Construyendo
al enemigo
A
lo largo de la historia una de las formas más socorridas de legitimar el acceso
al poder ha sido la existencia de un enemigo común que genere el miedo
necesario para aunar voluntades. De hecho, cuando no ha existido también ha sido
frecuente crearlo, en el imaginario popular, describiendo un ser malévolo,
desagradable, e incluso feo y maloliente, claramente diferente a quien se
pretende unir.
Para
el asalto al poder, hasta se puede crear un relato que transforme en enemigo a
quien, simplemente, se tenga interés en orillar. Poniendo, para ello, énfasis
en la amenaza que suponen sus características diferentes por pequeñas que éstas
puedan ser. Para asegurarse el éxito, la denuncia de ese supuesto peligro tiene
que ser incisiva, intensa y, sobre todo, constante, de forma que resulte fácil
ganarse la voluntad del hombre manso y amigo de la paz.
Los
nacionalistas de todas las épocas y lugares lo saben bien, por lo que han
dedicado ingentes cantidades de recursos a la construcción de un o varios
enemigos externos o, han señalado con el dedo acusador a alguna minoría
interna, como elemento principal para que su comunidad se reconozca a sí misma
como nación, y a ellos como sus legítimos dirigentes.
Sin
embargo, la historia de occidente cambia de rumbo con el humanismo liberal que
se alumbra con la ilustración. Con él, poco a poco, se establece la igualdad
entre todas las personas, a pesar de sus distintos orígenes, preferencias o
intereses. Diferencias que, además, son armonizables mediante el imperio de
ley, la “mano invisible” del mercado,
y la democracia representativa. Así, que a medida que estas nuevas ideas, con
dificultad, se abrían camino fueron desapareciendo muchos de los enemigos
imaginarios cuya única razón de existencia era la conquista del poder. Esta
forma de pensar es la que está detrás de la globalización que no ve ningún tipo
de incompatibilidad ni antagónico entre países unidos por pacíficos lazos
comerciales. A pesar de todo, junto al nacionalismo, otra excepción a esa tendencia
fue el marxismo con sus irreconciliables explotadores y explotados.
Ocurre
que, con el sistema electoral español, salvo que se obtenga una mayoría
absoluta, los pactos entre minoritarios constituyen la forma preferente de
acceso al poder. Éstos han sido más comunes entre izquierdas y nacionalistas,
de manera que lo que les ha resultado más fácil ha sido recurrir a la vieja
estratagema de la construcción de un enemigo común, intentando vincular la
alternativa de derechas -de comportamientos impecablemente democráticos- con la
dictadura, o con extremismos radicales inexistentes: el famoso dóberman.
Ahora,
sin embargo, en la medida que los partidos políticos antisistema ganan
protagonismo, se está intentando identificar como nuevo enemigo a la propia
cultura occidental. De ahí que ya no se conformen con derribar monumentos o
símbolos de una época dictatorial de signo contrario, sino todos aquellos que
recuerdan el largo, difícil y no lineal camino hacia nuestras democracias que
tanto éxito han tenido en todos los campos sociales sin necesidad de ningún
tipo antagonistas. Y todo esto coincide, curiosamente, con la aparición de un
enemigo invisible que parece real, al que el Poder combate con bastos y burdos
métodos medievales, en plena era de acceso a la inteligencia artificial.
No
es la primera vez que el absurdo se pone manos a la obra, lo hizo en varias
ocasiones durante el siglo XX. La historia sabe lo que eso significó, por lo
que nos podría enseñar mucho. ¡Si la dejan hacerlo, claro!
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