Hace un tiempo, durante el aislamiento por encierro político-sanitario, te escribí esta carta comentándote como era tu abuelo, mi padre. Hoy nos ha dejado, por lo que, me parece oportuno, recordarla.
Portixol, 7 de abril de 2020
Tu abuelo
Querida Irene,
Estos días de confinamiento
e incertidumbre también lo pueden ser para la reflexión, quizás por eso, te
quiero decir que dondequiera que los nietos estén, los abuelos están allí. Así
que hoy te hablaré de uno de los tuyos, pues él, aunque, está aquí con nosotros,
ya no lo pude hacer.
Tu abuelo es, sin duda, una
de las personas más relevantes de mi vida. No sólo porque su sangre corre por
mis venas y las tuyas, sino porque sí algún tipo de relación humana he vivido
con intensidad, ésta ha sido la paterno-filial. De su ejemplo aprendí que éste
es un vínculo sagrado que nada ni nadie puede romper, un vínculo que es
independiente de toda circunstancia y que se mantiene, incluso, cuando no
obramos bien. De su boca siempre oí, “te apoyaré y ayudaré siempre, aunque
lo que hayas hecho no esté bien. No te olvides nunca de contar conmigo”.
Los padres aman siempre a sus hijos y a sus nietos, aunque, como decía Don
Quijote, no sean siempre capaces de expresarlo.
Mi padre, tu abuelo, es una
persona jovial, alegre, vital y confiada, a quien la vida le ha tratado
bastante bien, pues incluso en los años de enfermedad, siempre ha estado
rodeado de respeto, cariño, y amor. Es decir, de aquello que es el gran tesoro
de los hombres. Quizás su confianza en la propia vida ha sido su mejor
patrimonio.
En mi carácter y mi forma de
ser tengo rasgos de él, también de mi madre y de otras personas que me son muy
próximas. Creo haber heredado el don de la intención del trato amable con los
demás; la capacidad de ponerme en la piel del otro antes de emitir un juicio o
una opinión sobre alguien. Me enseñó a saber vivir bien con lo propio, siempre
con tolerancia y con respeto hacia los demás como gran bandera.
De él también he recibido la
admiración por la sociedad británica, por su arraigado liberalismo, antiguo y
militante; y por Israel por su capacidad de superación, por poder mirar al
futuro desde sus profundas raíces, sin perder el optimismo incluso en las más
duras y atroces adversidades. Y también, ¿Por qué no? por el vínculo personal
de nuestra historia, y por el respeto que merecen los que han sido perseguidos,
los débiles, y los desprotegidos. Cuántas veces nos dijo aquello de “los
últimos serán los primeros en el reino de los cielos”.
Te puedo decir, querida
Irene, que uno los recuerdos más profundos que llevo en mi interior es la
sensación de seguridad que me invadía cuando, siendo un niño de muy corta edad,
mi padre me daba la mano. Todos mis temores infantiles se disipaban al
instante, y me invadía una plácida sensación de tranquilidad. Así mismo
recuerdo como la alegría más profunda me invadía aquellos días cuando, sin
esperarlo, en mitad de una clase decían mi nombre porque mi padre me había
venido a buscar para ir a dar un paseo, para descubrir un camino y poder hablar
un rato de lo divino y lo humano. Así, en ocasiones le gustaba anteponer el
placer de estar juntos, charlar y pasear a las obligaciones diarias. Una forma
de sacarle el mayor partido a la vida.
¡Seguridad y alegría, qué
más puede pedir un niño para crecer!
Si, ciertamente, creo que
esa era su filosofía: ¡sacarle el mayor partido a la vida! Y a fe que lo
ha conseguido. Nunca tuvo grandes ambiciones materiales, pero nunca le faltó de
nada, y supo sacarle el jugo a la amistad, al compañerismo, al trabajo, al
amor, a la familia, y también a la soledad con sus libros y sus atlas. De
hecho, a veces, cuando escucho la canción de Frank Sinatra “A mi manera”,
él es la primera persona que me viene a la mente. Si, ha vivido siempre a su
manera, una manera moderada, que huye de excesos y extremos.
Y esa es otra de las grandes
enseñanzas que nos transmitió a sus hijos. La importancia de pensar por uno
mismo, el no dejarse influir por modas, a menos que sea porque conscientemente
las aceptemos. El tener nuestro propio criterio, siendo muy renuentes al
pensamiento grupal. Así, ni la propaganda de los poderosos, ni el surgimiento
de ideas nuevas, puede desviarte de tu propio camino. Así te conviertes en el
auténtico capitán del barco de tu vida.
De ese se derivan muchos
otros valores que ayudan a vivir, como es el de la honestidad, la
responsabilidad, la lealtad, la tolerancia, el respeto, el sentido del humor y
la humildad. Unos valores que casi, de forma automática, nos llevan por la
senda que conduce a “sacarle partido a la vida”. Son valores que nos
transmitió a su modo, una mezcla de interminables tertulias y conversaciones
repletas de historias. Pero, sobre todo, con el ejemplo. Y es que, hija mía,
tienes que saber que dar ejemplo no es solo la mejor forma de enseñar, ¡Es que
es la única!
Siempre fue generoso con el
tiempo que nos dedicó, y se notaba que haciéndolo disfrutaba. Siempre nos
escuchó con atención valorando e interesándose por nuestros puntos de vista con
independencia de cuáles fueran éstos; siempre nos mostró una actitud positiva
ante las dificultades; a no quedarnos con el primer “no”; y nos enseñó a saber
aceptar las críticas, colocando un poco más lejos a las personas que nos pudiesen
incomodar, desterrando el rencor. También nos enseñó a emocionarnos controlando
nuestras emociones; a amar la poesía, la música y la cultura a
borbotones.
Conocía bien sus defectos, y
también los nuestros, pero por eso mismo ha amado también lo imperfecto de la
vida, de forma que todos los errores que cometemos puedan ponerse al servicio
de un caminar más tranquilo. Sabía que hay que amar lo real, porque lo ideal no
existe.
En el periplo de su larga
vida siempre ha estado rodeado de buena compañía y de una forma muy especial, y
muy íntima, por su mujer, tu abuela, con quien comparte la pasión por su
familia. Ella le sigue desde que se casaron y ha sido y es su soporte, su punto
de apoyo y su palanca a la vez. Ella es la energía con la que recorre su
camino. Y, además, desde que las cosas se le olvidan es casi parte de su cuerpo
mismo.
Querida Irene, estas semanas
no están siendo nada fáciles para nadie. El maldito coronavirus está
trastocando nuestras vidas de tal manera que seguro que se seguirá durante
mucho tiempo hablando del enorme dolor que está produciendo y de la terrible
crisis a la que nos conduce. Por tu edad, no recordarás, por ejemplo, que no
podemos reunirnos y compartir unos momentos de agradable y reconstituyente
compañía. Y tienes que saber que las ausencias son más duras cuando los muchos
años acumulados, como es el caso de los abuelos, ya han hecho mella en sus
fuerzas y en sus sentidos. El confinamiento se hace eterno y, a ratos, casi
insoportable por no poder ver a los hijos y los nietos. El tiempo de cuarentena
pasa lenta y monótonamente. Mi padre casi no recuerda lo que le acabas de decir
y no sabe si su casa es su casa; pero cada día su rostro se ilumina cuando,
desde la distancia, le llega una foto tuya a través del teléfono, porque como
te decía al inicio de esta carta, ahí donde estés están tus abuelos. Hoy, el día
de mi cumpleaños, tan solo deseo que su energía fluya hacia ti a través de mí.
Te quiero hija mía, quiere
tú a tus abuelos.
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