido, con más
o menos acierto.
De esta forma no se
ha llegado a modular un mensaje proactivo que le otorgue un mínimo de
iniciativa, como si solo fuese posible abanderar críticas a todo aquello que no
fuese el statu quo. Una situación
impropia de un gran partido político, generadora de un bucle melancólico. Un
círculo vicioso desde el que sólo se vislumbra algún horizonte en un futuro
incierto.
Después, el
presidente Zapatero configura el Pacte del Tinell que se materializó en un
nuevo Estatut, cogiendo nuevamente a la formación popular catalana, y de otras
comunidades, con el pie cambiado por lo que se limitó a rechazarlo, pero sin
evitar que el ejemplo cundiese entre otras autonomías, incluyendo la nuestra. Y
así llega la crisis económica de 2008. El convergente Artur Más, elegido
President, inicialmente aplica una política económica ortodoxa de contención
del gasto público, al gusto de los dirigentes europeos de entonces y de la
ministra española Elena Salgado. El resultado fue que la popularidad y el apoyo
social de los herederos del pujolismo se derrumbaron. Y lo que es peor,
simultáneamente, se pone de manifiesto que la política clientelar practicada
desde la Generalitat está plagada de episodios de corrupción. Así, acorralados
ponen en marcha el Procés.
El PP catalán vive
aquellos acontecimientos desarbolado observando como una parte muy importante
de la sociedad que intenta representar clama por un partido no-nacionalista.
Sin poderse librar de su mochila, observa como esos catalanes optan por
Ciudadanos. Un nuevo partido que acaba teniendo tanto éxito que se atreve a
desafiar, como ocurrió antes con la mencionada "Operación Roca", a
todo el centro derecha del ámbito nacional.
La historia más
reciente también es más fácil de recordar, y en toda ella hay una constante
sobre la que hacer un “mea culpa” popular, no hay propuestas del principal
partido de centro derecha español sobre cómo resolver los problemas propios del
Estado de las Autonomías. Es más, a nivel nacional, su vocación de partido de
masas, le lleva a aceptar muchos de los elementos de la corrección política que
borran las posibles señas de identidad propia diferenciada.
Por todo lo
anterior a nadie le puede extrañar que el presidente Rajoy optará por el inmovilismo
en aquellos aciagos días del otoño de 2017. Lo cual llevó al paradójico
nacimiento de Vox, la criptonita que desde entonces le impide llegar al
gobierno.
Como militante del
Partido Popular, me inclino a pensar que resolver nuestra más importante
asignatura pendiente es la principal tarea a la que nos deberíamos dedicar. La
financiación autonómica debería generar incentivos al crecimiento económico
mediante la identificación clara y diáfana de responsabilidades fiscales. El
sistema electoral también debería adaptarse a cada comunidad para evitar la
reproducción mimética de todos los organismos estatales. Y, sobre todo, el
Partido Popular puede ofrecer un perfil propio distinto de las derechas
nacionalistas, mucho menos estatista e intervencionista, es decir, puede
ofrecer perfil mucho más liberal. Teniendo muy presente que la competencia
entre administraciones reduce el poder de las élites burócratas y que la
minoría más pequeña a proteger es el propio individuo con total independencia
de su identidad.