domingo, 20 de abril de 2014

Breves apuntes sobre la inflación

La inflación es un fenómeno que se produce por el envilecimiento del dinero. Se produce cuando la cantidad de moneda crece más rápidamente que la producción.

Normalmente se dice que la inflación es un aumento generalizado de los precios; cuando en realidad es la pérdida de calidad de la moneda.

Durante los años 70’s del pasado siglo XX en Europa la mayor tasa de inflación la encontrábamos en la ya desaparecida comunista Yugoslavia, y la más baja en la Alemania occidental, aunque la Gran Bretaña llegó a colapsar por su descontrolado incremento de precios.

Por ello, podemos concluir que la inflación se produce, fundamentalmente, por un crecimiento rápido de la cantidad de dinero, en comparación con la producción.

De hecho, definir la inflación como el “aumento general de precios” es un error común incluso en muchos libros de texto. Pues la inflación es una variación de los precios relativos, no aumentos generales. Lo que tiene efectos destructivos al impedir el cálculo económico.


Al concluir que la inflación es un fenómeno fundamentalmente de “Prensa de Impresión. Pero decir que la inflación se produce por imprimir dinero, es sólo comenzar a entender el problema.

De esta forma, los responsables del proceso inflacionista no son quienes suben los precios, sino quienes envilecen el dinero imprimiendo en exceso.

Es evidente que la emisión de más dinero nunca crea riqueza.

Hay que preguntarse ¿Por qué se imprime tanto dinero?.

En ocasiones, como ocurrió tras La Conquista de América, se produjo la llamada “Revolución de los Precios” debido a la enorme afluencia de oro y plata procedente del nuevo continente.

Y lo mismo ocurrió a mediados del siglo XIX en los EEUU cuando se produjo la llamada “Fiebre del Oro” por los hallazgos de este metal en California y Australia.

Sin embargo, en los años 70’s del pasado siglo XX el exceso de dinero creado lo era por voluntad de los gobiernos. Que lo creaban para pagar sus gastos. De manera que si pensamos que más de la actividad económica está en manos de los estados, podemos concluir que entre una cuarta parte y un tercio de la actividad se financió mediante la creación de nuevo dinero. Pues los gobiernos no sólo pueden obtener sus ingresos (dinero) de la ciudadanía mediante la tributación, sino también imprimiendo más dinero, es decir, generando inflación.

El auténtico costo de gobierno es lo que gasta, independientemente de cómo lo financie.

Así que se puede hablar de impuesto-inflación, cuya base tributaria es el total del dinero que tienen los habitantes de un país. Pues la inflación toma destruye los ahorros del público.

La inflación equivale a un impuesto sobre la riqueza monetaria de los individuos del que se apropia el Estado (Gobierno) y sus grupos afines.

Sin duda se trata de un impuesto muy tentador para los Gobiernos, pues puede ser introducido sin pasar por ningún parlamento, sin que aparezcan titulares de prensa el día de su puesta en funcionamiento, y por tanto, sin oposición de ningún tipo.

De hecho, se pueden perder unas elecciones o provocar una revuelta popular por incrementar la presión tributaria. Eso no ocurrirá cuando se pone en marcha la máquina de imprimir dinero; al menos no ocurre al principio.

Por ello, cuando un país se enfrenta a un periodo de inflación; Hay un solo camino, solamente uno ¡Sólo uno!. Consiste en reducir los gastos del gobierno. Y recordemos una vez más, que el verdadero coste del gobierno es lo que gasta, no lo que ingresa.

Desde luego, la inflación es un impuesto muy productivo, pero también muy destructivo. Pues desaparecen los incentivos al ahorro, resulta difícil conocer las empresas que ofrecen los mejores precios, e incluyo resulta difícil determinar cuando podremos llevar a cabo un determinado gasto. Además, la distribución del PIB se acabará pareciendo al poder de negociación de los diferentes colectivos. Así, empleados de sectores estratégicos y otros grupos capaces de paralizar el país mediante huelgas estarán mucho mejor retribuidos que aquellos colectivos que carezcan de tal poder.

Por supuesto, con inflación resulta casi imposible canalizar los ahorros (recursos) hacia las oportunidades de inversión más eficientes.

Durante un proceso inflacionario los gobiernos siempre dicen que no hay riesgo de inflación, que cuando se dispara la culpa es de algún ente extranjero o conspiratorio. Los franceses de la época de la revolución culpaban a los malvados comerciantes, los hitlerianos alemanes a los judios… y frecuentemente a los perversos mercados y, sobre todo, lo más fácil: ¡a los especuladores!.

Desde luego, en una época de inflación quienes están en posición de repercutir la pérdida de valor del dinero trasladarán la merma a quienes no pueden hacerlo. De esta forma, cuanta menos competencia haya más fácilmente serán los consumidores los paganos finales.

Tan pronto como la inflación se dispara se comienzan a generar problemas sociales por la subida de precios de todos los productos esenciales. Esos problemas crecerán como la espuma si la inflación se agrava. Las huelgas reivindicando mejoras salariales se sucederán en todos los sectores con poder de negociación, en especial de los trabajadores de servicios públicos esenciales.

En ese momento, la reacción del Gobierno que causó la inflación será proclamar el control de precios, es decir, el establecimiento de precios máximos sobre los productos que considere que le proporcionan más rédito político.

Pero, como sabemos, los precios máximos sólo consiguen agravar la situación, ya que provocan un desabastecimiento de los productos sometidos a control. Que sólo se podrán conseguir en los mercados negros a precios astronómicos.

En la década de 1970 esta política de establecimiento de precios máximos, se hacía conjuntamente con los llamados agentes sociales, esto es, sindicatos y patronales, recibiendo el pomposo nombre de “política de rentas” lo que le confería una especia de plus de legitimidad social, aunque las consecuencias eran las mismas ya conocidas.

De esta forma, si el control de precios se generaliza, se producirá una caída de la actividad económica que provocará un mayor malestar.

Mientras tanto el Gobierno habrá cedido a las presiones de los huelguistas de los principales servicios públicos, quienes momentáneamente tendrán la sensación de haber mejorado su situación respecto a sus conciudadanos. Auque la alegría durará poco.

Para hacerlo más difícil, la inflación impide el cálculo económico, de manera que los precios dejan de transmitir la inflación sobre los deseos de los consumidores y la abundancia o escasez de materias primas y otros input: el caos económico se generaliza.

Por todo ello, durante los años 70’s del siglo XX muchos Gobiernos declararon a la inflación como el enemigo público número 1.

Por todas estas consecuencias tan negativas de la inflación, los autores austriacos se muestran partidarios del regreso al llamado patrón oro, por el cual la cantidad de dinero queda limitada a la cantidad de oro que se pueda utilizar para respaldar la moneda.

La inflación es mala, pero la deflación puede ser mucho peor.

La deflación es un síntoma de problemas económicos muy profundos. Normalmente se produce cuando se da una contracción monetaria que reduce la demanda agregada de bienes y servicios en la economía. Reducción que conllevará una reducción de la renta y, por tanto, un incremento del desempleo.

La deflación no se combate imprimiendo más dinero, sino realizando los cambios profundos que puedan llevar a nuevos crecimiento económicos.

La imposibilidad del cálculo económico: Inseguridad y confusión.

El dinero es el patrón con el que medimos las transacciones económicas, es la unidad de cuentas de la economía, lo utilizamos para marcar precios y registrar deudas.

La inflación erosiona el valor real de la unidad de cuentas. Lo que genera confusión e inseguridad.

Los precios no son simples números.

Los precios son como las señales de tráfico. Sino son se forman libremente se produce el caos.

El dinero es un medio de información. Expresa el valor que conjuntamente asignamos a bienes y servicios. El hecho de que lo aceptemos como modo de pago es esencial. El dinero es confianza. Y si destruimos esa confianza el impacto es brutal.

Estos costes son difíciles de determinar, pero son tremendamente elevados; la legislación tributaria mide incorrectamente los costes tributarios, los contables miden incorrectamente los costes empresariales, las familias miden incorrectamente los costes de sus consumos y se ven imposibilitados en la realización de planes.

Sobre todo, los inversores son incapaces de plasmar en un papel sus planes de inversión, con lo que aumenta sobremanera el riesgo y la incertidumbre.

Nadie es capaz de distinguir claramente las empresas que son rentables de las que no lo son.

A todo eso lo llamamos la imposibilidad del cálculo económico.

Esa imposibilidad del cálculo económico introduce el llamado coste de suela de zapato, pues la familias tiene que recorrer con mucha frecuencia su ciudad para conocer cuales son los establecimientos que les ofrecen mejores precios.

La inflación conlleva otro fenómeno: La devaluación de la divisa. Lo que altera el resultado de la balanza comercial. Aunque para algunos es, como la inflación, una política de estimulo a la actividad económica al abaratar los productos nacionales en relación a los de los otros países la realidad, una vez más, es muy distinta.

Si reducciones moderadas del tipo de cambio no consiguen incrementar de manera sustancial las exportaciones o que los ciudadanos nacionales sustituyan importaciones por productos locales, la depreciación fracasará en su empeño estimulante. De hecho, las depreciaciones pueden incrementar el desempleo y el desequilibrio exterior. Por ejemplo, si un país carece de petróleo y de sustitutivos del petróleo, una depreciación del 5% no llevará a se compre menos oro negro, sino, simplemente a que se pague más caro.

El resultado neto de envilecer la moneda acaba en déficit exterior y menor producción interna.

Todo eso nos conduce a una distribución de rentas arbitraria.

Como hemos visto más arriba, la inflación conduce a que la distribución de la riqueza se aleja de los cánones establecidos en los mercados en donde las retribuciones están en función de la productividad marginal aportada por cada persona, es decir, la inflación redistribuye la riqueza de una forma que nada tiene que ver ni con los méritos, ni con las necesidades.

Normalmente, quien tiene rentas que se revisan más en el tiempo, y quienes pueden presionar para que esto sea así, son los que se llevarán el gato al agua, independientemente de que contribuyan o no al incremento de riqueza de su comunidad.

Es justamente esa arbitrariedad la que provoca la sucesión de huelgas, protestas y malestar social.

La inflación no es el “coste de la vida alto”.

No hay que confundir un coste de la vida alto con una tasa de inflación alta. Hay que distinguir entre el “nivel general de precios” y la velocidad a la que los precios aumentan.

Es normal que la vida sea más cara en París que en Mahón, porque en París las oportunidades de ganar dinero son mucho mayores; y por tanto, lo que cobremos por la ocupación o producción que elijamos tendrá que compensarnos de otras actividades gananciosas sacrificadas.

Pero esta diferencia de coste de vida no implica que los precios estén subiendo más deprisa en París que en Mahón. Es posible que la inflación parisina sea menor que la menorquina.

El mayor coste de vida de la capital francesa indica mejores oportunidades reales. 

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