Enseñar
Siempre se ha dicho
que el ejercicio de la docencia requiere de un buen nivel de vocación. Pienso
que es cierto, pues, tras más de treinta años de profesión, considero que
existen un conjunto mínimo de requisitos que debe reunir un buen enseñante. Sin
ellos se puede decir, con razonable seguridad, que la vocación no existe.
El primero, y sin duda principal, de esos requisitos es un conocimiento profundo y extenso de los temas a explicar, pues sólo el dominio de la materia otorga al maestro la seguridad necesaria para exponer los temas con el suficiente entusiasmo, como para vencer la resistencia que se genera a la entrada a cualquier disciplina.
Es el dominio de las asignaturas el que permite, al docente, llevar a cabo las simplificaciones y, en ocasiones, las exageraciones que faciliten la asimilación de los conocimientos. Trucos que visualizan con mayor claridad la forma de pensar propia de cada rama académica. De hecho, con frecuencia, la simplificación es la etapa previa a cualquier comprensión de los problemas más complejos. Un mapa escala 1:1 no tiene ninguna utilidad por no simplificar la realidad, lo que sí ocurre con mapas más pequeños en los que, por supuesto, se ha perdido parte importante de la información. La exageración didáctica es otra forma de simplificación.
También es importante que el docente sepa ponerse en la piel de los discentes, tendiendo puentes entre lo que estos saben y lo que tienen qué alcanzar a saber. Para ello resulta sumamente interesante contar con buenas colecciones de ejemplos que permitan acceder a los pensamientos más abstractos desde la realidad cotidiana. Esta labor no siempre es sencilla, pues a medida que pasan los años la experiencia vital del profesor, aunque se amplía, también puede correr el riesgo de distanciarse de la de sus alumnos. Los ejemplos compartidos clásicos siempre exigen adaptaciones para cada generación.
El docente también tiene que reunir el requisito de ser suficientemente ordenado, no sólo en las exposiciones verbales, sino también en su propio pensamiento. La organización de sus ideas se acabará haciendo evidente. El orden es la mejor forma, o incluso la única forma, de ayudar a subir peldaños en la escalera del conocimiento.
Como le ocurre al político que quiere introducir una determinada idea entre su electorado, el maestro debe construir una narrativa acerca de la meta que pretende lograr y del camino que va a intentar seguir para llegar hasta ella. Esto último, pienso que es especialmente relevante en las ramas científicas con contenido matemático en donde muchas veces, por desgracia, se ha dejado de lado su vertiente social, lo cual añade grados de abstracción a temas ya de por sí abstractos.
Las exposiciones orales preferentemente tienen que estar acompañadas de material escrito que facilite el pensar más despacio sobre los diferentes temas tratados. Este material, naturalmente, también tiene que estar bien ordenado de forma simplificada. Es un hecho que se asimilan mejor las ideas leídas que con las oídas.
Saber dejar, e incluso generar, el espacio necesario a las aportaciones de los estudiantes constituye un más de los requisitos a cumplir. Es normal que estos pueden tener ideas, sugerencias o preguntas equivocadas o poco coherentes que les hagan albergar un cierto miedo escénico. Por ello es importante evitar que por pereza o por vergüenza se queden en la mente del alumno. En definitiva, un buen profesor intentará, y pondrá mucha energía, en que sus estudiantes venzan la natural resistencia a hablar en público. Esta es una de esas tareas que no siempre resulta fácil de llevar a cabo, y que depende en gran medida del tipo de alumnado en cuestión. Es más fácil cuando éste más o menos homogéneo en intereses que cuando no es así, lo que obliga un sobreesfuerzo didáctico de adaptación.
El buen profesor tiene que saber plantear las preguntas que resulten sugerentes tanto a la hora de jerarquizar las ideas, como a la hora de que los propios estudiantes puedan explicarlas a los demás. Ejercitando la exposición de los diferentes temas es cuando la mente los asume como propios. Tras escuchar y leer los asuntos tratados, exponerlos equivale a coronar la primera cima del aprendizaje.
En definitiva, estas son algunas de las características que considero que constituyen la labor del docente. Como dije al inicio, el primero y principal de todos los requisitos a reunir pienso que es el conocimiento profundo y extenso de la materia del que deriva el entusiasmo, pilar fundamental donde se apoyan todos los demás.
Por supuesto, no todos los profesores tendrán ni el mismo grado de vocación, ni el mismo grado de dominio de su materia, ni tan siquiera estarán en su mismo estadio vital. Por ello exigir uniformidades pretendidamente igualitarias, en donde se pone más énfasis en las formas didácticas que en el grado de conocimiento de los docentes es un completo error.
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