CORT
DEBE UN HOMENAJE A TARONGÍ
El
canónigo Josef Taronjí (según la
grafía de su sepultura) fue un intelectual de primera línea en la Mallorca de
la segunda mitad del siglo XIX, pues su obra representa mejor que la de algunos
el espíritu aperturista y modernizador que tanto contribuyó a poner las bases
del posterior gran desarrollo social y económico de nuestras islas.
El
clérigo es conocido, sobre todo, por su lucha sin cuartel para superar el
arraigado prejuicio, de parte de la más petrificada sociedad mallorquina,
contra los descendientes de judíos conversos conocidos como xuetas. Una fractura que pervivió mucho
más allá del reconocimiento de los derechos individuales en la legislación
española. Motivo por lo cual, a pesar de las razones que al canónigo le
reconocieron con claridad todas las instancias jurídicas, no le quedó otro
remedio que alejarse de su queridísima tierra natal al final de su corta vida.
Josep Tarongí Cortés, fue discípulo de los más destacados pensadores mallorquines de su
siglo, y participó con entusiasmo del espíritu aperturista y modernizador que
él fundamenta en los valores del humanismo cristiano en concordancia con el
individualismo liberal. Esto es, aquellos que alumbraron los “derechos del ciudadano”, preludio de lo
que ahora conocemos como “derechos
humanos”. Así, desde su púlpito de sacerdote mostró con claridad su
absoluta repulsa a la institución de la esclavitud y la discriminación racial.
Al tiempo que abogó abiertamente por el movimiento constitucional español de
los derechos y la dignidad de las personas.
Bilingüe
militante, fue capaz de defender en castellano la literatura catalana y en
catalán la patria española. Siendo un
intelectual que utilizó la literatura para sostener sus avanzadas ideas
progresistas. Alejado del movimiento romántico, dedicado a la descripción de sublimes
paisajes y hazañas pretéritas, el padre
Tarongí prefirió centrarse en observar a sus contemporáneos con sus
sufrimientos y sus anhelos, siendo, quizás por ello, el más urbano de todos
literatos mallorquines del momento. Amó con cariño verdadero a su ciudad, a la
que le dedicó uno de sus más reconocidos poemas: “Oda a la ciudad de Palma”.
Su
modernismo le llevó a ensalzar también la tecnología decimonónica, viendo en el
telégrafo, el teléfono o el ferrocarril un proceso de próspero hermanamiento y
apertura entre los pueblos y las naciones, el inicio de una ventajosa
globalización. Sin duda, pensando en el papel protagonista que nuestra tierra
podía tener en ese devenir.
Por
todo ello, el primer consistorio republicano, surgido de las lecciones de abril
de 1931, decidió otorgarle el título de “Hijo Ilustre de Palma” y dedicarle
una calle tal como era costumbre. Sin embargo, como aquel primer gobierno
municipal apenas duró unas semanas, el nombramiento quedó en el olvido, a pesar
de estar puntualmente recogido en el Acta del Pleno correspondiente. No se
encargó ningún retrato, ni se hizo se celebró acto alguno. Incluso su nombre no
aparecía en el catálogo de los que ostentan tan alto honor.
Es
cierto que cincuenta años después de aquella decisión una calle del Coll d’en
Rebassa fue bautizada con su nombre. pero todavía está pendiente el homenaje
que se merece, no sólo como Hijo Ilustre de nuestra ciudad sino
como representante del más genuino, abierto y universal espíritu palmesano.
Cort se lo debe.
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