Pactos
izquierda-derecha o viceversa
Si nos fijamos en
la política de los últimos tiempos ha sido una constante, desde Rajoy a Feijóo,
que el PP haya ofrecido pactos al PSOE que este ha rechazado con la
contundencia de frases utilizadas como eslóganes como aquel del “No es no”. Se puede afirmar que lo mismo
sucede a nivel autonómico, por lo que resulta interesante reflexionar sobre
esta importante cuestión.
En primer lugar, debo advertir al lector que estoy en el segmento social que considera que la situación económica y social española atraviesa uno de los momentos más delicados de las últimas décadas, por lo que considero que la posibilidad de alcanzar nuevos pactos entre las grandes fuerzas políticas con el objetivo de realizar algunas de las reformas pendientes que pudieran dotar de nuevo impulso al país y a la gente sería una buena noticia.
Sin embargo, la política no va del bien común, sino de alcanzar y mantenerse en el poder. Por lo que las estrategias seguidas por todos los partidos van encaminadas en esa dirección. Así, desde los tiempos del primer Pacte de Progrés balear, o del Tripartit catalán, esa parte del espectro ideológico descubrió que realizar coaliciones de minorías tiene amplias ventajas. La primera es que, como en los estantes de un supermercado, la variedad permite ampliar el público objetivo. Así, si bien es cierto que la Ley d`Hont, empleada en nuestro sistema electoral, penaliza las divisiones, la suma de electores tan teóricamente diferentes como pueden serlo socialistas y nacionalistas proporciona una ampliación del campo de mayor dimensión.
La izquierda históricamente se construye por dos grandes principios. El primero, por ser más antiguo, es el de la utopía. Así, desde los tiempos iniciales del socialismo utópico, realizan promesas imposibles de cumplir, bien por ser contradictorias (cabalgan sus contradicciones) o bien por carecer de fundamento real, al despreciar los principios esenciales de la organización social. La ensoñación utópica que ignora las limitaciones de la naturaleza se sigue utilizando porque resulta un poderoso atractivo para todo un conjunto de electores que no tiene ni tiempo ni recursos para indagar en las carencias de ese tipo de propuestas.
El segundo principio esencial de la izquierda, lo constituye la lucha de clases o, lo que es lo mismo, el rechazo a cualquier posibilidad de armonía social espontánea. Esto se traduce en la construcción mental de enemigos como explicación narrativa de los males de los peor situados. Una construcción que, para este sector, presenta dos grandes ventajas. La fundamental es la de endosar la imposibilidad de alcanzar su utopía a sus adversarios de la derecha, asumiendo un papel el papel en héroes robinhoonianos. Así mismo, desde los tiempos de Marx, también han identificado como enemigo a un indeterminado empresariado contrapuesto al poder del gobierno, lo que les permite justificar una expansión del estado en beneficio propio.
Dicho en otras palabras, la izquierda necesita de mitos utópicos, ya sean igualitaristas, feministas, veganos, eco saludables o un simple tranvía para Palma; al tiempo que también requieren identificar y recrear enemigos que impidan cualquier posibilidad de armonía social espontánea. Las ventajas electorales de lo dicho hasta ahora resultan evidentes, aunque los resultados económicos y sociales de tales principios dificulten el progreso, al generar una tendencia al control excesivo que, claramente desincentivación de la creatividad individual y emprendedora.
Alternativamente, en el ADN de la derecha rigen dos principios rectores aparentemente contrapuestos, el conservador y el liberal. No son del todo contradictorios, aunque se diferencian con claridad. El primero considera que la organización social existente es digna de preservación, mientras que el segundo considera que lo es, únicamente, en la medida en que esa organización es fruto del reconocimiento de la libertad individual, una convergencia propia de las democracias más sólidas. Con estos fundamentos, ante los cambios que de forma natural se van produciendo en la realidad social, pueden realizar propuestas moderadamente reformistas y adaptativas. De esta forma su ventaja electoral se vuelve más visible en tiempos de zozobra poco propicios para ensoñaciones.
Definidos ambos grupos principales, resulta que las reformas pendientes, señaladas por la UE y otros organismos internacionales, van encaminadas, sobre todo, a limitar y disminuir el poder de los ejecutivos y del estado, ampliando los márgenes de acción y protección de los individuos, y reforzando el sistema de contrapesos democrático.
Se trata de un tipo de reformas aparentemente más en línea con el pensamiento de la derecha, de ahí el origen de las propuestas de pacto y el de su rechazo, aunque lo cierto y verdad es que ambos grupos tienen enormes dificultades para disminuir el propio poder que desean alcanzar y preservar.
El embrollo no tiene una fácil solución, más cuando llevamos demasiado tiempo sufriendo el llamado "efecto trinquete" de las administraciones públicas, en alusión a esos engranajes que se mueven con soltura en una sola dirección, provoca que sea muy sencillo incrementar los presupuestos gubernativos por cualquier motivación, y prácticamente imposible volverlos a ajustar.
En definitiva, los pactos derecha-izquierda podrían resultar enormemente convenientes y ventajosos para el conjunto de la sociedad, aunque hoy por hoy desgraciadamente tienen características utópicas, a pesar de que atravesamos tiempos difíciles poco propicios para ensoñaciones.
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