La inflación derrotó al bando republicano
La guerra civil
española, de infausta memoria, tuvo tres grandes frentes de batalla, el
propiamente bélico, el de las cancillerías de las grandes potencias del momento
y, sobre todo, el económico, aunque éste último resulte totalmente desconocido
para el gran público. De hecho, apenas fue tratado hasta la aparición, de forma
póstuma, de la obra dirigida por Enrique
Fuentes Quintana en 2008 “Economía y
Economistas Españoles en la Guerra Civil”.
El 18 de julio de 1936, cuando nuestra nación se partió en dos mitades, el bando republicano tenía todas las de ganar. El pronunciamiento militar de aquel día se quedó muy lejos de triunfar en su intento de desbancar al poder constituido. Así, la zona gubernamental continuó controlando alrededor del 70% de los presupuestos generales del estado.
Por su parte, ocurrió otro tanto de lo mismo con la población, que entonces rondaba los 25 millones. No sólo el saldo demográfico era favorable al bando de la república, sino que, además, contaba con las principales capitales de provincia y, por tanto, con la gente de mayor poder económico y mejor preparación, es decir, con más capital humano. Como consecuencia, también quedaron la zona fiel al gobierno las principales industrias, así como con los más importantes puertos y aeropuertos. Incluso, contaron con la mayor parte de la flota mercante.
Es cierto, que todo lo anterior hay que tamizarlo, en función de la ruptura la unidad de mercado y, por tanto, la estructura económica. Pues sus efectos se dejaron sentir con más fuerza e intensidad en las áreas de mayor desarrollo y complejidad respecto a aquellas otras más centradas en la producción de bienes básicos de carácter agrícola. No obstante, en cualquier caso, la superioridad estatal en cuestión de recursos económicos resultaba palpable.
Hasta tal punto fue así que Prieto, y algunos otros principales dirigentes, no tuvieron reparo alguno en proclamar, con total confianza, que la rebelión quedaría sofocada en cuestión de días. Pues a todo lo anterior había que añadir que el Banco de España, que también quedó en su zona y con muchos de sus empleados armados, en ese momento contaba con unas impresionantes reservas metálicas en monedas acuñas y lingotes, uno de los principales tesoros del mundo.
Sin embargo, con el estallido del conflicto, el desempeño económico fue muy diferente en ambos lados. Quizás porque la república no supo retener a los equipos económicos que contaban con la suficiente preparación, o quizás, más probablemente, porque debido al cóctel de ideologías que la sustentaba, se prefirió ignorar las enseñanzas de esta materia.
Sin ir más lejos, el desempeño monetario fue radicalmente diferente en ambos bandos. Mientras que los alzados apostaron por la unidad y control de la moneda, la republica no sólo se fragmentó la impresión sino también la propia divisa. Imprimió la Generalitat, el Gobierno Vasco que acuñó sus eliodoros y otros organismos surgidos de forma espontánea, aunque aceptados por el gobierno, como puede ser el caso de los belarninos asturianos. De esta forma la oferta monetaria, en términos de pesetas republicanas, se disparó incontroladamente generando una fuerte alzade precios.
Por su parte Franco, que en absoluto era partidario de la economía liberal ortodoxa, defendía las ideas propias del nacionalismo económico, incluyendo el control centralizado de los mecanismos de la política monetaria y, por tanto, de la emisión de moneda. Lo que rápidamente le permitió contar con un sistema financiero menos débil e inestable. Por todo ello las pesetas de ambos bandos partieron con el mismo valor, en términos de poder adquisitivo, al inicio de la contienda. Pero en febrero de 1939 las pesetas republicanas sólo mantenían 0,9% de su poder adquisitivo inicial, mientras que las nacionales conservaban el 77,5% de ese valor. Es lógico, pensar que las pesetas del bando sublevado fueran preferidas también en aquellos enclaves que permanecieron fieles a la república.
En cualquier caso, desde tiempos anteriores a la ciencia económica se dice que para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero. Quizás por ello Prieto, Largo Caballero, Negrín, y otros mandatarios republicanos fueron incapaces de distinguir entre dinero y economía. Algo parecido a lo que ocurre a la izquierda actual.
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