El análisis del vuelco
electoral producido en España el pasado 24 de
Mayo de 2015 podría tener la
siguiente lectura a la vista que ha supuesto una crisis para los grandes
partidos tradicionales que también ha ocurrido, en mayor o menor medida, en otros países europeos. Por lo que más allá de las particularidades propias de cada comunidad o municipio y
de sus diferentes líderes existen, al
menos, tres grandes elementos comunes al conjunto de autonomías y municipios que es interesante
resaltar. El análisis es
especialmente relevante para evitar que al PP le pueda ocurrir lo mismo que al
PSOE que no conseguido detener la hemorragia de votos;
El primero de esos elemento lo constituye la percepción de la convergencia programática entre los grandes partidos (PP y
PSOE) del sistema. Muchos ciudadanos tienen la sensación de que la acción política de ambos partidos, en buena medida, es intercambiable y que,
incluso, existe cierta colusión entre sus políticas. De esta forma el cambio del
partido gobernante no es percibido como el cambio que permite y cumple con la
necesaria rendición de cuentas política.
Debemos recordar que, en el transcurso de la crisis, el Gobierno
del Presidente Zapatero realizó a partir de Mayo del 2010 un plan de ajuste que iba en la dirección contraria a todo el discurso que había construido. Mientras que el PP, desde
sus distintos gobiernos, ha ido lanzando el mensaje de que las medidas
liberalizadoras se han adoptado como un procedimiento temporal para mejorar la
situación económica de forma coyuntural, para retornar
cuanto antes, sin alteraciones sustanciales al statu quo previo a la
crisis. Así mismo, no podemos
olvidar que la mayor subida impositiva de la democracia la ha llevado acabo
nuestro partido justo después de una campaña en la cual la reducción tributaria constituyó el elemento principal de diferenciación respecto del partido gobernante en ese
momento.
Son muchos los votantes de nuestro partido que se sienten
defraudados al comprobar como muchas de las reformas prometidas en diversas áreas (educación, administración pública, regulaciones, etc.) se han quedado
prácticamente en nada
o en muy poco. El hecho de que muchas de las principales reformas se hiciesen
en la primera parte de la legislatura, y que, después fueran revertidas o paralizadas acrecienta esa sensación.
Al mismo tiempo también se ha tenido la sensación que el sistema de protección social público, diseñado durante los años de bonanza, no ha cumplido con sus
promesas cuando ha sido la hora de la verdad. Pues el Estado, a través de sus líderes políticos, prometió una seguridad que en muchos casos no se
ha dado.
Es cierto, y es un deber reconocerlo que durante esta última legislatura se han hecho cambios,
pero se deberían haber hecho muchos
más. Todavía está pendiente la transición de una administración que autoriza y gestiona a otra que supervisa y facilita. Ha
quedado pendiente, sine die, la modernización del sector público, la disminución del tamaño del Estado, la modificación del sistema electoral, la reducción del neopaternalismo gubernamental, la financiación autonómica y a propia configuración del Estado, etc.
Es más, en muchas
ocasiones, el Partido Popular, al igual que en su momento hizo el PSOE
gobernante, no han dado a conocer los criterios por los cuales toman las
grandes decisiones, convirtiendo en incomprensibles algunas de las políticas desplegadas. De manera que ha
calado la sensación de que en España no es posible reformar sin antes
cambiar (reformar) a los propios partidos políticos o sustituirlos por otros nuevos.
De hecho, son muchos los que piensan que, al fin y al cabo, el
principal agente reformista no ha sido otro que la "prima de riesgo"
y el cierre de los mercados financieros.
El segundo gran elemento es la escasa incorporación de los ciudadanos al sistema político motivada porque las estructuras
organizativas de los grandes partidos políticos fruto en parte del sistema electoral les impiden participar.
La concentración de poder en las cúpulas viene de atrás, pero en los últimos años, a medida, que
se producía un relevo
generacional se ha realizado un ejercicio de ese poder, que ha alcanzado su máxima expresión en la elaboración de las listas electorales por parte de cúpulas cada vez más reducidas. Así, una mayoría de la población no alcanza a comprender como acaban
elaborándose las listas,
lo que. Se traduce en un desconocimiento total de sus representantes. Resulta
casi imposible la incorporación, a las mismas, de
personas que puedan discrepar de la línea marcada por los líderes del momento.
De esta forma, la crisis ha supuesto la quiebra de toda una
generación que no se siente
representada, en buena parte debido a la rigidez de las estructuras de los
partidos, tal como ya se ha señalado, que tiene su origen en un sistema electoral proporcional
que a su vez es la institución que facilita la
introducción de partidos
nuevos con menor apoyo electoral inicial, sobre todo en las elecciones europeas
que son de circunscripción única.
Todo eso ha llevado a una creciente sensación de que la clase politica tradicional
persigue sus propios intereses y, no los generales de la ciudadanía. Y que como derivada la corrupción es un rasgo estructural del sistema, al
generar una especie de "nomenclatura" partidista que obtiene beneficios
explotando y pervirtiendo las instituciones del Estado. Sin duda, además , la dureza de la crisis ha hecho menos
tolerable esas exigencias.
Simultáneamente, la mayoría de los dirigentes de los grandes
partidos se han mostrado distanciados de los ciudadanos, utilizando un lenguaje
políticamente correcto,
muy medido, y de difícil comprensión. Han tenido
escasa presencia en actos informales o en tertulias de TV. Lo que les ha
granjeado la imagen de cierta arrogancia y escasa popularidad.
Ni tan siquiera con la política de imagen y fotografías se ha conseguido explicar los objetivos políticos perseguidos.
Por último, en
ocasiones, los grandes partidos también han mostrado divisiones internas no del todo explicadas, lo que
ha agravado la sensación de la importancia
y relevancia de los intereses personales de unos dirigentes alejados de los
ciudadanos.
En definitiva, cuando los canales de comunicación entre representantes y representados se
perciben obstruidos, la voz que se oye es la de los grupos organizados y la de
los nuevos partidos que si han cuidado su imagen en mayor consonancia con sus
objetivos.
El tercer gran elemento del cambio electoral lo constituye
el colapso de las redes clientelares a través de las cuales se había venido articulando gran parte de la acción política, como consecuencia de la disminución de las rentas a repartir.
Muchas de las reformas emprendidas, encaminadas a la racionalización de los costes empresariales o
administrativos, han disminuido la capacidad de influencia de los grupos de
presión organizados, por
lo que estos han dejado de apoyar a los partidos que de gobierno en busca de
otros nuevos que puedan mantener sus demandas en los discursos políticos.
Debemos recordar que el clientelismo es el más débil de los vínculos entre el
votante y el político o partido, al
ser el que está más ligado a los beneficios inmediatos.
Ni el PP, ni tampoco el PSOE en su momento, se han percatado que
esa forma de hacer política no puede tener
la relevancia del pasado, en parte por la disminución de las rentas a repartir, tal como se ha dicho, pero también por las exigencias de mayor
transparencia e información que conllevan las
redes sociales y las nuevas formas de periodismo.
Estos tres elementos o hipótesis explicativas del resultado electoral del 24 pasado, también señalan las líneas que se deberían asumir como partido de cara a los
siguientes comicios electorales, que no son otras que la mayor concreción de nuestro público objetivo que nos permita una mayor definición de nuestras líneas ideológicas diferenciadas
de nuestros rivales. Una mayor apertura del Partido a la participación, lo que, quizás, ha llegado el momento de concretar en forma de propuesta de
reforma electoral a plantear en el momento oportuno. Y por último, en un cambio en el diseño del acercamiento del partido a la
sociedad reduciendo o suprimiendo las prácticas clientelares para dirigirse a sectores más amplios de la sociedad a pesar de que
estén menos
organizados.
En cualquier caso, la reflexión de lo que se debe hacer continua pendiente.
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