En 1774 murió Luís XV y le sucedió en el trono su nieto, el bien intencionado y desventurado Luís XVI, quien llamó a formar parte de su primer gobierno a Anne-Robert-Jacques Turgot (1727-81), con un cargo equivalente a un ministro de economía y hacienda moderno.
Turgot era un distinguido "economista" fisiócrata y, además, había dado pruebas de talento al desempeñar con gran acierto durante varios años las funciones de Intendente de la Generalidad de Limoges y llevar a cabo en ellas reformas de carácter liberalizador.
Cuando fue nombrado ministro intentó llevar a cabo una política similar caracterizada por la liberalización gradual.
Reformó tres grandes campos: el mercado de los cereales, las corvées y los gremios.
Para los cereales y las harinas decretó la libertad de circulación en todo el territorio nacional, la libertad de contratación y de precio; la intervención del Gobierno desapareció en su práctica totalidad.
Las Corvées o la obligación de realizar trabajos gratuitos por parte de los vasallos para sus señores feudales fue suprimida por el nuevo ministro. Y como algunos servicios públicos eran atendidos también mediante esta fórmula tuvo que crear impuestos nuevos para pagar los correspondientes salarios.
Los gremios o jurandes a los cuales debían pertenecer obligatoriamente los que ejercían la mayor parte de las profesiones fueron, también, suprimidos. Así, casi todas las actividades profesionales se declararon libres.
Por supuesto, todas estas reformas suscitaron la oposición de varios grupos de interés. La libertad de comercio de los cereales irritó a los comerciantes que anteriormente disfrutaban de privilegios estatales o se aprovechaban de las trabas legales existentes. También protestaron los funcionarios públicos que intervenían en este mercado.
Los señores feudales pusieron el grito en el cielo contra la supresión de las corvées. Mientras que los antiguos magnates de los gremios, y muchos agremiados, hicieron los propio anunciando la ruina de diferentes industrias.
De esta forma se formó una fuerte corriente de opinión en contra de las reformas, que, logró, incluso, el apoyo de la mismísima Reina María Antonieta, de forma que en Mayo de 1776 Turgot fue separado del Gobierno; y sus medidas fueron revocadas poco después. El enseyo liberalizador había durado menos de dos años.
Como era de prever, no pasó demasiado tiempo a que la economía se estancase y entrara un una recesión que contribuyó al estallido de la Revolución Francesa. Quizás si el Rey hubiese seguido los consejos de Turgot hoy Francia continuaría siendo una monarquía.
Una medida liberalizadora suele ser beneficiosa para el conjunto de la economía y de la sociedad, pero casi siempre afecta desfavorablemente a algún sector o grupo de personas que, suelen convertirse en grupo de presión.
La reacción en contra del grupo de presión es lógica, sobre todo, si se liberaliza en un sector y no en los demás. De forma que el impulsor de tal política, de ninguna manera puede ser un Ministro o Conseller, sino que tiene que serlo el propio Monarca o Presidente, pues lo adecuado es llevar a cabo paquetes liberalizadores potentes y simultáneos en el tiempo.
Una medida liberalizadora suele ser beneficiosa para el conjunto de la economía y de la sociedad, pero casi siempre afecta desfavorablemente a algún sector o grupo de personas que, suelen convertirse en grupo de presión.
La reacción en contra del grupo de presión es lógica, sobre todo, si se liberaliza en un sector y no en los demás. De forma que el impulsor de tal política, de ninguna manera puede ser un Ministro o Conseller, sino que tiene que serlo el propio Monarca o Presidente, pues lo adecuado es llevar a cabo paquetes liberalizadores potentes y simultáneos en el tiempo.
TURGOT Y LA PERFECTIVILIDAD DEL HOMBRE
El 11 de diciembre de 1750, ante los caballeros de la Sorbona, en hábito de abate tonsurado, Anne Robert Jacques Turgot, Barón de l'Aulne, presentó una disertación sobre "El progreso del espíritu humano".
Las masas de la humanidad -dijo el joven Barón- marchan siempre, aunque con pasos lentos, hacia una perfección siempre mayor.
Y es que una nueva palabra "felicidad", hizo su aparición en Europa, escribió el revolucionario francés Saint-Just. La vida ya no se concebía como un valle de lágrimas donde los únicos propósitos del hombre eran los sacramentos y el servicio. El hombre había nacido para la felicidad, y no para la expiación del pecado.
Rousseau, Montesquieu y Voltaire por una vez estaban deacuerdo. "La felicidad es la meta suprema de todos los seres sensatos".
Este era el ambiente que llevaba a postular reformas que permitiesen avanzar a la sociedad en un proceso de mejora permanente.
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