Por una política aburrida
Ante las inminentes
próximas elecciones, tanto locales y autonómicas, como nacionales, pienso que
en vez de analizar las distintas ofertas que nos realizan los partidos,
-siempre con nuestro dinero-, puede ser más interesante escribir unas pocas
líneas sobre lo que, desde mi punto de vista, me gustaría a mí solicitarles. No
sería otra cosa que lo que se puede resumir en una política monótona, gris y
aburrida, sin leyes que lleven el nombre de un conseller o un ministro, ni que tengan
su origen en el trending topic de la
red social de moda, sin aló presidente, ni normas que cambien de semana en
semana, sin discursos cuya única intención es justificar captar la atención del
periodista a sueldo que la convertirá en titular, sin sorpresivas subvenciones
para el colectivo que se desmarca en las encuestas, etc.
En fin, como decía, les pediría una política aburrida en la que sólo se aprueben leyes suficientemente meditadas, respetando los tiempos y las formas, tras debates sociales plasmados preferentemente en artículos de opinión extensos. Me gustaría que se hiciesen propuestas constructivas que, ni desprecien la historia ni que intenten modificarla, sino que supongan un mínimo grado de respetuoso compromiso con los que nos precedieron en la vida. Y que, al mismo tiempo, tengan la suficiente amplitud de miras como para contar también con los que todavía no han nacido. Sin importar que ni unos ni otros tengan derecho a voto en estas próximas elecciones.
En esa línea, les pediría tanto a las formaciones políticas como a sus líderes, que no se saquen más conejos de la chistera, ni que nos intenten colocar unicornios, aunque éstos tengan la forma de tranvías, de repúblicas, de paguitas que no llegan o de fondos resilientes. A la vez que también les pediría que, por muchos votos que consigan, tengan una actitud absolutamente democrática respetando estrictamente a las minorías, recordándoles que la minoría más pequeña que existe es el propio individuo.
Soy de la opinión que los intentos de transformar el marco mental de las personas a través de los medios de comunicación de masas, se ha convertido en una las estrategias políticas que más degradan la democracia. Por lo que considero que explicitar y limitar los recursos dedicados a la propaganda gubernamental se ha convertido una imperiosa necesidad.
Ahora bien, que nadie se confunda, el aburrimiento que desearía no significa para nada dejar de lado la agenda reformista, sino más bien centrarla en aquello que es importante por fundamental. Para empezar, sinceramente, pienso que, tras la experiencia de los últimos años, un cierto nuevo giro hacia el bipartidismo puede contribuir a que las propuestas más radicales y estrambóticas tengan que pasar más filtros, contribuyendo al aburrimiento que deseo. Aunque considero que para que ese giro se produzca los partidos de mayor solera deberían intentar alejarse de las estratégicas de populismo facilón, mostrando la valentía necesaria para adoptar programas reformistas que comiencen haciendo propuestas acerca de la ley de partidos, para corregir lo que no ha funcionado en el seno de sus propias organizaciones, propiciando la actual fragmentación. Quizás, de esta forma, se podría comenzar a evitar el deslizamiento degradante de la política a la categoría de espectáculo.
Así mismo, tampoco soy de la opinión que tener un buen gobierno pase necesariamente por contar con bueno gobernantes. Pues en un sistema de alternancia siempre cabe la posibilidad de que alcance el poder quien no cuente con la formación, capacidad o actitud suficiente. Pero por eso mismo, pienso que hay que dar mayor importancia al perfeccionamiento del sistemático juego limitador del equilibrio de poderes, poniendo especial énfasis en el papel de la prensa y la propaganda.
En definitiva, en estas líneas estoy identificando la política de altura con el aburrimiento, porque pienso que, en una sociedad compleja y madura, sencillamente, no es posible conseguir auténticas mejoras sociales con pensamientos del tamaño de un tuit.
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