martes, 14 de junio de 2011

El diagnóstico. Antes de empezar.

Inmersos en un sistema de moneda única, y en un proceso globalización creciente, hemos experimentado varias burbujas económicas que nos ha llevado a una fuerte acumulación de desequilibrios. El proceso de inició con la burbuja financiera que se materializa en unos tipos de interés mucho más bajos que los que se producirían en condiciones del mercado, lo que tiene el efecto de hacer viable muchos proyectos de inversión que no lo serían con tipos de interés más elevados. Y dentro de esos los más fáciles son los de construcción inmobiliaria, produciéndose la segunda burbuja.

De igual forma, los artificialmente bajos tipos de interés también hacen que las administraciones públicas decidan llevar a cabo proyectos de inversión de más que dudoso rendimiento (aeropuertos, teatros, ferrocarriles, etc.). Pero es que además, la burbuja inmobiliaria crea la falsa ilusión de mayores ingresos públicos vía aumento sucesivo de los ingresos tributarios como en especial el Impuesto de Trasmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados. Con eso se inicia el proceso de acumulación de deuda, con déficits públicos moderados.

Cuando estalla la crisis, por exceso de endeudamiento, en 2007. Se produce una drástica disminución del crédito (aumento de los tipos de interés), interrumpiendo (al hacerlas inviables) muchas inversiones iniciadas. Un efecto inmediato, es la paralización del mercado inmobiliario.

La reacción de muchos gobiernos fue identificarla erróneamente como una crisis puntual de demanda. Lo que les llevó a no sólo sustituir los ingresos derivados de la actividad inmobiliaria por una apelación al crédito; sino a incrementar sus gastos con la esperanza de que el mayor gasto público se convirtiera en la espoleta que recuperada la actividad económica. Lo que tuvo la grave consecuencia de incrementar los déficits públicos hasta límites claramente suicidas. Déficits que se tenían que financiar apelando a un crédito cada vez más escaso; con lo que pronto aparecieron las dificultades de Tesorería, es decir, la aparición de impagos a proveedores.

Es la tercera burbuja, la gubernamental, en donde los gastos públicos crecen de forma exponencial, sobre todo en las áreas de sanidad, educación y servicios sociales. Pero también en materia de subvenciones a los sectores productivos. Todo lo cual se materializa en un incremento histórico de los recursos humanos utilizados.

En definitiva, entre 2001 y 2007 los gastos de las diferentes administraciones públicas se incrementaron en unos 150.000 millones de euros anuales. Y cuando se inició la crisis la borrachera de gasto se disparó de una forma mucho mayor. Acumulando un déficit público entre 2008 y 2011 del orden de los 350.000 millones de euros.

La crisis y la actitud de los gobiernos en los primeros momentos de su reconocimiento han demostrado que la riqueza no se crea gastando en cualquier cosa, sino produciendo justo aquellos bienes que permiten satisfacer las necesidades más apremiantes de los consumidores. En concreto es imprescindible invertir en proyectos cuya rentabilidad supere el coste de captar y emplear el capital necesario.

Desde comienzos del 2009 hasta mediados del 2012, la deuda de familias y empresas se ha reducido en más de 130.000 millones de euros, mientras que los pasivos de las administraciones públicas se han incrementado en unos 370.000 millones de euros.

La cadena de acontecimientos descrita responde, en buena medida, al entorno económico-institucional español, en donde, han ido quedado pendientes algunas reformas económico-institucionales que nos debían acercar más a la estructura productiva de los países más fuertes.


Ante esta situación, no existen recetas mágicas que puedan solventar los desequilibrios acumulados de forma inmediata o rápida. Esas fórmulas nunca han existido, pero ahora, además, participamos de una moneda común que impide el maquillaje de la realidad.

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