La política catalana inspira a Sánchez
Hace tiempo que
sostengo que la política catalana inspira el sanchismo, no por sus alianzas
sino por sus resultados. El nacionalismo, en sus diferentes versiones, ha
gobernado en aquella comunidad autónoma de forma ininterrumpida durante casi
medio siglo, incluso cuando se ha producido alguna alternancia al frente de la
Generalitat. La oposición ha quedado reducida a la mínima expresión necesaria
para legitimar su poder. De manera que el único anhelo que les queda pendiente
es incorporar a su estructura al poder judicial. La independencia es tan sólo
una promesa a utilizar a modo de utopía para continuar encaramados en los
puestos de mando bien retribuidos.
El “Programa 2000”, publicado por El Periódico en 1990 y atribuido al entorno de Pujol, es la descripción del plan que, con paciencia, han ido desplegando los separatistas y que ahora les permite afrontar cualquier convocatoria electoral con perspectiva de éxito, aunque no lleguen a alcanzar el primer puesto.
El programa se puede resumir diciendo que hay que utilizar los presupuestos del gobierno autonómico y su capacidad legislativa y regulatoria para incentivar la penetración de la “conciencia nacional” en todos y cada uno de los estamentos de la sociedad catalana, al tiempo que hay penalizar cualquier discrepancia. La palanca principal de tal actuación es la explotación del victimismo, ya que, en nuestra sociedad las víctimas gozan del prestigio necesario para exigir ser escuchadas e inmunizarse contra cualquier crítica.
Pues bien, Sánchez también tiene elaborado su propio “Programa 2000” aunque todavía ningún medio de comunicación haya podido publicarlo. Como el pujolismo, los sanchistas pretenden utilizar los presupuestos generales del estado y su poder su capacidad legislativa y reglamentaria para colocar a los Tezanos que haga falta en todas y cada una de las instituciones sociales, relegando a la soledad a cualquier Leguina que se mueva.
El programa de Sánchez, como el de Pujol, comienza transformando la historia en un elemento de legitimación del líder y sus seguidores, por haber sido supuestas víctimas de la misma. El plan continúa identificando al PSOE con el estado del bienestar, atribuyendo sus posibles disfunciones a la casposa y mal intencionada oposición.
Siguiendo esa hoja de ruta, todos los medios de comunicación al servicio del líder proclaman, día tras día, que éste representa la modernidad entroncada con la agenda internacional más avanzada, y deseada por todo aquel que pretenda tener conciencia de pueblo solidario. Así los que dificultan sus planes lo hacen por una malhadada añoranza de un pasado oscuro o, quizás por ser incapaces de ver la luz del presente.
La superioridad moral de la nueva izquierda sanchista es tan evidente e importante que tiene que quedar plasmada en los libros de texto escolares y en las series de Netflix. También en las películas subvencionadas, aunque las vea muy poca gente. Quien contribuya a que sea así, será premiado con su promoción social, y quien no, relegado.
El lenguaje es un instrumento tan potente que hay que cuidarlo con especial mimo. Al igual que Pujol consiguió, imponiendo el uso de determinados vocablos y expresiones, que se identificara a toda Cataluña con su grupo político y su persona, Sánchez pretende hacer lo mismo con la corrección política que impone formas de vivir, comer, viajar o relacionarse. Su mesianismo es líquido y adaptable, aunque en ambos casos recurren a la ostentación de los símbolos del poder para subrayarlo.
Por último, en este breve repaso, no puede faltar el victimismo que con el actual presidente toma forma de imaginaria conjura del IBEX con la ultraderecha, o de cartas amenaza, los golpes de estado togados y, como no, de guerra-civilismo revivido.
En la política catalana el Pacte del Tinell tristemente parece que, de facto, rinde los frutos deseados por sus firmantes. ¿Ocurrirá lo mismo en el conjunto de España?
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