martes, 25 de julio de 2023

Tres vértices del resultado electoral

mallorcadiario.com

La política es la lucha descarnada por el poder. La coherencia o incoherencia, el escurridizo bien común, la verdad o la mentira, la neutralidad o clientelismo, los buenos o malos desempeños económicos, la sinceridad o el engaño, la promoción de la unión o de la división social, etc. son tan solo instrumentos utilizados en esa pugna. De hecho, la impostura, es decir, el retorcer los argumentos en beneficio propio es una de las prácticas más habituales. Lo que importa es el poder, todo lo demás es secundario. Es por esto mismo, aquél afirmó que la política es sobre todo el arte de la apariencia.

Desde que ocupara la más alta magistratura nacional, Pedro Sánchez no ha dudado ni un momento en utilizar todos esos instrumentos para alcanzar y retener el poder. Ningún otro presidente del gobierno de España se había atrevido a utilizar un nivel de maquiavelismo tan descarado. Además, sabe que ningún otro de sus actuales rivales parece capaz de envainarse los escrúpulos necesarios para hacerlo. Por todo eso, hasta el pasado 28 de mayo, fui de la opinión que el sanchismo, con su colonización institucional y mediática, podía durar mucho tiempo, al menos tanto como el pujolismo.

Sin embargo, las elecciones autonómicas y municipales supusieron, para mí, una sorpresa que me hizo reconsiderar la situación. Ciertamente, parecía que se consolidaba una tendencia que se había iniciado, tiempo atrás, en diferentes confrontaciones autonómicas aisladas, como son los casos de Galicia, Madrid, Castilla-León o Andalucía. Así que, como muchos, acepté la idea de que este verano se podía producir un cambio de ciclo.

Pero tras los resultados de este pasado domingo he recuperado mi antigua idea de que quien esté dispuesto a hacer cualquier cosa, y a pagar el precio más alto, por el poder lo alcanzará y lo mantendrá; son legiones los que están dispuestos a seguir al poderoso. Sobre todo, como parece, si nadie más, por convicciones morales o de otro tipo, no está dispuesto a llegar tan lejos en la carrera.

Ahora bien ¿Cuáles han sido los elementos que, en tan sólo dos meses, le han permitido realizar una notable remontada? En mi opinión son básicamente tres, el primer vértice del triángulo es que los comicios autonómicos del 28M tenían algo de espejismo al no incluir ni a Cataluña ni a Euskadi. Qué duda cabe que el PSC siempre ha sido, y continúa siendo, uno de los principales soportes de la corriente zapatero-sanchista del PSOE y que, por tanto, en cualquier análisis debería haberse considerado. Algo similar, aunque con un peso menor, se puede decir del PSE.

En segundo lugar, el hecho que Vox ha hacer valer en exceso sus resultados locales en los diferentes procesos de negociación, ni les ha ayudado a ellos ni tampoco a su potencial socio del PP. Los tristes espectáculos ofrecidos en la comunidad extremeña o en el mismísimo ayuntamiento de Palma, entre otros, probablemente ha provocado un prematuro e innecesario desgaste. Parecían mostrar que esos dirigentes locales no entendían que la prioridad, para contrarrestar los efectos del sanchismo, tendría que haber sido el regreso a la concordia propia del inicio de la transición. El contundente retroceso de Vox es buena prueba de ello, les ha podido su naturaleza combativa.

Dejando de lado a los abstencionistas, somos unos once millones los españoles que nos consideramos de derechas y otros once los que se consideran de izquierdas. Dos millones desean no serlo, así que, sin entendimiento entre los dos bloques mayoritarios, son estos últimos los que acaban decantando la balanza. A eso apostó Zapatero en su momento y ahora, con determinación redoblada gracias al dinero de Bruselas, lo hace Sánchez. El poder es el poder.

Por último, pienso que ha habido un tercer elemento importante en estos extraños resultados electorales. Me refiero a la excesiva confianza del PP en una victoria holgada. Mientras Sánchez se empleaba a fondo en contrarrestar su imagen de autómata carente de sentimientos humanos, Feijoo ha menospreciado la posibilidad de realizar un ejercicio de acercamiento sentimental a su público. Incluso parecía adoptar un distante aire institucional propio de un primer ministro. Y ya se sabe, en las batallas políticas del siglo XXI los sentimientos están por encima de las ideas y también de los hechos.

¿Qué pasará a partir de ahora? En política nunca se sabe, aunque lo más probable es que la hirviente ambición de Sánchez le lleve a conformar un nuevo gobierno Frankenstein, al menos, durante unos meses en los cuales esperará a que la derecha mayoritaria vuelva a entrar en crisis de liderazgo (¡Calma ayusistas!), momento en que el maquiavélico socialista aprovechará para convocar otras elecciones.

A pesar de todo lo dicho, soy de la opinión que sí se ha producido la derogación del sanchismo, todos sus socios a excepción de Bildu han sido castigados. Sin embargo, de momento no está claro que el propio Sánchez lo haya llegado a entender, más bien parece que cree que puede añadir un capítulo más a su manual de resistencia.

En definitiva, la nueva configuración de las fuerzas parlamentarias previsiblemente desembocará en una coalición de perdedores cuyo origen es la confluencia de tres principales fuerzas, un Sánchez sin ideología definida que le limite y cuya única y exclusiva aspiración es mantenerse en el poder a toda costa y a cualquier precio; una parte del electorado que tradicionalmente no desea ser español; y una derecha todavía muy dividida incapaz de establecer objetivos prioritarios comunes, con dificultades para actuar conforme al taimado, camaleónico y frío rival que tiene enfrente. Si no se modifica alguno de los vértices de ese triángulo, pienso que tenemos Sánchez para rato.

martes, 18 de julio de 2023

A favor del bipartidismo

mallorcadiario.com 

Desgraciadamente la democracia española nunca ha sido del todo bipartidista, pues junto con los grandes partidos, con opciones de gobernar, siempre han existido otros de corte nacionalista o independentista que, de forma sistemática, se han decantado por el populismo centrifugo gozando de una gran capacidad de influencia también en el ámbito nacional.

Más tarde, a raíz de la crisis del 2008, surgió el un renovado populismo comunistoide que denunciaba que la alternancia en el poder del PSOE y el PP no era capaz de resolver los nuevos retos se estaban planteando. Y que, sobre todo, que no era capaz de materializar la auténtica rendición de cuentas que se supone comporta un cambio de gobierno.

Por último, la indefinición de aquel momento del Partido Popular en materia autonómica, al mostrarse, por un parte, relativamente próximo algunos de los planteamientos de determinados nacionalismos al tiempo que parecía apostar por una centralidad fiscal, que ahora, con Madrid al frente, está decidido a enmendar, conllevó la aparición de nuevas agrupaciones en el ámbito de la derecha cuando acaecieron los hechos del 2017 en Cataluña.

De esta forma, visto con perspectiva, quizás se puede observar como los partidos sin opción de gobierno han tenido un fuerte protagonismo en el devenir político en la democracia española. De hecho, es evidente que también se gobierna desde la oposición, o con alianzas muy puntuales, y así lo han hecho con notable éxito, de forma especial, los nacionalistas.

Las opciones políticas que no aspiran al gobierno se sienten menos constreñidas tanto a hora de elegir los problemas sociales como a la hora de realizar propuestas de solución, de manera que tienden a dedicar sus esfuerzos a construir relatos -en muchas ocasiones fantásticos o fantasiosos- que pueden acabar teniendo una gran influencia en el cuerpo electoral y, por tanto, indirectamente en quien está al frente el timón de mando.

Así, en mi opinión, muchos de los problemas sociales de nuestro país tienen su origen en una inadecuada política que ha sido, y es, el resultado de la influencia de los partidos más pequeños. El fuerte crecimiento del gasto público (con frecuencia mero gasto político), la dualidad en el mercado laboral, la configuración del recibo de luz (con sus grandes costes regulatorios), la burocratización de la administración, el deficiente funcionamiento de los lobbies de presión, la politización de la educación, el problema catalán, etc., etc. tienen, con frecuencia, su fundamento inicial en los relatos y las ofertas de los partidos que se presentan a las elecciones sin el freno que supone la perspectiva de tener que rendir cuentas desde una institución de gobierno (recordemos como Pujol, el gran populista, nunca quiso ministros convergentes).

Un bipartidismo realmente asentado supone un filtro añadido para las propuestas más estrambóticas y/o extremistas, así como para aquellas de corte populista. Una garantía automática para una política más estable, con mayor seguridad jurídica y con debates de mayor profundidad y, por tanto, con mayores posibilidades de éxito. Ahora, bien para que el bipartidismo se pueda dar en plenitud, los partidos tienen que ser más abiertos, más permeables y, sobre todo, menos dependientes de quien ejerza su liderazgo en un momento concreto.

La selección de las élites y cuadros que estarán al frente de las instituciones, es otra de las importantes labores que se realizan en el seno de los partidos. Y qué duda cabe que ésta será más rigurosa cuando realmente se tenga que hacer frente a los complejos problemas de la sociedad actual. Los gobiernos de coalición de 22 ministros además de inoperantes, necesariamente, tendrán que contar con personas menos solventes y preparadas.

Por todo ello, personalmente soy un firme partidario del bipartidismo, y desde hace tiempo sostengo que las leyes electorales, sobre todo en lo que hace referencia a la configuración de las circunscripciones marcan poderosamente el tipo de las organizaciones políticas que forman parte del juego democrático. Pienso, así, que el principal debate que debería abordar la sociedad española, y especialmente la balear, es el debate electoral, por muy difícil que este sea.

martes, 11 de julio de 2023

Mercado libre: cuando el pez chico se come al grande

mallorcadiario.com

La libertad es una e indivisible, es imposible considerar que los miembros de una sociedad son realmente libres si no existe libertad para elegir la forma de interactuar con los demás. Es por ello que los regímenes que han pretendido sustituir las interindividuales, propias de un mercado libre, por alguna forma de planificación jerarquizada, sistemáticamente, acaban siendo dictaduras totalitarias.

La libertad de mercado no siempre es el resultado de un orden alcanzado y mantenido de forma espontánea, pues se caracteriza por la libre competencia empresarial, y ésta tiende a desaparecer si no se la preserva de forma consciente mediante la igualdad ante la ley y la ausencia de privilegios. Vivir y trabajar en un ambiente de competencia es incómodo, hay que tener los músculos y los nervios siempre en tensión, por lo que los empresarios que participan en ese tipo de ambiente mercantil, lógicamente, tenderán a buscar la salida que les permita zafarse de sus rivales. De hecho, en competencia los beneficios empresariales, simplemente, no existen, los precios de los productos y los servicios son los de coste. Es decir, la empresa competitiva puede retribuir los factores de trabajo y capital, pero nada más.

Es por eso que, el papel del empresario, en el mundo genuinamente capitalista, consiste en conseguir algún tipo de ventaja sobre sus rivales, aunque sea de manera coyuntural, para atraer y seducir a los potenciales clientes. Algo que se puede hacer de dos formas.

La primera, que podemos denominar "la buena", es diferenciando su producto y controlando al máximo los costes de producción. Digo que es "la buena" porque ambas actitudes conllevan un proceso de innovación que, con frecuencia, requiere dedicar esfuerzos a la I+D+i. Así, si tiene éxito en ese camino, durante un tiempo podrá gozar de beneficios empresariales (hasta que los competidores le imiten y, por tanto, lo alcancen), los consumidores, por su parte, podrán tener a su disposición mejores y más asequibles productos.

Este tipo de capitalismo es el que ha conseguido que cualquiera de nosotros pueda vivir bastante mejor que el rey de la Francia prerrevolucionaria. Muchos de los bienes y servicios de consumo actuales eran inimaginables para Luís XVI.

La otra forma de evitar la presión de los competidores, "la mala", es actuando deshonestamente, como puede ser poniendo palos en las ruedas a los rivales. Un sabotaje o una campaña de desprestigio pueden ser un ejemplo. Sin embargo, está claro que nadie quiere ser delincuente tanto por razones morales como legales, por lo que esta forma fórmula queda descartada. Ahora bien, existe una modalidad enmarcada en los límites de la ley, de esta forma "mala" de actuar, que consiste en apelar al gobierno de turno para que regule el mercado en el sentido de establecer barreras que expulsen (o impidan la entrada) a otras empresas competidoras.

Dicho todo lo anterior, se puede ver con claridad que sólo en un mundo en donde exista un gobierno intervencionista dispuesto a intercambiar regulaciones de mercado por apoyos políticos se cumple la máxima que el pez grande se come al chico. Pues, en caso contrario, cualquiera puede estar en condiciones de ofrecer un mejor producto a costes más ajustados, lo que limita tanto el poder del empresariado establecido que, a poco que relaje sus músculos o sus nervios verá como un rival más pequeño lo destrona, quizás, para siempre.

La historia empresarial del mundo genuinamente capitalista está llena de ejemplos de innumerables macro-empresas que no han sido capaces de hacer frente a un nuevo rival mucho más pequeño. ¡Los empresarios del genuino capitalismo nunca pueden relajarse! Siempre existe la posibilidad que otros, de cualquier tamaño, corran más. Esa es la auténtica característica del capitalismo de libre mercado, la permanente destrucción creativa que explica el “cuerno de la abundancia” que sistemáticamente le es negado al mundo socialista o nacionalista.

Por supuesto, los grandes empresarios que prefieren acudir a los despachos del gobierno para mantener su statu quo son inteligentes. Lo harán en mayor medida cuanto más intervencionista sea el poder. Y para alcanzar los privilegios legales que desean apelarán siempre a argumentos sociales, de igualdad, de seguridad o salud pública o, tal vez, medioambientales que le resulten más atractivos para el interlocutor político. En ningún caso, claro está, defenderán el mantenimiento de su situación ni la restricción de la libre competencia, a pesar de que eso sea lo que realmente quieren conseguir.

Pues bien, como los políticos de izquierda tienden a rechazar las libertades asociadas al mercado en nombre de los argumentos expuestos, con frecuencia, dichos grandes empresarios preferirán apoyar, de forma directa o indirecta (a través de fundaciones, por ejemplo), a esos idearios políticos más dispuestos a una mayor intervención. Este razonamiento explica que a todos nos vengan a la mente nombres grandes empresarios mediáticos cuya elaborada imagen cuadra mejor con posiciones de izquierda.

En definitiva, es la propia libertad económica la que limita el poder del gran empresariado. Y lo hace con tanta frecuencia que son numerosas las ocasiones en que se ha podido afirmar que el pez pequeño se comió al grande. Es por eso que es tan importante que desde las tribunas públicas se realicen discursos defendiendo un concepto amplio de libertad, que incluya, como no puede ser de otra manera, la libertad económica. Su poder de seducción se tiene que hacer oír.

martes, 4 de julio de 2023

La victoria de la derecha

 mallorcadiario.com

Hasta las pasadas elecciones del 28 de mayo era un lugar común afirmar que la derecha ganaba cuando los asuntos económicos no marchaban bien. Esta vez, pienso, no ha sido así. La victoria del bloque encabezado por el PP se fundamenta en dos factores, el primero es puramente de mecánica electoral, debido a la desaparición de Ciudadanos. El segundo es el cansancio del ultra intervencionismo sanchista-armengolista.

Es cierto que la situación económica dista mucho de ser satisfactoria, pero también lo es que las ingentes cantidades de dinero, recién impreso, llegadas de Frankfurt atenúan mucho la percepción. A lo que habría que añadir la colonización gubernamental de muchos de los estamentos capaces de realizar una correcta contabilidad de las macromagnitudes.

El neo-intervencionismo sanchista-armengolista, con y sin Covid, ha penetrado por todo, dando alas a los populismos nacionalistas y neo-comunistas. Señalando como hay que hablar y en que idioma, que es lo que se puede decir y lo que no, que es lo que se puede comer, que debemos pensar sobre el tiempo y el clima, a que temperatura debemos tener nuestros centros de trabajo y nuestros hogares, que tipos de coches se pueden conducir, que nuestro dinero lo maneje preferentemente un ministro cualquiera, que ha nuestros hijos los eduque una burocracia invasiva y, sobre todo, el intento de imposición de un neo-puritarismo sobre las relaciones humanas. La expresión “lo personal es político” ha alcanzado cotas casi asfixiantes que, en cierta medida, nos recuerdan las historias, narradas por nuestros mayores, sobre la época del nacional-catolicismo, inspirado en el extremo político contrario. Hemos podido palpar aquello que Muñoz Seca dejó escrito en forma de comedia: “Los extremeños se tocan”.

Por todo ello, los nuevos gobernantes, previsiblemente, pondrán más énfasis en la recuperación de los grados de libertad constreñidos que en la mera gestión de las cuentas y finanzas públicas, aunque una cosa esté íntimamente ligada con la otra. De hecho, así se puede interpretar el acuerdo dado a conocer la pasada semana entre el PP y Vox. Todo el documento respira ese nuevo ambiente de aire más fresco al otorgar mayor margen de maniobra a las personas, en detrimento de los estamentos políticos y funcionariales. Lo mismo se puede afirmar al escuchar el discurso de investidura de la que será la nueva presidenta.

Si el PP de Marga Prohens se ajusta la hoja de ruta cuya brújula tiene por norte la preservación de las mayores cotas de libertad individual, con la asunción de las propias responsabilidades, pienso que acaban ocurriendo dos fenómenos muy deseados. El primero es que la economía fructificará de forma equilibrada al facilitar la realización del mayor número de proyectos personales. Mientras que, por otro lado, el PP puede pasar de ser considerado, por mucha de la opinión publicada, un nasty-party que pone mucho más énfasis en el rigor presupuestario a ser considerado el partido simpático y colorido que representa la parte más alegre y confiada de la sociedad.

De hecho, el título de nasty-parte, en buena medida, ya ha pasado a los partidos de izquierda que representan ahora lo pesado, lo oprimente por cuadriculado, lo constreñido y sofocante. Dependerá de cómo ejerzan la oposición el que continúen ostentando dicho título durante mucho tiempo. Pues, lo lógico sería que el PSOE, como principal formación de la izquierda, decidiera zafarse de sus compañeros de viaje nacionalistas y neo-comunistas por ser contrarios al ambiente de libertad. Sin embargo, la barrera a la que se enfrenta el centenario partido es la de sus dirigentes. Desgraciadamente, en el interior de las formaciones no existen mecanismos claros para relevar a los líderes caídos.

Por todo eso, el interés de la legislatura se centrará tanto en que el PP siga la hoja de ruta natural que ellos mismos diseñado y por la cual han recibido el respaldo popular, sino también en la respuesta por la que opte el PSOE, puesto que, como señalamos, de nacionalistas y neo-comunistas resulta mucho más difícil esperar una mayor adaptación a la realidad social.