Se ha dicho hasta la saciedad, y es verdad, que en el mundo actual hemos tejido redes que lo interconectan todo, la quiebra de un banco en Nueva York tiene consecuencias en Mallorca, y el una primavera más cálida en el sureste de la India afecta al precio de algunos de los productos esenciales de Buenos Aires.
Por ello, la división del trabajo alcanza grados extremos, hasta el punto que se puede repetir la afirmación televisiva de Milton Friedman, "Nadie sabe fabricar un simple lápiz". Ciertamente, nuestra sociedad es infinitamente más sofisticada que la suma de sus miles de millones de partes. Y, además, esa complejidad no para de aumentar.
Los problemas fruto de esa complejidad son impredecibles e inciertos, nunca como ahora, se da la "teoría de las consecuencias no intencionadas". Por lo que la estrategia del ensayo y error inteligente típica del mercado es un buen método para continuar progresando adecuadamente, algo que no puede darse en las economías planificadas.
Ciertamente, la mayoría de las empresas fracasan, pero las que tienen éxito generan un beneficio que compensa sus fracasos.
Así, que en la modernidad, cuanto más "mercado" tengamos, y cuanta menos "economía planificada" padezcamos, mejor nos irán las cosas.
Es la complejidad la que nos decanta por una reducción del sector público, y por una ampliación del sector privado.
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