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Para los que ya acumulamos años nos resulta curioso observar como ahora se llama pomposamente “economía circular” a lo que, en muchas ocasiones, no es más que una vuelta a las viejas prácticas de nuestra infancia. Pues recordamos como, de niños, la ropa iba pasando de los hermanos, o primos, mayores a los más pequeños, o como nuestras madres nos enviaban a por leche con los envases de vidrio usados vacíos para que nos descontaran algunas pesetas. Los zapatos se reparaban, las latas de conserva se podían reutilizar como recipientes, al tiempo que nos enseñaban que había que comer todo lo que nos ponían en el plato hasta dejarlo limpio. Mi abuelo materno, un conocido oftalmólogo de la ciudad, me enseñó a elaborar determinados instrumentos de los que tenía en su consulta, y por supuesto, a reparar todo aquello que fuese menester.
Los veranos, de casi tres meses, los pasábamos en un pinar-garriga de Portol casi aislados, por completo, de cualquier forma de civilización. En una casa sin electricidad, ni agua corriente, así que, de forma natural, aprendimos a no malgastar ninguno de nuestros recursos. De un pozo, y con un cubo convenientemente agujereado para evitar estancamientos, extraíamos la cantidad de agua necesaria para una ducha fría (o para cualquier otra cosa), la leña necesaria para hacer fuego la recogíamos por los alrededores, con la naturalidad con la que se trata algo que tiene valor. Aquella casa tenía un cuarto semisótano en donde se guardaban todo tipo utensilios, tanto en buen como en mal estado, pues ninguno se despreciaba ya que siempre se le podría encontrar, quizás por piezas, otra utilidad. Por todo ello la única basura que se generaba era orgánica a excepción, de tarde en tarde, de las pilas de las linternas y del transistor.
Para muchos de los que vivimos experiencias parecidas la ahora llamada "circularidad" ha impregnado muchas de nuestras pautas de consumo. Por ejemplo, uso el mismo cinturón de cuero desde hace casi cuarenta años, conduzco un coche pequeño que tiene más de veinte, conservo en perfecto estado de revista, y a menudo empleo, el reloj y la estilográfica de mi primera comunión. Durante un tiempo actué como voluntario retirando basura de muchas de nuestras playas. Es lógico que, con la llegada de Internet, me acostumbra a realizar compras (y ventas) de objetos de segunda mano, tal como así ha sido.
Así que creo poder afirmar que lo de reparar, reutilizar y reciclar forma parte de mi cultura familiar heredada. Y en este sentido soy de la opinión que, más allá de la cleantech, acta sobre todo para grandes empresas, la creación de mercados y mercadillos de todo tipo, y la reducción o eliminación (en determinados casos) del impuesto de transmisiones patrimoniales constituye la mejor política para favorecer la circularidad. Pues, sencillamente, cuanto más fácil sea enajenar o adquirir un bien usado más se amplía la posibilidad de aprovechar al máximo todo el potencial de lo ya manufacturado.
Es cierto, que las modernas técnicas de producción en masa han abaratado tanto los costes de producción y distribución que, desde el punto de vista estrictamente económico, no vale la pena plantearse la reparación de algunos bienes. Sin embargo, no siempre es así, tal como ocurre actualmente con los coches eléctricos. Pues, sus precios de tarifa son lo suficientemente elevados como para que se pueda afirmar que no están al alcance de la mayoría.
Quizás por todo lo anterior el 27 de abril de 2021, en este mismo diario, publiqué un artículo titulado "Enchufar coches de gasolina", animando a reducir las trabas burocráticas para reciclar los vehículos con motor de combustión en eléctricos. Una idea netamente "circular", pues 30 millones de coches son ingentes cantidades de materias primas. De hecho, aunque solo se realizará la reconversión de una parte relativamente pequeña del actual parque automovilístico, seguramente se convertiría en la mayor operación de circularidad.
Pues bien, el pasado 9 de mayo la diputada popular Elena Castillo López defendió esta misma idea en el Congreso en forma de toma en consideración como proyecto de ley. Desgraciadamente, la actual mayoría autodenominada progresista la rechazó. Sin duda, este es un motivo más que me anima a votar al Partido Popular.
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