lunes, 22 de septiembre de 2025

Las verdades incómodas sobre Israel, Hamás y la guerra en Gaza

 eldebate.com

Las verdades incómodas sobre Israel, Hamás y la guerra en Gaza

Cuando políticos y comunicadores que deberían tener criterio adoptan esas mentiras dictadas por Hamás y amplificadas por un Gobierno intoxicador, dejan huérfanos a millones de españoles que solo reciben un monólogo de bulos

En España se habla mucho de Gaza, de «genocidio», de la «causa del pueblo palestino» y del «sufrimiento de los civiles». Pero se olvidan asuntos tan esenciales como incómodos. Estas son las verdades que casi nadie quiere discutir:

  • Verdad 1: la responsabilidad de la población. Los «inocentes civiles» de Gaza.

En 2005, Israel se retiró de Gaza, expulsando a todos los judíos y dejando modernas industrias agrícolas. La población gazatí las saqueó y destruyó.

Un año después votaron masivamente a Hamás, una organización yihadista. En 2007, Hamás masacró a su oposición, Fatah, arrojando militantes desde azoteas y arrastrándolos en motocicletas. Durante años, desde Gaza se lanzaron decenas de miles de misiles contra poblaciones israelíes, sin que la comunidad internacional levantara la voz.

Con dinero de Qatar y de la Unión Europea se construyeron 500 km de túneles bajo hospitales y mezquitas. Todos lo sabían. Nadie lo denunció.

El 7 de octubre no fue «solo Hamás»: multitudes de civiles acompañaron a los terroristas, participaron en violaciones, saqueos y asesinatos. Recibieron con júbilo los cuerpos destrozados de israelíes y festejaron los intercambios de rehenes demacrados o asesinados como victorias.

Muchos rehenes han relatado que estuvieron secuestrados en casas de médicos, periodistas o profesores. Esos eran los supuestos «civiles inocentes». Los terroristas, además, no siempre llevan uniforme: se esconden entre la población. Sin embargo, la narrativa internacional presenta como víctimas civiles a combatientes disfrazados. Se da por hecho que cualquier mujer o menor no puede ser terrorista. Pero pueden serlo, y lo son.

Como con los «inocentes alemanes» del nazismo, conviene mucho cuidado con esa etiqueta.

  • Verdad 2: La narrativa tóxica.

Desde el minuto uno se desplegó un vocabulario perverso. Se exigió contención y proporcionalidad a Israel cuando ni siquiera había recogido los restos de sus muertos.

Se habló de escasez de alimentos, electricidad y agua, mientras Gaza mostraba una población bien alimentada, con móviles cargados y decenas de hospitales en funcionamiento. Ahora la retórica insiste en palabras como «genocidio», «exterminio», «masacre». Son términos diseñados para invertir la realidad y culpar al agredido.

Cuando políticos y comunicadores que deberían tener criterio adoptan esas mentiras dictadas por Hamás y amplificadas por un Gobierno intoxicador, dejan huérfanos a millones de españoles que solo reciben un monólogo de bulos. La oposición, plegada al marco impuesto, contribuye a hundir cualquier esperanza de escapar de este tiempo dominado por la propaganda.

  • Verdad 3: los tibios y los cómplices.

Lo más dañino no es la propaganda de Hamás, sino la cobardía de quienes la repiten. Políticos supuestamente moderados, periodistas, intelectuales que saben lo que significan «genocidio» y «exterminio» y aun así lo pronuncian con ligereza.

Un genocidio no es una guerra dura ni un drama humano. Es un plan deliberado para exterminar a un pueblo entero. Nada de esto ocurre en Gaza. Repetir ese mantra solo demuestra mala fe.

Si Israel hubiera querido exterminar a los palestinos, en dos semanas Gaza no existiría. En cambio, ha perdido centenares de soldados porque combate casa por casa para evitar bajas civiles. Incluso aceptando las cifras de Hamás —30.000 no combatientes muertos—, están lejos de un genocidio. Todas esas muertes son atribuibles a Hamás: bastaría con que entregaran a los rehenes y se rindieran para que la guerra terminara.

  • Verdad 4: las banderas de Palestina.

En España se ondean banderas palestinas como símbolo de solidaridad. La realidad es otra: esas banderas no representan a la Autoridad Palestina ni a los dos millones de árabes israelíes que viven en paz en Israel.

Representan a Hamás y a Gaza. El 7 de octubre fueron asesinados también árabes israelíes y beduinos. Los civiles gazatíes secuestraron y mataron a árabes igual que a judíos. Quien agita esa bandera hoy no muestra solidaridad con «los palestinos», sino con los asesinos de mujeres y niños.

  • Verdad 5: la responsabilidad de la comunidad internacional.

La comunidad internacional fracasó una y otra vez:

No reconoció Gaza como un Estado terrorista en manos de Hamás. Permitió que sus ayudas financiaran túneles y armas. Cada vez que Israel respondía a ataques, exigía contención. Desde el 7 de octubre pedía «proporcionalidad» antes de recoger a los muertos. Impidió la evacuación de civiles, perpetuando su uso como escudos humanos. Canalizó ayuda a través de Hamás, reforzando su control.

Hoy, en vez de exigir la liberación de los rehenes y la rendición de Hamás, presionan a Israel para que no acabe el trabajo.

  • En conclusión.

Israel, como en su día los aliados frente a Hitler, no puede detenerse en Bruselas. Debe empujar hasta la victoria.

Es como si en 1944 se hubiera pedido a Eisenhower que no bombardeara Alemania para no dañar a los civiles, que no llegara a Berlín, que no capturara a los jerarcas nazis. Y que, además, se hubiese formado un coro en la opinión pública internacional con el fin de retrasar la victoria sobre el mal.

El mundo debe elegir: seguir hostigando a Israel y dando oxígeno a Hamás, o contribuir a la derrota definitiva de los criminales de Hamás y al fin de esta horrible guerra.

  • Ángel Mas es presidente de Acción y Comunicación en Oriente Medio (ACOM)

viernes, 5 de septiembre de 2025

Puente de plata a los rentistas

 ultimahora.es

Puente de plata a los rentistas

No son pocos los isleños que son titulares de un patrimonio que, bien gestionado, les puede permitir vivir sin trabajar. No se trata de gentes con enormes fortunas, sino una clase media que puede obtener unas rentas similares a un salario, o poco más, y que opta por ganarse la vida fuera del mercado laboral. Me inclino a pensar que se trata de una opción beneficiosa para el conjunto de la sociedad.

El rentista, al poner en valor su patrimonio, lo está ofreciendo al conjunto de los ciudadanos para que éstos lo puedan utilizar de la forma preferida. Por ejemplo, un fondo de inversión ofrece crédito a las actividades más valoradas por el público (coches eléctricos, paneles solares, etc.), o una vivienda ofrecida en alquiler contribuye a satisfacer una necesidad habitacional. La correcta utilización de los activos existentes evita, en cierta medida, la necesidad de producir otros nuevos, consumiendo recursos adicionales.

Lógicamente, la buena gestión patrimonial genera mayores ingresos fiscales para el Estado. Y cómo éste ostenta el cuasi-monopolio de servicios como la educación o la sanidad, buena parte de esos ingresos se destinará a tales servicios.

Por otro lado, el avance de la inteligencia artificial está haciendo inútiles muchos puestos de trabajo, por lo que puede ser una buena noticia el que una parte de la población decida abandonar voluntariamente el mercado laboral. Por si fuera poco, las personas que no tienen que acudir a un puesto de trabajo tienen menos necesidades de desplazamientos en horas punta, de manera que contribuyen a aliviar los problemas de congestión. Dicho en otras palabras, pueden paliar parcialmente atascos y embotellamientos a la vez que permiten ahorrar en la construcción de carreteras, trenes, metros, etc. aliviando los presupuestos públicos también por esta vía.

La hipotética disminución de las horas totales trabajadas tiene, como efecto secundario, la elevación de la productividad general del sistema. Lo que constituye la fórmula más eficaz para el incremento de los salarios. De esta forma también se mejoran las cuentas de la seguridad social.

Ciertamente, se podría argumentar que el rentista, al no trabajar, puede dejar de cotizar, lo cual resta recursos al sistema; aunque también es esperable que demande pensiones de menor cuantía en el futuro, al confiar en sus ganancias. De esta forma, al tener un efecto positivo en los salarios las cuentas del sistema pueden experimentar cierto alivio.

Cuando se puede dejar de trabajar de forma voluntaria, el talento no desaparece, sino que se transforma o incluso se potencia al liberarse de las restricciones que imponen los empleos. Es el fenómeno del otium cum dignitate de los antiguos

Por todo lo anterior, a la sociedad le conviene estimular el fenómeno del rentismo otorgándoles el prestigio que se merecen; más cuando éste puede estar lo suficientemente extendido como para haber dejado de ser un tema de minorías muy privilegiadas.