En las islas que lideran el turismo de sol y playa, el sol se emplea casi exclusivamente para atraer toallas y vender sombrillas: apenas 52 de los 3.635 megavatios instalados en España para generar energía solar están en Balears. Y menos caso le hacen las islas a su viento, utilizado fundamentalmente para secar las toallas y curtir las pieles de los mismos bañistas hambrientos de tueste solar que atestan cada verano los hoteles: entre Mallorca y Menorca, la Comunidad suma 3,6 tristes megavatios de energía eólica, potencia que puede llegar a resultar aparente, pero que se revela ridícula dentro de un país que fía a sus molinos de viento y aerogeneradores nada menos que 21.000 megavatios de su abastecimiento energético.
Y ya puestos a no hacer mucho caso a la naturaleza y sus generosos regalos, las islas tampoco le sacan partido a la biomasa, pomposo nombre con el que técnicos, ecologistas e ingenieros se refieren a la leña de toda la vida (hojas secas, ramas caídas y demás restos forestales). Porque según los últimos datos comparados de la Comisión Nacional de la Energía, las islas se distinguen junto a Ceuta y Melilla como los únicos territorios sin una sola instalación en marcha para aprovechar lo que les sobra a los bosques para producir energía. Más comprensible pero igualmente pobre es la aportación balear a la generación hidráulica: cero. Cero sin decimales: solo 0,0, como la cerveza del buen conductor y el mal bebedor. Aunque con el agua sí hay excusa: tanto las Balears como las más extensas y lejanas Islas Canarias penan como las únicas comunidades que carecen de los embalses y los saltos de agua necesarios para encender una bombilla.
diariodemallorca.es.
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