AHORRO ES PREVENCIÓN
Ahorrar es la
principal forma de prevenir; es asegurar el futuro; es generosidad con los
jóvenes y con los que todavía no han nacido; es capacidad de invertir; es
minimizar los riesgos del trayecto vital, y es también confort en la vejez.
Efectivamente, si algo ha dejado claro esta crisis sanitaria, desde la
perspectiva estrictamente económica, es la importancia que tiene el ahorro, o,
al menos que el endeudamiento se encuentre en términos moderados y sólidamente
motivados para tener un cierto margen de maniobra.
A lo largo del tiempo
el Estado Español ha ahorrado de muchas maneras, y ahí tenemos el stock de
capital de nuestras infraestructuras de todo tipo, del patrimonio común,
incluidas nuestras instituciones. Están ahí y son un activo de primera magnitud
para afrontar el futuro económico colectivo.
De igual forma, muchas
empresas tienen parte de su ahorro en forma de locales, instalaciones,
maquinaria, o, en su cultura empresarial y en el saber hacer de sus
trabajadores. Reservas que constituyen la garantía para poder pasar este fuerte
bache con elevadas posibilidades de recuperación.
Así mismo, las
familias que tengan su casa, su automóvil y sus electrodomésticos pagados
también tienen una gran ventaja, tanto a la hora de hacer frente a momentos
difíciles como el actual, como a la hora de encarar cualquier otro tipo de
circunstancias. Otras no han podido ahorrar, quizás por no haberse abordado,
por parte del gobierno, ni la dualidad del mercado laboral ni los excesos de
carga tributaria.
La única certeza que
tenemos ante el futuro es que con notable frecuencia no sucede lo previsto, por
lo que el ahorro es un auténtico “colchón”
contra los golpes que las adversidades de la vida pueden deparar. Es la primera
póliza de seguro con la que podemos contar. Es la gran garantía de los días que
han de venir. Y, por ello, durante generaciones se consideró una virtud que
honraba a quien la practicaba, viviendo dentro de sus posibilidades.
La globalización, con
sus movimientos internacionales de capitales, puso mucho del ahorro mundial al
alcance de cualquiera dispuesto a pedirlo prestado. Es decir, a endeudarse, ya
fuera un particular, una empresa o un estado. Una tentación a la que antes de
2008 casi nadie se pudo sustraer; con las consecuencias que todos sabemos.
Con aquel desastre
muchas familias y empresas aprendieron la lección remediando, poco a poco, su
exceso de endeudamiento en la medida de sus posibilidades. Y menos mal que lo
han hecho. Por el contrario, los gobiernos no han seguido el mismo camino.
Éstos, desde posiciones más o menos populistas, se han dedicado, sobre todo, a
presionar al Banco Central para que “imprima”
más dinero con el que mantener sus gatos, sin llevar a cabo ningún tipo de
ajuste. Una política cortoplacista de pensamiento mágico que desprecia la
cultura económica acumulada durante más de doscientos años.
Y ahora, ante la nueva
crisis, las cosas son muy distintas para aquellos que han podido generar ese
mínimo colchón de ahorro, respecto de aquellos otros que no lo han hecho. Entre
estos últimos nos encontramos al propio Estado, tanto si se denomina Comunidad
Autónoma como Gobierno Central. Esa falta ahorro del sector público será, una
vez más, nuestro principal problema. Una cruz a la hora de afrontar la
pandemia, y una cruz a la hora de afrontar la recuperación económica. No sólo
para la actual generación, sino también para las próximas que lo tendrán que
pagar en forma de un mayor empobrecimiento relativo de nuestro país respecto a
aquellos otros que sí han practicado la virtud.
Ciertamente, ahora los
diferentes gobiernos españoles apuestan por los “corona-bonos”, lo que significa que quieren bonos respaldados por
aquellos países que sí decidieron controlar sus déficits públicos y fomentar el
ahorro. Pero, al mismo tiempo, los forofos de los corona-bonos no quieren
aceptar las condiciones que les piden que no son otras que volver al camino del
ahorro.
En buena medida es la
falta de ahorro (los abultados déficits) el motivo por el cual el estado se
encuentra con dificultades a la hora de hacer frente a la crisis económica que
se nos viene encima. Es por eso que ha retrasado la aplicación de las medidas
más contundentes. En definitiva, la falta de músculo financiero gubernamental
ya está infringiendo un especial daño a aquellas familias que no han podido
ahorrar parte de sus ingresos durante los últimos años.
Si ya lo teníamos
difícil ante una pirámide de edad que requería poner mucho más énfasis en la
hucha común, ahora, cuando cese la alarma lo tendremos aún peor, a menos que
los “gobiernos españoles”, de una vez
por todas decidan acometer el cuadro de reformas que genere más ingresos y
depure el crecimiento del gasto. Lo que no implica, de modo alguno, prescindir
de ningún servicio esencial, tan sólo poner las bases para el ahorro.
A modo de ejemplo, una
contención de los déficits hubiese permitido la fijación de tipos de interés
superiores que recompensaran a aquellos que desplazaran su consumo presente por
consumo futuro. Algo que hubiese contenido los precios de las viviendas,
facilitando los planes de vida de muchos jóvenes ciudadanos. Así mismo, también
habría supuesto menores incentivos para la economía especulativa y de riesgo.
Un mayor ahorro público, hubiera significado tener más recursos para ayudar a
los que lo están pasando peor.
Estamos cansados de
ver como cuando la comunidad autónoma quiere gastar más utiliza aquello del “Madrid me mata”. Esperemos que el actual
Gobierno de España no la quiera imitar decantándose por el “Bruselas me mata”. Las viejas virtudes
del trabajo, el ahorro y la aceptación de las propias responsabilidades son más
valiosas que el oro y los diamantes, pues nacieron de la experiencia humana.
Una experiencia que nos ha demostrado que, si bien la medicina puede salvar
vidas, la buena economía también.
Pep Ignasi Aguiló,
economista
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