Las ventajas políticas de la agenda medioambientalista sobre la economía.
Preocuparse por el
futuro económico de nuestros hijos y nietos es ahorrar. Preocuparse por el
futuro medioambiental de nuestros hijos y nietos es gastar. Esta es, sin duda,
uno de los motivos por los cuales se pone, desde buena parte del espectro
político, mucho énfasis en las cuestiones medio ambientales y muy poco (o nada)
en las económicas.
Como decía Jeremy Bentham los políticos defienden sus propios intereses y los de sus grupos de presión. Sólo promueven el bien común si coincide con el propio. De esta forma, como en las democracias el horizonte temporal son periodos legislativos breves, normalmente de cuatro años, no dudan de anteponer el corto plazo trasladando los costes al largo. Así, se recurre, reiteradamente al endeudamiento masivo (o a la impresión inflacionista de dinero), para aplazar los costes de sus actuaciones actuales electoralistas o clientelistas a las generaciones venideras. Dicho más llanamente, les tiene sin cuidado el ciudadano que todavía no ha nacido, por la simple razón de que no tiene derecho a voto.
¿Ahora bien, por qué entonces se preocupan tanto del medioambiente o el cambio climático? ¿Por qué intentan preservar, ahora sí, la herencia que dejaremos a nuestros hijos y nietos en esta cuestión exclusivamente? La razón es muy sencilla. Porque la preocupación por el medioambiente futuro, a diferencia de la economía futura, justifica un mayor gasto político presente.
Los políticos cuya única divisa es la ambición menos escrupulosa, como Sánchez y otros, lo han tenido claro desde el primer día. Se colocan el pin de la Agenda 2030 a modo de salvoconducto, pues de entre los 17 objetivos explicitados prevalecen los temas medioambientales a los económicos. Es más, extrañamente el primero de ellos, que es el muy loable “Fin de la pobreza”, aparece más ligado al ambientalismo que a la economía. Y lo mismo ocurre con el resto de temas sociales que se pretenden promover. En todos ellos, las grandes cuestiones económicas quedan relegadas o supeditadas a una mayor intervención gubernativa.
A este tipo de políticos no les importa, en absoluto, conocer que la ecología, como ciencia, es hija de la economía. El origen de las especies de Charles Darwin está dedicado a un economista: Thomas Robert Malthus; porque los animales descritos se comportan de forma similar a como lo hacen los agentes de la City londinense. Tampoco les importa saber que el concepto básico de con la teoría subjetiva del valor de William S. Jevons, explicitado hacia la década de 1870, fue uno los principales motivos por los que se comenzó a valorar los recursos no explotados de la Tierra, es decir, el medioambiente. Una teoría que pretendía desplazar del imaginario colectivo la anterior teoría del valor trabajo de Marx, entre otras cosas, porque si todo valor surge únicamente del trabajo, se podía despreciar el entorno natural al carecer, justamente, de valor social. No fue casualidad que fuese durante aquella década que el presidente norteamericano Ulysses S. Grant creó el primer parque natural del mundo: Yellowstone. Un ejemplo que, poco a poco, imitaron todos los países.
Ciertamente, una economía sólida es el mejor fundamento para alcanzar tanto una sociedad sólida y cohesionada como un medio ambiente bien preservado. Una población cada vez más urbana, lógicamente, valora de forma creciente el medioambiente, y justamente, por eso, los criterios económicos, por sí mismos, pueden resolver muchos de los problemas, generando la riqueza necesaria para hacerlo con una mayor contundencia.
Durante generaciones el petróleo, no fue un recurso económico natural, sino una sustancia asquerosa y maloliente que desvalorizaba por completo los campos en donde aparecía. Sin embargo, cuando en el siglo XIX la creciente demanda de luz artificial hacía imposible continuar utilizando aceite de ballena para tal propósito, se optó por recurrir al que más tarde sería considerado, incluso, el “oro negro”. De alguna forma, fue el sistema económico de precios libres el que evitó la desaparición de los majestuosos animales marinos. Fueron los principios económicos básicos.
En definitiva, como la política seguirá existiendo, como sociedad nos conviene, tal como nos recomendaba Bentham, tener mucha precaución y buenas dosis de desconfianza ante las ofertas electorales de los que aspiran al poder o mantenerse en él. Es justamente por eso que desde aquí recomendaría que cuando quizás alguno nos proponga menos política, y menos poder concentrado en sus manos, le apoyemos. Seguro que el medio ambiente de nuestros hijos y nietos nos lo agradecerá.
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