Trabajadores vs consumidores, y la política
Todos somos
consumidores y la mayoría, también, trabajadores. De esta forma, nuestra
perspectiva de la economía cambia si la miramos desde nuestra posición de
compradores, o si lo hacemos desde la nuestra posición de productores. Una
contradicción que los políticos populistas-cortoplacistas aprovechan para hacer
sus ofertas electorales con graves consecuencias para el conjunto de la
sociedad.
Como consumidores preferimos la libre competencia, los precios voluntariamente pactados, la libertad de empresa y la innovación que conlleva. Los productos, o los servicios, suelen ser mejores, de mayor calidad y a precios más ajustados, con lo que mejora al conjunto de la sociedad. Sin embargo, como trabajadores preferimos que la empresa en donde estamos empleados tenga poder de mercado, esto es, que actúe como monopolista, o con alguna clase de protección o privilegio gubernamental en forma de regulación. Es lógico, en competencia se trabaja más y se cobra lo justo, mientras que si esta no existe los salarios pueden ser mayores y las condiciones de trabajo más benignas.
En líneas generales los empleos públicos, tanto de sus administraciones como de sus organismos y empresas, responden a esquemas de oferta monopolística. Lo mismo sucede con aquellas empresas que operan en áreas fuertemente reguladas o intervenidas. En ambos casos los salarios son más elevados, con menores cargas laborales de todo tipo.
Ocurre, como decíamos, que en los sectores privados competitivos es en donde se produce la innovación y la ganancia de productividad que se traduce en mejoras generales (tanto salariales como otras), mientras que en los monopolísticos no se produce ni una cosa ni otra, aunque siempre vayan por delante en retribuciones. Así que mientras los primeros sean mayoritarios y los segundos minoritarios la economía puede avanzar. Pero resulta que, en general, la gente se siente más identificada con su profesión, o con su ocupación laboral que con su papel de consumidor. Al mismo tiempo, está claro que, como consumidores, los trabajadores monopolísticos, con sus mayores salarios, pueden disfrutar más de las ventajas de la competencia que los propios trabajadores de estos mismos sectores.
El político populista cortoplacista, por tanto, tiene más incentivos para intentar ofrecer más puestos de trabajo en los sectores de empleo privilegiado que en conseguir una estructura económica más dinámica que genere mejoras y prosperidad general fomentando la competencia. Este es el motivo por el cual, en las campañas electorales, se observa todo un abanico de promesas que llevan implícitas, bien de creación directa de empleos públicos, bien más regulaciones (restricciones a la competencia) en los sectores privados, o la creación de nuevos segmentos de actividad nacidos al calor de normativas de promoción ideológicas, como puede ser el nacionalismo lingüístico, el feminismo, el animalismo, etc.
Esta forma de aprovechar la dicotomía consumidor-trabajador, por parte de la política, es la que dio lugar a los regímenes corporativistas del pasado que, de forma lenta, constituyeron un potente freno al progreso de las naciones que lo abrazaron. Motivo por el cual, tras aproximarse a auténticos períodos de hundimiento, se tuvieron que iniciar procesos de desmontaje de tales prácticas.
España participó de estas formas de corporativismo durante las primeras etapas de la dictadura de Franco para, posteriormente, desmontarlas progresivamente mediante diferentes procesos de liberalización. Lo que permitió al país ascender en todos los rankings más significativos. Pero de un tiempo a esta parte, se le ha dado la vuelta a la tortilla, porque la dinámica electoral, propia de nuestra democracia, tristemente ha terminado por favorecer aquel tipo de actuaciones.
Es cierto que la izquierda y los nacionalismos tienen una mayor tendencia que la derecha a discurrir por esta vía. Pero también es cierto que es posible que ese sea uno de los fundamentos por los cuales han gobernado durante más tiempo que la derecha. De hecho, los españoles, durante bastante tiempo, estuvieron acostumbrados a tener un nivel de vida inferior al de otros países europeos. Así, casi no resulta extraño que un nuevo descenso en los rankings comparativos se esté aceptando con normalidad.
En esta línea han ido las muchas medidas intervencionistas planteadas por los partidos del Govern. Sin esa tradición corporativista, quizás podrían haber realizado propuestas alternativas liberalizadoras con el objetivo principal de elevar el nivel de vida de todos baleares y no solo de algunos.
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