martes, 2 de agosto de 2022

La dimisión de Draghi como síntoma.

 La dimisión de Draghi como síntoma.

mallorcadiario.com

Personalmente no soy un fan de Mario Draghi, pues creo que cuando dijo aquello de “haré lo que tenga que hacer, y créanme, será suficiente” comenzó a transformar el cargo de Gobernador del Banco Central Europeo al llevarlo, desde la independencia técnico-funcionarial, al terreno netamente político. Una transformación que lamentablemente está completando su sucesora Christine Lagarde.

Sin embargo, debo reconocer, por evidente, que el exgobernador no forma parte del club político-populista, ahora tan de moda. Ese que cuenta con miembros tan destacados como Pedro Sánchez o Boris Johnson. Todo lo contrario, es un reputado economista técnico que ha tenido altas responsabilidades en muchas de las principales instituciones económicas nacionales e internacionales, tanto públicas como privadas. Un breve repaso a su currículum convence a cualquiera de que se trata de una de las personas mejor preparadas del ámbito mundial. Es pues, un profundo conocedor de los condicionantes que permiten impulsar el bienestar de una nación. De manera que, como muchos y por más que tuviera mis reticencias, recibí su designación a la alta magistratura italiana como una gran noticia. Sin embargo, y a pesar de su gran bagaje, este verano tras año y medio al frente del gobierno se marcha a su casa sin haber podido implementar las reformas más básicas y esenciales que su país necesita.

Cuando el presidente Mattarella le llamó para ocupar el elevado cargo, puso como condición ser apoyado por todo el espectro parlamentario. Algo que casi obtiene, pues todos los grupos le votaron a excepción de Fratelli d’Italia, que cuenta tan sólo con 33 de los 630 escaños del Congreso. Una mayoría tan amplia que hacía presagiar que, esta vez sí, Italia podría salir de su postración realizando las reformas estructurales que le devolvieran a su viejo esplendor. Para facilitar las cosas contaba, además, con una inmensa cantidad de dinero en concepto de Fondos Europeo otorgados a su debilitado país. Es decir, que desde los inicios de 2021 Italia pasó a estar gobernada por un nuevo César que reunía tres fundamentales virtudes, a saber: sobrada experiencia, grandes apoyos y enormes recursos. Unas circunstancias excepcionales para el éxito.

Pero, por increíble que parezca, la aventura del exbanquero ha terminado en fracaso, al perder el apoyo del grupo ecopopulista fundado por el cómico Beppe Grillo (Movimento 5 Stelle). Un triste final que nos puede llevar a preguntarnos sí las actuales democracias, infectadas de populismo, están capacitadas para realizar las transformaciones que les devuelvan el oxígeno que sus economías necesitan. Una pregunta especialmente pertinente también en nuestro país. Sobre todo, si pensamos que, por ejemplo, sólo pudimos recuperar los principales guarismos económicos de antes de la Gran Recesión en 2019 y que, por añadidura, no se espera que se vuelvan a alcanzar estos últimos hasta, nada más y nada menos, finales de 2024. Es decir, que como ocurre en otras naciones, estamos inmersos en un estancamiento económico de más de 15 años de duración. ¿Qué está pasando?

Pues bien, en mi opinión lo que ocurre -está claro- no es que no se sepa lo que se tiene que hacer. Draghi, independiente y apartidista, tiene las ideas muy claras a este respecto, sabe que es lo que hay que hacer, aunque no ha sabido cómo hacerlo. En parte, porque la actual configuración de la estructura política lo impide. Muchos de los dirigentes partidistas, y la mayoría de sus cuadros, priorizan su carrera personal sobre cualquier otra cuestión, incluida la reputación de su propio partido y, con ello, de toda la actividad política. De hecho, incluso pueden llegar a pensar que, si el nombre de su partido acaba por tener que desaparecer, siempre se puede fundar otro, al fin y al cabo, son agrupaciones poco arraigadas. La mismísima Italia o Cataluña, sin salir de casa, nos lo han mostrado en varias ocasiones.

El final de las ideologías está siendo sustituido por la creencia que el Gobierno o el Estado lo puede todo, y que por tanto todo debe estar legislado. De hecho, en cada campaña electoral, no faltan candidatos desaprensivos dispuestos a prometer cualquier cosa, y también simultáneamente su contraria, en un ejercicio de "cuadratura del círculo". Todo para alcanzar el poder al grito de “après moi, le déluge””. Tampoco faltan aquellos que consideran que todo lo personal es político, es decir, que el ámbito estatal no tiene límite alguno.

Por tanto, sostengo que la dimisión de Mario Draghi es una muy mala noticia que nos debería hacer reflexionar acerca de cómo mejorar nuestras democracias. Un buen gobierno no tiene porqué requerir de buenos gobernantes, pero los buenos gobernantes tienen que poder gobernar.

Tan sólo un improbable rearme cultural, en los genuinos valores occidentales, que tiene en su epicentro la limitación del poder del Estado, nos puede devolver creer en nosotros mismos como individuos, en vez de como grupo identitario o masa aborregada.

 

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