Cuando en la primavera
de 2010, tras casi tres años de crisis, el gobierno de presidente Zapatero dio un
giro copernicano a su política económica reduciendo salarios, congelando
pensiones y aumentando impuestos, no fue por convicción propia, sino forzado
porque el país había entrado en lo que su economista de cabecera, el malogrado
David Taguas, calificó como grave “crisis de reputación”.
El alarmante crecimiento
del déficit público, unido a un mensaje político de corte populista, que
intentó acelerar la demanda interna a pesar de que se situaba por encima del
PIB, provocó que se reaccionase tarde y mal, como ha señalado César Molinas.
A la sombra de esos
vaivenes en política económica, el Govern de les Illes Balears de entonces
inicialmente expandió del gasto público con incrementos presupuestarios
desorbitados del 15% en 2008 y 7% en 2009, desembocando en los abultados
déficits de los años posteriores. Y aunque después llegó la correspondiente
rectificación con declaraciones de reducción del capítulo uno de entorno a las
700 personas/año, de los bloqueos presupuestarios por 355 millones, apelación a los bonos patrióticos y de la
imposibilidad de cuadrar nuevos presupuestos, la proximidad electoral dejó a
las cuentas públicas fuera de control.
El por qué se cometieron
tales errores todavía no se ha sido explicado por sus protagonistas, aunque
está claro que la negación de inicial de la crisis provocó que se intentasen
paliar los síntomas antes que las auténticas causas de la crisis.
Desde luego no fue por falta de información, tal como se comenta en otro post de este mismo blog economistabalear.
Desde luego no fue por falta de información, tal como se comenta en otro post de este mismo blog economistabalear.
Fue esa falta de control
de las cuentas públicas lo que provocó una falta de confianza que impidió
refinanciar adecuadamente muchos de los servicios públicos más esenciales,
generando una sensación de zozobra
total por impago generalizado.
Cuando el nuevo equipo
económico inicia una trayectoria coincidente con un discurso único,
responsable, coherente y sobre todo mantenido en el tiempo, es cuando se van poniendo,
poco a poco, las bases que permiten recuperar la reputación perdida a pesar de los
inevitables errores de camino cometidos.
En esa línea de
responsabilidad, los actuales responsables económicos sabido reconocer
que el cambio al actual sistema de financiación autonómica, sin duda, ha tenido
elementos de mejora, como también ocurrió con modificaciones anteriores; lo que
no impide que continúe considerándose insuficiente. Sitúa las partidas
recibidas en niveles similares a los previos a la crisis, habiendo demostrado resultar asfixiante en durante el tiempo de recesión.
Por lo que hace
referencia a la deuda pública, es fácil entender que sólo el control del
déficit y su correcta contabilización ayudan a reconducirla a niveles
aceptables, permitiendo ahora, por primera vez en mucho tiempo, atender
puntualmente todas las obligaciones de pago contraídas, evitando el colapso de
las empresas colaboradoras con la administración.
Por último, el coste
social de la crisis no se deriva del control del déficit, sino al contrario,
del descontrol anterior, que pretendió desconocer las reglas económicas básicas
de la sostenibilidad, e impidió modernizar los sistemas de protección.
Ante estos hechos, sorprende que algunos de los altos dirigentes de entonces se hayan instalado en una feroz crítica de destrucción masiva, sin realizar ninguna propuesta que muestre haber aprendido con la experiencia. Que además, lo hagan desde una pretendida actitud de extraña superioridad, que les confiere a ellos la bondad y la sabiduría y a los demás la maldad e ignorancia, no contribuye a mejorar en nada su maltrecho crédito. Da la sensación de que optan por aferrarse a un neopopulismo que en poco puede favorecer ni la recuperación económica general ni su recuperación política particular.
Hace mucho tiempo que la
autoridad no la otorgan ni los títulos ni las posiciones sociales. El mundo es
mucho más horizontal. La auténtica autoridad sólo se obtiene con una sólida
argumentación respaldada por actuaciones con resultados, desde la discreción y
humildad.
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