Quien haya viajado por los EEUU y haya visitado los “down town” de sus ciudades habrá podido observar un comercio muy vivo, con encantadoras coquetas tiendas generalmente de tamaño pequeño; a veces muy pequeño, incluso miniatura.
En ese gran país el pequeño comercio goza de mucha fortaleza, y no está regulado, o muy poco respecto a los estándares de por aquí.
Quien haya viajado por Francia habrá podido observar como cerca de muchas de sus pequeñas y atractivas ciudades han aparecido una especie de “polígonos industriales”, en donde se juntan tiendas de gran tamaño, casi “grandes superficies” aunque no tanto, pues allí éstas últimas no están permitidas.
Las tardes de los viernes y los sábados muchos franceses dejan de pasear por las pequeñas calles del centro de sus bonitas ciudades, para visitar esos grandes almacenes de las afueras; que legalmente no lo son, ya que se quedan a pocos metros cuadrados de lo establecido para recibir esa calificación.
Por último, quien paseé por la calle San Miguel de nuestra ciudad, podrá observar como las tiendas que se cierran son las de menor tamaño, y las que se abren son mucho mayores. Es decir, que el tamaño va creciendo; a veces tanto, que sólo las franquicias de multinacionales pueden hacer frente a las inversiones iniciales.
Por increíble que parezca en Francia y en Baleares, el comercio está muy regulado, paradójicamente para proteger a los más pequeños.
Los economistas sabemos que muchas leyes que tienen buenas intenciones, pueden provocar efectos perversos, a los que llamamos “consecuencia no intencionas”. Este es uno de los motivos por los que solemos preferir menos regulación y menos intervención.
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