La política es la lucha descarnada por el poder. La coherencia o incoherencia, el escurridizo bien común, la verdad o la mentira, la neutralidad o clientelismo, los buenos o malos desempeños económicos, la sinceridad o el engaño, la promoción de la unión o de la división social, etc. son tan solo instrumentos utilizados en esa pugna. De hecho, la impostura, es decir, el retorcer los argumentos en beneficio propio es una de las prácticas más habituales. Lo que importa es el poder, todo lo demás es secundario. Es por esto mismo, aquél afirmó que la política es sobre todo el arte de la apariencia.
Desde que ocupara la más alta magistratura nacional, Pedro Sánchez no ha dudado ni un momento en utilizar todos esos instrumentos para alcanzar y retener el poder. Ningún otro presidente del gobierno de España se había atrevido a utilizar un nivel de maquiavelismo tan descarado. Además, sabe que ningún otro de sus actuales rivales parece capaz de envainarse los escrúpulos necesarios para hacerlo. Por todo eso, hasta el pasado 28 de mayo, fui de la opinión que el sanchismo, con su colonización institucional y mediática, podía durar mucho tiempo, al menos tanto como el pujolismo.
Sin embargo, las elecciones autonómicas y municipales supusieron, para mí, una sorpresa que me hizo reconsiderar la situación. Ciertamente, parecía que se consolidaba una tendencia que se había iniciado, tiempo atrás, en diferentes confrontaciones autonómicas aisladas, como son los casos de Galicia, Madrid, Castilla-León o Andalucía. Así que, como muchos, acepté la idea de que este verano se podía producir un cambio de ciclo.
Pero tras los resultados de este pasado domingo he recuperado mi antigua idea de que quien esté dispuesto a hacer cualquier cosa, y a pagar el precio más alto, por el poder lo alcanzará y lo mantendrá; son legiones los que están dispuestos a seguir al poderoso. Sobre todo, como parece, si nadie más, por convicciones morales o de otro tipo, no está dispuesto a llegar tan lejos en la carrera.
Ahora bien ¿Cuáles han sido los elementos que, en tan sólo dos meses, le han permitido realizar una notable remontada? En mi opinión son básicamente tres, el primer vértice del triángulo es que los comicios autonómicos del 28M tenían algo de espejismo al no incluir ni a Cataluña ni a Euskadi. Qué duda cabe que el PSC siempre ha sido, y continúa siendo, uno de los principales soportes de la corriente zapatero-sanchista del PSOE y que, por tanto, en cualquier análisis debería haberse considerado. Algo similar, aunque con un peso menor, se puede decir del PSE.
En segundo lugar, el hecho que Vox ha hacer valer en exceso sus resultados locales en los diferentes procesos de negociación, ni les ha ayudado a ellos ni tampoco a su potencial socio del PP. Los tristes espectáculos ofrecidos en la comunidad extremeña o en el mismísimo ayuntamiento de Palma, entre otros, probablemente ha provocado un prematuro e innecesario desgaste. Parecían mostrar que esos dirigentes locales no entendían que la prioridad, para contrarrestar los efectos del sanchismo, tendría que haber sido el regreso a la concordia propia del inicio de la transición. El contundente retroceso de Vox es buena prueba de ello, les ha podido su naturaleza combativa.
Dejando de lado a los abstencionistas, somos unos once millones los españoles que nos consideramos de derechas y otros once los que se consideran de izquierdas. Dos millones desean no serlo, así que, sin entendimiento entre los dos bloques mayoritarios, son estos últimos los que acaban decantando la balanza. A eso apostó Zapatero en su momento y ahora, con determinación redoblada gracias al dinero de Bruselas, lo hace Sánchez. El poder es el poder.
Por último, pienso que ha habido un tercer elemento importante en estos extraños resultados electorales. Me refiero a la excesiva confianza del PP en una victoria holgada. Mientras Sánchez se empleaba a fondo en contrarrestar su imagen de autómata carente de sentimientos humanos, Feijoo ha menospreciado la posibilidad de realizar un ejercicio de acercamiento sentimental a su público. Incluso parecía adoptar un distante aire institucional propio de un primer ministro. Y ya se sabe, en las batallas políticas del siglo XXI los sentimientos están por encima de las ideas y también de los hechos.
¿Qué pasará a partir de ahora? En política nunca se sabe, aunque lo más probable es que la hirviente ambición de Sánchez le lleve a conformar un nuevo gobierno Frankenstein, al menos, durante unos meses en los cuales esperará a que la derecha mayoritaria vuelva a entrar en crisis de liderazgo (¡Calma ayusistas!), momento en que el maquiavélico socialista aprovechará para convocar otras elecciones.
A pesar de todo lo dicho, soy de la opinión que sí se ha producido la derogación del sanchismo, todos sus socios a excepción de Bildu han sido castigados. Sin embargo, de momento no está claro que el propio Sánchez lo haya llegado a entender, más bien parece que cree que puede añadir un capítulo más a su manual de resistencia.
En definitiva, la nueva configuración de las fuerzas parlamentarias previsiblemente desembocará en una coalición de perdedores cuyo origen es la confluencia de tres principales fuerzas, un Sánchez sin ideología definida que le limite y cuya única y exclusiva aspiración es mantenerse en el poder a toda costa y a cualquier precio; una parte del electorado que tradicionalmente no desea ser español; y una derecha todavía muy dividida incapaz de establecer objetivos prioritarios comunes, con dificultades para actuar conforme al taimado, camaleónico y frío rival que tiene enfrente. Si no se modifica alguno de los vértices de ese triángulo, pienso que tenemos Sánchez para rato.
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